María vivía en el fondo de un callejón, en lo que ahora se designa como condiciones de extrema pobreza o vulnerabilidad. Siempre me acuerdo de ella, desde niña, cargando un bebe en los brazos, los tres sobrinitos, la media docena de primitos.

Más que nadie sabía de las dificultades de atender a un niño, de buscar el dinero de la leche, los cuartos para llegar al hospital. Como la mayoría de las niñas que viven en los callejones, no necesitaba del programa “Bebé, piénsalo bien”. Un programa que consiste en entregar a estudiantes de entre 13 y 17 años un “simulador de bebé”, al que deben dar todos los cuidados de un recién nacido durante dos días y el cual es monitoreado mediante un chip que registra todos los eventos, con la intención que las jóvenes se percaten de las exigencias de la crianza de un bebé, para retardar las primeras relaciones y evitar los embarazos de adolescentes.

María no tuvo niñez y no tuvo juventud. Repitió los patrones adquiridos y siguió la tradición familiar de embarazos precoces. Un buen día, pasó de tía a madre con 14 añitos mal portados. Chequeos de embarazo no hizo; sin embargo, Dios provee y con su cuerpo de niñita, dio a luz a una preciosa y sana muñequita que procreó con otro menor. Como los estudios no eran su fuerte, los abandonó casi con alegría.

Los adolescentes no están preparados para afrontar la vida en pareja. Probaron todos los arreglos posibles, vivir donde los padres del muchacho, vivir con las hermanas de la muchacha, vivir los tres en una pieza, vivir separados.

A las niñas madres, a menudo, les pesan rápidamente las responsabilidades para las cuales no están preparadas ni físicamente, ni mentalmente. María, harta de cargar bebés, quería vivir su juventud y el joven, reventado por un trabajo de mala muerte que no les daba ni para ir hasta la esquina, no veía de un buen ojo sus salidas nocturnas con sus amigas.

Pleitos iban, pleitos venían; él la golpeaba y ella, con su mal genio, le gritaba y se defendía. Un buen día el pleito fue más lejos y él le rompió un brazo; ella no lo denunció,  se separaron de nuevo; entre pleitos y pleitos se arreglaron, justo el tiempo de fabricar un varoncito. El padre se quedó con el niño en casa de sus padres, y ella, huérfana, con la niña donde sus hermanas, sin trabajo, sin haber acabado sus estudios, sin un chele.

El tenía el sueño americano en la mira, ya que su hermano vivía en la Gran Manzana. Se estaba preparando para dejar el país, pero tenía muy claro que no quería irse sin sus hijos. Hizo todos sus trámites como manda la ley. Le metió los mil y un cuentos: te arreglaré los papeles luego, te mandaré a buscar, te voy a pedir, no será por mucho tiempo.

Los vecinos y amigos le decían: no estás casada, no dejes que se lleve los niños, déjalo ir y váyanse luego los tres, los niños son tu seguro para el futuro. Ella no se daba bien cuenta de lo que es la distancia, ni de lo que son el papeleo, el pasaporte, las citas, la visa; no les daba importancia a esas cosas, eso lo manejaba el papá con su familia.

A lo mejor pensaba que si el padre se llevaba los niños, sería solo por un tiempo y que ella iba a ser libre para poder, por fin, vivir su vida. Se fueron en Navidad hace dos años. Un niño de tres años y una niña de cuatro, acostumbrados a sus callejones, a vivir sin agua corriente, con poca electricidad, a dormir sobre colchones podridos o de a tres y hasta cuatro en una sola cama, con comida escasa, mucho griterío, juegos destartalados. Llegaron a Nueva York al apartamento del tío, con muebles, sofá, televisión, agua caliente, luz a todas horas, juguetes por pila y árboles de Navidad gigantes iluminados en las calles. Se sintieron tristes al principio, pero distraídos y deslumbrados por todo cuanto acontecía a su alrededor. Hubo muchas llamadas, pero poco a poco estas fueron disminuyendo.

María, sin rumbo, se deprimió. Se puso flaca; buscó trabajo, pero no sabía de ningún oficio, andaba de vaga. Ahora tiene un novio, salen, toman, y el “marido” se enteró de una vez (entre Nueva Yol y Villas Agrícolas los chismes andan tan rápido como en el mismo callejón). Ahora él le reclama, lo que hace más improbable todavía la reunificación familiar.

A los 20 años perdió a sus hijos y sigue el único camino que conoce. Ayer depositó una querella contra su hermano, con quien comparte la vivienda y la acaba a golpes porque trae un hombre a la casa. Pronto creará otra familia cuyo futuro será tan incierto como el de la primera. María no tiene un plan de vida y, como tantas otras jovencitas, solo piensa en buscar -y encontrar- un hombre que “la saque” de su situación y le resuelva sus problemas del momento.

Según los datos del Mapa de Embarazos en Adolescentes publicado en marzo 2017, el 61.4% de las adolescentes alguna vez embarazadas en el país pertenecen a los dos quintiles más pobres. Las adolescentes con nivel de instrucción básico o primario presentan un porcentaje de embarazos casi seis veces mayor a las que tienen nivel superior.