Una carita siempre sonriente, una fuerza de voluntad descomunal, este es el retrato de Perla, una niña que nació con un problema congénito que le impedía caminar.
La conocimos hace dos años cuando su padre la cargaba escaleras arriba para llevarla hasta la sala de un curso sabatino, donde luego la niña se desplazaba con un andador.
No la volvimos a ver por un año hasta que reapareció caminando a duras penas y deslizándose sola por las escaleras con un bastón ortopédico y un empeño conmovedor.
Interiorizó el mandado del último cirujano que la operó, y lo hizo suyo: “ahora caminar depende de Dios y de ti”. Se ejercita con su bastón agarrándose de la pared, haciendo idas y vueltas en el patio para entrenarse y revertir su impedimento porque -comenta ella- “todavía no puedo correr”.
En su corta vida esta niña ha sufrido seis operaciones para poder enderezar sus piernitas torcidas. El sufrimiento la maduró antes de tiempo. Habla siempre sonriente de manera pausada con una propiedad increíble para su edad. No les cogió miedo a los cirujanos y quiere ser doctora.
Me enteré que su padre murió el año pasado de un paro cardiaco. Ahora es su madre que la transporta en motor, en el que la niña se encarama sola riendo con orgullo. Este motor fue comprado por el papá luego de vender su carrito porque el dinero no le alcanzaba.
La relación de la pareja era completamente disfuncional, sin amor ni comprensión. Hecha de desprecio, abusos, humillaciones, golpes en la cara cuando no obedecía, presión psicológica de parte del esposo que gastaba su sueldo en casas de cita de mala muerte en el fondo de callejones. Para soportar tanta desgracia ella se convirtió a cristiana.
Su desaparición súbita fue más bien un alivio para la joven mujer que encontró apoyo en su comunidad y las fuerzas necesarias para asumir sola su papel de jefa del hogar con una pequeñísima pensión que recibe.
Arreglaba cabellos en un pasillo frente a la única pieza de su hogar. Sin embargo, el olor de los productos le apretaba el pecho a la niña, y decidió cambiar de rumbo.
Además de la discapacidad de Perla, ambas sufren de una condición que les fue transmitida por el marido vagabundo y a las cuales tienen que hacer frente de por vida.
Desde hace tiempo la joven madre solo sueña con lograr un milagro y salvarse de esta terrible herencia que le dejó su pareja y que le ofrece pocas esperanzas de volver a rehacer su vida.
Además, el esposo autorizó que fuera preparada sin su consentimiento durante el parto. Drena sus energías estudiando enfermería y llevando la niña a todas las actividades que le sea posible para ser retribuida con una sonrisa llena de esperanza que cautiva por su gran deseo de vivir.
Los familiares del fallecido la culpan de su muerte; dicen que fue ella que lo enfermó y no quieren verla. Hablan de un esposo ejemplar, un padre abnegado, trabajador, dedicado, fiel e incansable. Ella solo piensa que no estarán hablando del padre de su hija sino de un santo que Dios se llevó para que no se corrompiera en esta tierra. En fin, la familia solo quiere recuperar el motor.
Por haber vivido tantas vicisitudes, madre e hija están muy acopladas, pendientes la una de la otra y tienen una relación de gran complicidad. Sin embargo, se siente el respeto de la madre hacia las necesidades de libertad de su hija y su consciencia de que una protección excesiva podría ser dañina para su futuro.
El camino de Perla y de su madre está lleno de escollos, de altos y bajos, de nada se enferman. Sin embargo, ellas son un admirable y motivador ejemplo de persistencia, coraje y resiliencia frente a todas las adversidades que la vida les ha deparado. Ver esta joven mujer, frágil y fragilizada proyectarse con su hija en el futuro con tanta fortaleza, tener sueños de crecer para luchar y fe en la vida, es un ejemplo de cual debemos todos inspirarnos.