Deseo empezar con una observación sobre la XXVIII Bienal Nacional de Artes Visuales. Se me hace difícil no compararla con otras bienales pasadas. Las últimas bienales de Santo Domingo se vieron afectadas por la controversia y el escándalo, cuestionadas por unos y criticadas por otros. Los cuestionamientos y las críticas llovían a raudales, y obedecían a una profunda disconformidad con su naturaleza, sus criterios de selección y premiación, y sus resultados. De más en más, se observa una marcada pero cuestionable tendencia –al nivel internacional y local- a privilegiar de manera interesada y arbitraria determinadas prácticas artísticas (las artes mixtas: el videoarte, la instalación, la performance, lo que la controversial crítica de arte mexicana Avelina Lésper sardónicamente llama VIP) en detrimento de los géneros tradicionales (la pintura, el dibujo, el grabado, la escultura). Este hecho divide a los artistas: mientras los nuevos bienalistas dominicanos parecen locos por entrar en el museo y ver premiadas sus obras expuestas allí, los puristas y los radicales coinciden curiosamente en su desdén hacia la institución cultural y el evento mismo.

La controversia es siempre favorable al desarrollo del arte y del pensamiento, a condición de que mantenga el nivel intelectual y exprese un espíritu de debate abierto y crítico de las ideas. Aparte de ser la fiesta del arte y la cultura nacionales, la Bienal –cada Bienal- está llamada a ser también un espacio a la vez lúdico y reflexivo, esencial para la imaginación creadora. No siempre se puede obtener consenso a partir de la visión de las diversas formas y prácticas artísticas, pero el debate posibilita siempre este consenso.

Conversando con gente que asiste al evento, en su mayoría jóvenes profesionales y estudiantes universitarios, he podido recoger algunas impresiones. En opinión de muchos, las obras exhibidas en esta ocasión –tanto las seleccionadas como las premiadas- son de mejor calidad que las anteriores. En la mía propia, esta Bienal luce mucho más equilibrada, incluyente y diversa que otras ediciones anteriores. A juzgar por las mismas obras, se podría decir que es una Bienal de la diversidad y la apertura. No es sólo la bienal de la dominicanidad, sino también de la caribeñidad. Lo caribeño como huella y presencia plural está presente, visible en obras de diverso género y factura. Sorprende la amplia variedad de géneros, estilos, temas y formatos de las obras. Llama la atención la toma de conciencia crítica y el compromiso del artista frente a temas urgentes de la vida y la realidad nacionales. Esa postura consciente se opone a la falta de compromiso social que caracteriza lo posmoderno.

Es un hecho sintomático: el arte de nuestro tiempo “tiene lugar” cada vez más mediante la tecnología. Los avances tecnológicos posibilitan las innovaciones en la producción artística. Han emergido nuevas prácticas y modalidades artísticas y culturales. Parece como si hoy no pudiera haber arte sino mediante la tecnología, como si todo el proceso creativo no pudiera prescindir de las herramientas tecnológicas del presente.

La producción sensible, material y espiritual, de nuestra época abarca también el amplio espectro de la comunicación visual. Pensemos en el campo de las llamadas culturas visuales, que abarcan desde las artes visuales y las artes de medios o multimedia hasta la publicidad y la moda. El arte multimedia, en particular, implica la relación estrecha entre arte y tecnología, que da lugar al llamado arte digital. La tecnología sirve como plataforma para diversos géneros: pintura, dibujo, grabado, fotografía, videoarte, grafiti, body art, tatuaje. En nuestro medio cabe destacar la experiencia del grupo Performance urbano, que dirige el profesor universitario Pedro Veras. El pensamiento estético no puede ignorar estas realidades emergentes. De ahí que sea necesario incorporar la reflexión teórica sobre las nuevas prácticas artísticas.

La sensibilidad posmoderna, diversa y abigarrada, comprende también procesos de fusión e hibridación artísticas. La historia del arte registra cómo desde las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI se ha producido un fenómeno notable: la integración de diversos medios y disciplinas en la producción de obras que utilizan tecnologías distintas o paralelas a la creación artística. Es obvio que el artista visual se beneficia de los avances en ciencia y tecnología, los incorpora y los usa para sus propios fines. Este hecho permite crear nuevas expresiones y modalidades, nuevos lenguajes del arte. Los avances científicos y tecnológicos permiten también llevar a cabo una especie de “transculturación” de pueblos, culturas y geografías, que hace posible un intercambio enriquecedor de ideas y experiencias. La Babel lingüística y cultural ha llegado al arte. El arte de hoy ya no se halla confinado a los espacios tradicionales: los museos, las galerías, los centros de arte y cultura. Está en todas partes, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Cabe preguntarse si lo que llamamos arte contemporáneo es expresión de la mirada personal del artista –pienso ahora en la nouvelle vague francesa en cine- o, más bien, resultado del uso intensivo o extensivo de un medio tecnológico. En cualquier caso, la fusión de medios y disciplinas, junto al intercambio o la interacción entre diversos géneros, han dado lugar a nuevas mediaciones artísticas de carácter audiovisual: la instalación y la videoinstalación, la performance, el videoarte… De ahí que se pueda hablar entonces de un arte híbrido y emergente.

(*) Lo contemporáneo es siempre problemático. A propósito del arte contemporáneo, la Lésper ha declarado con dureza: “La carencia de rigor (en las obras) ha permitido que el vacío de creación, la ocurrencia, la falta de inteligencia sean los valores de este falso arte, y que cualquier cosa se muestre en los museos”.