El desempleo femenino es más del doble del desempleo masculino, y las mujeres jóvenes son las más afectadas. Según datos del Observatorio Laboral Dominicano, al 2011, entre la juventud de 15 a 29 años, el 39.3% de las mujeres estaban desempleadas, frente a un 18.8% de los hombres.
Pero las que están formalmente empleadas tampoco gozan de los mismos derechos: por igual trabajo realizado perciben salarios promedios equivalentes al 79% de los ingresos percibidos por los hombres, reflejando una importante brecha salarial, la que es más elevada para las mujeres con grado universitario y educación media. Estamos mejor preparadas y sin embargo seguimos ganando menos.
En el caso de las profesionales independientes, la situación es más compleja. Las mujeres consultoras somos más vulnerables a las discriminaciones de género que las asalariadas.
En un mundo al mismo tiempo adultocéntrico, los adultos mayores no corren con mejor suerte. Al pasar los 50 años tus probabilidades de contratación van en picada
En primer lugar, porque tenemos menos claro los criterios de selección para contratar, y en segundo lugar, porque nos es muchas veces imposible conocer a ciencia cierta los presupuestos de los proyectos y los montos asignados a cada tipo de contratación, sumándole a esto la inestabilidad que conlleva no contar con un sueldo fijo.
Aunque cada área tiene sus particularidades (yo hablo desde la jurídica), así como hay ciertos oficios que siguen siendo considerados oficios de hombres, así todavía existen ciertos trabajos de consultoría que prefieren ser otorgados a hombres.
Peor aún, cuando se trata de consultorías compartidas, las pagan un porcentaje más alto a ellos atento a “mayor prestigio”, “dilatada trayectoria”, y un largo etc. En un mundo al mismo tiempo adultocéntrico, los adultos mayores no corren con mejor suerte. Al pasar los 50 años tus probabilidades de contratación van en picada.
Estas prácticas, que bien encajan dentro de lo que ha sido definido como micromachismo, pequeñas tiranías, o sexismo benévolo, al ser comportamientos naturalizados, legitimados e invisibilizados (Bonino, 2004), y al constituir resistencias hacia una real equidad, tienen consecuencias igual de dañinas que las consideradas violencias graves para la vida emocional de las mujeres, puesto que son anulaciones cotidianas.
Lo irónico es que dichos comportamientos se asumen desde entidades cuya misión es la defensa y promoción de los derechos humanos. Me pregunto por qué no se comienza a exigir una ética corporativa que a lo interno de las empresas, ONG’s y/o organismos internacionales proscriba la discriminación laboral en cualquiera de sus formas.
Por ejemplo, a través de políticas que establezcan que cuando se abran convocatorias de proyectos se transparenten los montos destinados a cada trabajo específico y no que sea la persona interesada la que tenga que proponer una oferta económica (¡no entiendo lo que se intenta garantizar con esto!), y que se destine tiempo suficiente a indagar si existen consultoras con el perfil adecuado para llevar a cabo la tarea. Definitivamente, urge que el discurso vaya acompañado de la práctica.
Pienso que debemos crear algún espacio de reflexión entre mujeres (asalariadas, consultoras) con miras a viabilizar acciones de colaboración y defensa. No es que se nos contrate por ser mujer, sino que queremos competir en igualdad de condiciones.