Francamente no espero que mis lectores habituales conozcan, presuman o entiendan de que va este título.
Debo aclararlo.
Es una canción, un video clip y una cátedra del nuevo mundo que vivimos.
¿Saben quien es Black Point? Es un reggaetonero y “pero mañana me pides lo que quieras” es el titulo de una de sus interpretaciones que invito a escuchar, leer y estudiar como ya ha sugerido a mis propios hijos que hagan.
“Pero mañana me pides lo que quieras” es un canto a la libertad y a la muerte. Puede que no sea mi noción o paradigma de la libertad, pero para Black Point salir de noche armado y con un resguardo, a hacer su “trabajo” y conseguir el dinero que afirma saber donde está y hacerse de este sin preguntar a nadie; para él ese es el camino a la libertad, su libertad. La que le permite tomar a su novia de la casa de sus padres a punta de pistola y desafiando cualquier intento de adversarlo. La libertad de Black Point es, en sus propias palabras, “no vivir esclavo del reloj” porque no le interesa estudiar, hacer carrera, ni siquiera ser pelotero y menos aun invertir su tiempo en nada que no sea de realización y beneficio inmediato, porque la vida puede ser muy corta.
“Mami reza por mi
Tráeme el arma y el resguardo
Porque esta noche yo salgo
Y espérame despierta porque
le traigo un regalito a tu cartera”
El video clip muestra como Black Point secuestra la novia ante la mirada impotente del padre, como, más tarde, la novia ya embarazada, es apaleada y pierde la criatura; hecho que dará lugar a la venganza de Black Point y que al final será lo que provoque su propia muerte.
Hay varias escenas y líneas impresionantes en la canción. Los detalles son apenas importantes. “Pero mañana me pides lo que quieras” desborda desprecio por todos los convencionalismos por los cuales vive la mayoría de la gente. Pero no es solamente desprecio al trabajo, al ahorro, a la tenacidad y al esfuerzo. Es también desprecio a la muerte. Es un decir claro, no me interesa la vida que he tenido sino la que tengo ahora y si el precio es la muerte prefiero pagarlo antes que someterme a la pobreza, mediocridad y falta de esperanzas de mi vida anterior.
Debo consumir y gastar, es mi poder, mi autoridad y mi existencia. Es el modelo que represento y encarno. Como indiqué antes, ya ni siquiera me interesa ser pelotero. Son muchos los postulantes y muy pocos los elegidos. Mucho trabajo y sacrificio. Mejor yo salgo esta noche, armado y con mi resguardo. Yo resuelvo lo que tengo que resolver y los idiotas que se pasen la vida, esclavos del reloj, del entrenamiento, del esfuerzo. Lo mío es mucho y ahora. No pido permiso ni lo doy. Yo soy yo y mi mundo, ese espacio definido por mi dentro de mi exclusión absoluta.
He preguntado e indagado. Jóvenes, adolescentes y no tan jóvenes, conocen la canción y todos han visto el video.
Ahora, de repente, conocida mi reputación de aburrido empedernido todos se asombran del interés que ha despertado en mi la canción, pero en verdad, no es eso lo que me impresiona, sino la actitud de los seguidores, la adhesión, el respeto y casi veneración que sienten por Black Point. Aunque no se atrevan a encarnar la propuesta de vida de la canción, les parece aceptable y buena, por no decir que envidiable.
El asunto aterrador es este: que clase de mundo, que tipo de sociedad, cual herencia y legado colectivo puede resultar de la actitud y la conducta que encarna “Pero mañana me pides lo que quieras.
Antes decíamos que los trabajadores no tenían nada que perder en el socialismo, excepto sus cadenas. Después vi a tantos tratando de hacer de sus vidas una réplica de la biografía de los ricos del pueblo, luego de los tipos de éxito, más delante de los peloteros y faranduleros y de última moda, los políticos. Pero nada de lo que había visto fue capaz de prepararme para el discurso de Black Point.
Leanlo, véanlo, báilenlo si quieren pero sepan que, ni siquiera apurando mi imaginación me atrevo a llegar a las profundidades de este canto a la libertad de hacer lo que le da la gana con absoluto desprecio a todo lo demás. Pero, por encima de todo, es la franqueza del discurso, el desenfado y la tremenda aceptación.
Deberíamos pensar sobre esto, pero la gente prefiere no pensar y muchos de los que a veces lo intentan no son capaces de dejar atrás lo manido, la estupidez, la hipocresía. No se trata de condenar la canción y al autor, sino tratar de entenderlo y entender que hemos hecho tan mal que hizo todo esto posible.
Mi madre hubiera dicho: que Dios nos coja confesados.