Nuestras sociedades se deslizan atrozmente hacia una uniformidad absoluta. Síntoma claro de ello es que desde hace años hay un elemento que es el único totalmente común al primer mundo, al segundo mundo—mientras existió—y al tercer mundo, no importa su grado de civilización y desarrollo, que es la música de rock, que por horrible que pueda parecer, cierra el círculo devolviéndonos paradójicamente al tan-tan primitivo, que asume nuestro pintor y poeta, desde El rostro de DelfosCírculo diabólico, Nueva crucifixión, pasando por sus alucinados y expresivos lienzos Enigma, Señora sueñoDelfostemplo del presente hasta Juego sórdidoDe los ingredientes, entre otros.

Fue al recorrer, lenta pero progresivamente el camino del conocimiento, el camino de las ciencias físicas, que el hombre y todo su concepto del universo, inició su desacralización. Lo sobrenatural abandonó las montañas y los ríos, desapareció de las cuevas y de los animales, se refugió durante unos siglos en los cielos, si era benéfico y debajo de la tierra si encarnaba el espíritu del mal. Los dioses, como bien decía  Jung, se redujeron en número, los centenares de dioses que habitaron o habitan los panteones hindús o los muchos que compartían el Olimpo, se redujeron a uno solo, y finalmente este se hizo hombre. Pero en esta obra hasta ese Dios-hombre parece haber descendido de su trono y haberse disuelto en el hombre común. Es el momento de la muerte de Dios que anunció el filósofo.

La poética de HRSuriel ha trabajado en la búsqueda de ese lenguaje subterráneo que circula por debajo del significado corriente ya sea de las palabras o de las formas, según se trate de poesía o pintura, tratando  de utilizar estas palabras o estas formas, por el significado  que resultará  de enfrentarlas, inesperadamente y sin lógica aparente, con otras palabras o formas de cuyo encuentro saltará la chispa de un significado diferente. No a otra cosa se refiere André Breton cuando habla de que  “la poética está asentada sobre el choque de las palabras, su enfrentamiento inesperado. La novedad está no en los elementos ellos mismos, sino en sus relaciones” y también Herbert Read cuando se refiere al “aislamiento de la forma de su función práctica y el traslado de esta forma vacía en un contexto muy diferente”.

El descubrimiento de un arte diferente en que no había una forma y un contenido sino que el aspecto exterior del cuadro era el resultado no el desarrollo de un tema sino  de tratar, como hacen todos los artistas  de las artes llamadas primitivas, de hacer visible, objetivo, un contenido sin tomar nunca en consideración su aspecto. Podríamos decir parafraseando a Henri Focillon “el tema significa, la forma se significa”.

Esta misteriosa luz tropical, cuya incidencia oblicua en el universo cromático de  HRSuriel no percibe nada real, es como un agua sin profundidad, un agua estancada, dulce al tacto como la muerte natural.

Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo es productor, solo puede serlo en realidad, y de la realidad. El deseo para HRSuriel es el conjunto  de “síntesis activa” que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción. De ahí se desprende lo real en esta obra, lo cual es el resultado de la simbolización del deseo como autoproducción del inconsciente. Aquí el deseo no carece de nada, no carece de objeto, es el sujeto quien carece de deseo, o el deseo quien carece de sujeto fijo;  no hay sujeto fijo más que por la represión, según se lee en el libro “El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia”,  de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

En la obra  de HRSuriel , como en Deleuze y Guattari ,el deseo y su objeto del deseo es todavía máquina conectada, de tal modo que el producto es tomado del producir, y que algo se desprende del producir hacia el producto, que va a dar un “carácter esquizo” al sujeto nómada y vagabundo.

Schopenhaeur define al loco como el hombre que ha perdido la memoria. Definición llena de agudeza, pues, en efecto, lo que establece la relación de nuestros actos normales y de nuestra vida normal es un rosario continuo de recuerdos de las relaciones entre las cosas y nosotros, y viceversa.

El arte pues, ha surgido del fecundo regazo de la Memoria. Es por ello que en el arte, más que cualquier otra manera, alienta una especie de nostalgia, no de arrobamiento celestial, sino de la gracia que en un principio florecía aquí abajo: de la inmortalidad terrenal. Es por eso que en el arte, y sólo en el arte, el recuerdo del bien primitivo regresa vivísimo.

El estado inquieto y complicado de HRSuriel no es un caso que se deba a los caprichos del destino, ni al ansia de novedad, como algunos creen inocentemente. Es más bien un estado fatal del espíritu humano que, regido por leyes matemáticamente fijas, tiene flujos y reflujos, partidas y retornos y renacimientos, como todos los elementos que se manifiestan en nuestro planeta. Un artista, al principio de la experiencia de su obra, ama el mito y la leyenda, lo sorprendente, lo monstruoso, lo siniestro, lo inexplicable, y se refugia en ellos;  con el correr de los tiempos, al madurar en una civilización, afina las imágenes primitivas, las reduce, las plasma según la exigencia de su espíritu aclarado y dibuja su historia brotada de los mitos originarios. Una época como la nuestra, que soporta en sí  el peso grandísimo de tantas y tantas civilizaciones y la madurez de tantos períodos espirituales, tiene como designio producir un arte que hasta cierto punto se asemeja al de las inquietudes míticas; tal arte surge por obra de unos cuantos, dotados de particular clarividencia y sensibilidad como es el caso de HRSuriel.

Naturalmente tal retorno traerá consigo  los signos de las épocas gradualmente antecedentes, de lo que deriva el nacimiento de un arte enormemente complicado y polimorfo en los varios aspectos de sus valores espirituales. Por tanto el arte de HRSuriel no es un producto caprichoso de los tiempos. Es inútil creer, no obstante, como ciertos ilusos y ciertos utopistas, que dicho arte pueda redimir y regenerar a la humanidad o algún artista en particular; que pueda dar a alguien un cierto sentido de la vida, una nueva redención.

El problema de la comprensión es algo que hoy en día nos inquieta; pero que ya no lo hará mañana. Ser o no ser comprendidos es un problema de hoy. Hasta en nuestras obras morirá un día para los hombres ese aspecto de locura, de esa locura que ellos ven, pues la gran locura, que es precisamente la que no se evidencia ante todos, siempre existirá y seguirá gesticulando y manoteando detrás del biombo de la materia: vivo reflejo  de los valores del judeo-cristianismo occidental.

Hay quienes consideran las premisas de  los valores del judeo- cristianismo—que la realidad ontológica y religiosa es algo que un pintor puede reproducir con credibilidad—ingenua y conservadora. Pero la idea del realismo mediante los valores y contenidos teológicos y religiosos en su apogeo siempre fue más vanguardista de lo que la crítica reconoce.  Courbet, por ejemplo, fue el pintor menos convencional de su época. En su “Manifiesto realista”, habló de querer crear un arte que existiera “al margen de todo sistema  y sin prejuicios…”

Sin embargo, si el inconsciente tiene como analogon la cosa en sí, si nada de él aparece, nada se manifiesta en un fenómeno sensible recibido en el espacio y el tiempo, no hay ninguna materia dada que pueda conocerse, y sólo queda sin objeto la metapsicología, sino también la cura en sí. Ya no tendría sentido descifrar las representaciones-cosa en y mediante el trabajo de las representaciones de palabra. Habría una posición irreductible entre la cosa inconsciente y las palabras de la conciencia, entre la cosa sin representación y las palabras de la representación, entre lo que perdió allá y lo que se aprehende aquí.

Hablar del inconsciente, hacer hablar, se asemejaría en el habla de HRSuriel a esa pretensión que tiene la metafísica de conocer objetos metaempíricos (Dios, el Absoluto, el Ser), “incubando simplemente sus propios conceptos”, con la esperanza de que de  ellos surja la existencia del objeto. O bien, si uno se resuelve a no conocer nada de ellos, habría que decir (como la teología negativa piensa a Dios, y Kant a la cosa en sí), no lo que son los procesos inconscientes, sino que no son, aquello de lo que están exentos: la negación, el ordenamiento temporal, la consideración de la realidad.

En esa extensión delirante mediante  la sola perspectiva de la realidad, cual “máquinas deseantes”, en las obras de HRSuriel nos encontramos con nuestras fantasías mutiladas rozando los límites de la locura.