Intriga a propios y extraños las razones del pertinaz padrinazgo que ejercen los líderes del PLD en la negociación venezolana. También llama la atención la tenacidad del expresidente Zapatero, quien, contra viento y marea, ajeno al Estado español y a la actitud resoluta del patriarca de su partido, Felipe González, contra el régimen dictatorial de Maduro, sigue esperanzado y confiando en un final feliz.
Se argumenta, particularmente en la península y en Norteamérica, que el afán de protagonismo y los compromisos previamente adquiridos con la “revolución bolivariana”, mantienen en la tarea a esos personajes. Hasta ahora, el conversatorio favorece más al inefable sucesor de Chávez, dueño del bate, la pelota y el guante, y quien arbitrariamente sigue consolidándose en el poder jugando con quienes lo adversan.
Pero el mundo libre no se traga el rimbombante arbitraje, sigue sancionando y criticando con severidad al gobierno de Caracas. Mientras siga el absurdo diálogo, seguirán formulándose hipótesis, esforzándose en descubrir el toqueteo que sucede por debajo de la mesa negociadora.
¿Qué razones mueven a mediar con tanto ahínco en una negociación de “un pasito para adelante y dos para atrás”? Platón, filósofo griego, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, quien dedicó su vida a pensar y a enseñar cómo hacerlo, me resulta de gran ayuda en el intento de entender a esta gente.
El autor de los “Diálogos” considera fundamental diferenciar entre apariencia y “esencia”. Afirma que la primera está sometida a los sentidos, y es, por ende, cambiante y veleidosa; contrasta con la segunda, describiéndola como auténtica y confiable.
La “esencia”, lo que es y no ha dejado de ser nunca, ha sido mercantil en el PLD gobernante. Ahí están sus éxitos económicos que, en menos de veinte años, les colocan a la par de billonarios locales y foráneos. Esa constante, ajena a leyes y a escrúpulos, está en la urdimbre de cualquier decisión, decreto, legislación, proyecto, y narrativa de ese partido. En su naturaleza, está el cómo y cuándo del próximo negocio: cuánto, en qué tiempo, y dónde quedarán depositados los millones que rigen su existencia.
Estudiando cada uno de sus gobiernos, comprobamos que el enriquecimiento es su motivación constante; el resto es engaño, mercadología y sofisma: apariencia.
Adictos al dinero, fueron a sentarse entre Maduro y la oposición venezolana, pendientes de las ganancias contantes y sonantes que, sin reparar en sus orígenes, podrían agenciarse durante el proceso.
En Washington, y aquí también, se conoce el tránsito de capitales venezolanos: llegan los que escapan del chavismo, de negocios sucios que perdieron mercado en la pobreza revolucionaria y, ¡atención!, de la elite madurista, que invierte a manos llenas en esta media isla el efectivo de la corrupción bolivariana. Esos dineros, sucios y limpios, benefician al PLD y a sus socios. ¿Acaso no negocian en Haití con Dios y con el diablo?
Escuchemos al filósofo, entendámoslo de una vez y por todas: el alma no cambia, y por eso las cuentas “off shore” deben seguir llenándose de dinero, no importa si provienen de corruptelas, de trata de blancas, del hambre de la gente, de las drogas, ni el país del que procedan. “Por los cuartos baila el mono”.
Supongo, pudo haber ocurrido, que alguna vez Platón dijera a su alumno Aristóteles: “hijo mío, lo importante no es el baile, es el mono. Dentro del animal está su “esencia”, y ésta no cambia”.