Desde lo más consciente de mi ser admito un amargo sentir a derrota; un dejo estático de indefinible desaliento. Ando mal en el más puro de los rigores (me aturde todo, me enferma todo) no puedo cambiar, no sé cambiar y eso me llena de sufrimiento. Según los que me rodean, los que me observan a diario en el campo de batalla que es la vida, lo estoy haciendo bien en gran medida, pues al modo de ver de sus engaños; avanzo y arrastro conmigo la parte hermosa de los sueños, la intención solidaria, el peso ético- humano que es el desprendimiento y la construcción de la idea, misma que me aflige, me quebranta, pone de manifiesto la fragilidad e imperfecciones de un ser que no es feliz, que apenas existe, que todo lo mide a grandes incidencias, incapaz de prevenir el dedo acusador, el golpe en la frente, la mordida destellante, caótica, ineludible, de la absurda realidad circundante.
Pido perdón, mucho perdón por la insana e hiperactiva ambición de mis neuronas. Estoy atrofiado, tristemente atrofiado por un querer imperdonable, bufón, traumático. Hay tanta indignación en mí, tanto tormento; repeticiones enfermizas de frases, nombres, efemérides (pido perdón a Fausto Rosario, a Ramón Colombo, a Vitico; a José Novas, Espínola, a mi padre Ignacio Bellido, a mis hijos, a mi mujer Yukari, a la madre que me parió e igual me sufre, a mis hermanas, por ser un hombre con tantas angustias y decepciones).
Creo en Dios ¡ah sí! e igual debe de estar cansándose de mí, de esas diatribas, de esos amagues, de esas estupideces redentoras que intento explicar en la invariabilidad de un día tras otro, cotidianamente, sin que yo mismo llegue a redimirme, sin que yo mismo llegue a funcionar en la forma trascendente de las individualidades.
Me percibo en la orilla viendo el río crecido (del otro lado la posibilidad con sus frutos, el progreso para un pueblo errante, confundido, adorador de becerros, hambriento). En el río mismo, lo que boga con la toxicidad de los cuerpos desmembrados, podridos, agusanados por la indolencia, el crimen, el servilismo y lo atorrante de esa sociedad política, mediática, farfullera nuestra.
Pobre de mí, pobre por tanta terquedad, por tanto vociferar, por tanta locura e inmadurez selectiva! Pobre de mis amigos, los antes nombrados y los que omito para evitarles mayores males. Perdón de todo corazón, perdón!
Aquí les dejo, aquí les ofrezco el momento lucido que me ocurre cada fin de semana (ya mañana volveré con el blindaje, con el saco roto donde guardo los tereques, con la patria en la boca, con Duarte o Bosch, o quizás con Hostos).