En nuestro país la campaña electoral nunca duerme. Cuando todavía la tinta de la jornada electoral del 2012 se encontraba fresca en el dedo índice del elector, extemporáneamente apareció en las gigantescas vallas de las principales ciudades y carreteras, la propuesta de un candidato para las elecciones del 2016. De esa manera se inició, en realidad, la actual campaña, el día después de la toma de posesión del presidente de turno.

Como consecuencia de la unificación de las elecciones que dispuso la Reforma Constitucional del 2010, bajo el argumento peregrino, que rodó temprano por suelo, de que las elecciones separadas eran las causantes de las campañas a destiempo, el día 15 de mayo del 2016, por primera vez desde el año 1994, todos los cargos serán escogidos el mismo día.

Sin embargo, motivados por la frase: “Al que mucho madruga Dios lo ayuda”, sin ningún temor de ser frenados por las autoridades, los precandidatos salieron a correr, más temprano que nunca, detrás de los cargos presidenciales, congresuales y municipales.

En nuestro país, la lucha por el poder solo se detiene, durante el período constitucional de cuatro años, cada año, durante los últimos tres días de la conmemoración de la Semana Santa, por una tradición religiosa que los partidos políticos todavía respetan, y veinticuatro horas antes de la jornada de votación, en cumplimiento del artículo 108 de la Ley Electoral, que incluye la prohibición del expendio de bebidas alcohólicas hasta tres horas después de la votación.

De su lado, tal y como plantea el Diccionario Electoral del Instituto Interamericano de los Derechos Humanos, el período de reflexión contemplado en la Ley Electoral, tiene el propósito de suspender los actos de publicidad electoral, a fin de que los electores puedan contar con un período de reflexión para madurar el sentido de su voto, al tiempo de garantizar que los partidos puedan participar en la siguiente fase del procedimiento electoral –la votación– y que sus militantes y candidatos puedan desplazarse a sus circunscripciones electorales para emitir su voto.

En cambio, durante la Semana Santa, los políticos por tradición hacen un alto en el camino y le dejan el espacio a la religión, para que en razón del elevado significado que tiene para las confesiones cristianas la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, la celebren a plenitud.

Después de un recogimiento total durante los días jueves, viernes y sábado de la Semana Santa, las formaciones políticas retornan el domingo a la campaña política, recibiendo a los vacacionistas, cargados de propaganda, en las carreteras y las entradas de las ciudades, recordándoles, después de una breve pausa, su retorno al país del activismo político permanente.