Entre viejos y guardados papeles, (enero 2011) se me ocurre narrar, nueva vez, aquella vivencia, íntimamente ligada a las actividades guerrilleras que se llevarían a cabo en "las escarpadas montañas de Quisqueya" , y que dejó sellos lacrados en mis recuerdos. Veamos.
La compañía para la cual trabajaba mi padre decidió trasladarlo por su buena práctica profesional. Aunque un poco cansados pero alegres y con las maletas llenas de colores, de ilusiones, como grupo familiar Perdomo Pérez, estrenaríamos un nuevo proyecto de vida.
Llegamos a Santiago a mediados de 1952, procedentes de Santo Domingo, mis padres Eugenio y Quisqueya, mi hermano Virgilio Eugenio y yo. Tanto mis progenitores y mi hermano, hoy descansan en la Morada del Altísimo.
Nos recibió la noche fresca y las estrellas titilando en el firmamento. ¡Que bonito nuestro nuevo hogar!, además de la maravillosa familia de vecinos que de inmediato nos acogió. Margarita, mi amiga primera, me mostró las hermosas calles de su pueblo. A Mamana y Papalá, sus abuelitos, los sentía como míos. ¡Cuánto amor nos brindaron y qué deleite las veladas en su casa! A gran distancia de nuestro lugar natal, La Romana, allí donde residían, quedaron mis tías, abuela, primos y amigos de la infancia.
Con mucha algarabía, recibimos la llegada de nuestra hermana menor, Elia Celeste. Su nacimiento en Santiago de los Caballeros representó gran alegría para nosotros. En esos momentos jamás supuse la violencia con la que tendríamos que abandonar este amado pedazo de suelo cibaeño.
Años después, la ejecución, cobarde, de Manuel Aurelio Tavárez Justo, – Manolo-, líder de la Agrupación Política 14 de Junio y de una buena parte de su grupo guerrillero, asesinados en “las escarpadas montañas de Quisqueya”, en Las Manaclas, sección de San José de las Matas, ocurrida el sábado 21 de diciembre de 1963, desencadenó que mi casa se convirtiera en el escenario de vivencias nunca sospechadas.
En la ciudad, como protesta, se escuchó la detonación de bombas caseras, hecho del que mi madre y yo fuimos acusadas. Nos detuvieron en nuestra casa. El oficial nos informó que necesitaban interrogarnos sobre nuestras supuestas acciones terroristas y por la fabricación de bombas caseras.
En esos días, los dominicanos éramos gobernados por un Triunvirato, bajo la Presidencia del Lic. Emilio de los Santos y los miembros Manuel Enrique Taváres y Ramón Tapia Espinal, tras el derrocamiento del gobierno constitucional del profesor Juan Bosch. Ya mi padre había sido asesinado por la dictadura trujillista y quedamos “fichados”.
Jamás tuve una bomba cerca, mucho menos sabía cómo elaborarlas. Ya en el Palacio de la Policía, finalizados los interrogatorios, nos dejaron pasar la noche, sentadas, en un banco del patio de la Institución. El frío calaba los huesos. No quedó otra alternativa que mantenernos muy cerca una de otra, casi abrazadas, para transmitirnos calor. ¡Que noche tan larga y tan fría! Detenidas, ¿por qué? Era un domingo 22 de diciembre, vísperas de Navidad, finalizando el 1963. ¡Aquello era increíble para nosotras!
Al momento de nuestro apresamiento, Virgilio Eugenio no se encontraba en la casa. Unas vecinas, percatándose del operativo policial, se las ingeniaron para sacarlo antes, haciendo una especie de soga humana y lo ocultaron en la habitación de una casa vecina. Luego, ayudadas por otros compañeros, bien entrada la madrugada, lo sacaron por los techos de las viviendas contiguas hasta llevarlo a la calle El Sol, donde lo aguardaba Jim, con sus hermosos ojazos azules, manejando un automóvil en el que lo llevó a Santo Domingo para librarlo de la tenaz persecución militar desatada en su contra. ¿Y mi hermanita? ¡Dios, la recordé! ¡Quedaría a solas en la casa! No, gracias a Scarlett, de amistad inmedible, quien la llevó consigo y la protegió, junto a toda su familia.
La mañana, incierta, nos salpicó la cara. Trasladadas a la Fortaleza “San Luis”, el 23 de diciembre, nos “depositaron” en la oficina del Alcaide, nuestra morada en navidades. En el recinto penitenciario no existen celdas para mujeres, nos dijeron. ¿Y ahora qué? El recibimiento de los prisioneros comunes fue impresionante pues no eran políticos. Voces de: ¨!Viva la Patria, vivan las mujeres, vivan los valientes! ¨, acompañadas del festín de los ruidos producidos con latas y cucharas, no me permitían salir de mi asombro.
Temprano, en las primeras horas del día, sentadas en una banqueta mugrienta, añeja como la cárcel misma, horrorizada y confusa, le ví llegar: ¿Por qué habrán traído a Leo? ¿Tal vez vino a visitarnos? No pensé que estaba detenido. El libro de su propiedad, ¨Cuba no es una Isla¨, además de su foto, reposando sobre mi mesita de noche, determinaron los motivos para que fuera apresado y encarcelado.
Se consideraba que tales lecturas inducían a prácticas terroristas y anti-gobiernistas. Compañero de trajines literarios, de inquietudes paralelas, también sufrió la dureza de la prisión, con la interrogante de cómo terminaríamos este episodio.
Por las noches, para dormir, Leo era conducido a la solitaria número 6; nosotras, en cambio, con ayuda de un preso de confianza, rodabamos el escritorio del Alcaide, poníamos el colchón sobre el piso y a mal pasarla hasta el siguiente día. Nos despertaban, además de sus ruidos, el olor del rico café de los reclusos, el atento brindis que nos hacían en sus originales tazas, cuidadosamente confeccionadas, de pequeñas latas de jugo o salsa de tomate. Mi mamá, con la mirada, me indicaba aceptarlo.
A mi tío Villa –Marcos Antonio Lugo Pión, con su ayuda valiente, incalculable para nosotros- le permitieron llevarnos el dichoso colchón, porque de lo contrario habríamos dormido sobre el suelo. Él también cuidó de mi hermanita, luego de que fuera socorrida por Scarlett, y se ocupó, más adelante, de llevarla a la capital.
Gracias a Doña Carmen Santos de Núñez, y a sus hijas Libertad y Scarlett; a Doña Ana Josefa Mercedes Fernández de Madera (a) Fefita, madre de Leo, ambas damas descansando en los cielos, pudimos, aunque presas y separadas de la familia, disfrutar de la tradicional cena navideña, así como de los alimentos que ellas nos llevaron los demás días que pasamos encarceladas.
Esa “Nochebuena ”, colocamos los platos sobre el escritorio, en nuestra ¨celda privilegiada¨ del momento, separadas de los reos, viviendo una experiencia cargada de matices, que jamás olvidaremos.
Los tribunales interrumpen sus labores en el feriado de las Pascuas. Resultaba vital sesionar antes de finalizar diciembre o permaneceríamos prisioneros hasta los primeros días de enero. A tales efectos, y mediante Habeas Corpus, celebrado el sábado 28, en la Tercera Cámara Penal, asistimos a la audiencia: Juez, Fiscal, abogado defensor y los acusados.
En la Sala de Audiencias, la atmósfera me resultó terrible, agobiante. El Fiscal acosaba con sus preguntas; nuestro abogado, implacable en defender la libertad y sus principios, con la palabra magistral, atinada, de quien rescata la presa inocente de las garras de la bestia.
El Fiscal pide mantenernos en prisión por 20 o 30 años, y trasladarnos a Moca, a la cárcel de mujeres; para Leo, igual condena. Justo Castellanos argumenta falta de evidencias en contra de ambas; y para el ¨hombre que tiene más nombres que un misal viejo, el ingeniero José Leovigildo Rafael Altagracia Madera Fernández¨, argumentó que el hecho de ser propietario del libro incautado en casa de la familia Perdomo Pérez, no es evidencia que se corresponda con la petición para su condena.
Finalizados los debates, el Juez nos solicita ponernos de pié y acercarnos al estrado para dictar su veredicto. Mientras susurraba algunas palabras, mi estabilidad se tambaleaba. Finalmente, con autoridad y voz muy clara, el Juez dictaminó: ¡descargados por falta de pruebas y declarados inocentes! Salté por los aires, abracé a mi madre, muy fuerte, también a Leo y ¡me colgué de sus cuellos!
Mi tío Villa, hoy fallecido, que estuvo con nosotros en el juicio, también saltó de júbilo. Terminados los trámites, el Juez se le aproximó, instruyéndole enérgicamente:¨!sácalas de la ciudad inmediatamente y así evitas que de nuevo las detengan!”. Dejamos la pequeña oficina, cruzamos la acera y precipitadamente entramos a su vehículo, dirigiéndonos a Santo Domingo como destino final.
Salimos de Santiago sin pasar por nuestra casa, sin tiempo de recoger algunas pertenencias. Ante tanta precipitación, yo no entendía nada. Viajamos con lo puesto, sin ropas limpias y con el aroma de la prisión; cargadas de recientes vivencias y de muchas emociones. Al llegar, nos reunimos con mi hermanita. ¡Cuánta emoción al verla y poder abrazarla de nuevo!
Este viaje, que nos llevó a un exilio indeseado, significó despedirme de una ciudad que tanto me gustaba; privarme del paseo por sus calles, y de poder contemplar sus puestas de sol que me bañaban el alma y surgió la implacable distancia, la incomunicación involuntaria, y la pérdida, de aquel a quien amaba.
En ese período de nuestras vidas, la mano invisible, solidaria una vez más, se extendió para abrigarnos! ¡Recuperamos la libertad! Reinó el regocijo entre nuestros familiares y festejamos la llegada del año nuevo con ¨patas de gallina¨, cohetes, pitos y luces de bengala. Ante tanta bulla, recordé el alboroto de los presidiarios, humildes, solidarios, ofreciéndonos su café en sus originales tazas.
Gracias a Dios, y a su Misericordia, recibimos el amor y el apoyo de hombres y mujeres que no nos cerraron sus puertas ni tampoco nos abandonaron. Para ellos, mi eterno agradecimiento y bendición.
En cuanto a Virgilio Eugenio, se escapó esa vez y no paró jamás de luchar hasta que un 12 de Enero de 1972, entregó su vida por esta Patria que tanto amó, junto a Amaury Germán Aristy, Ulises Cerón Polanco y Bienvenido Leal Prandy. !Loor a sus memorias!