La era digital nos proporciona herramientas tecnológicas para el empoderamiento. Internet, por ejemplo, es una de ellas. Más allá de la “anarquía” de Internet, del aparente caos cibernético y la inmanejable jungla de informaciones, hay quienes la ven como un medio de realización de la libertad política, como un fortalecimiento de la democracia. Para pensadores como Ulrick Beck, por ejemplo, Internet es “un empowerment del individuo respecto de los grandes poderes fácticos”, ya que el Estado no puede ejercer control ni dominio total sobre la jungla del ciberespacio y los cibernautas. Pero otros no son tan entusiastas. Para Alain Badiou, Internet no es una herramienta tan libertaria como suponemos. En una entrevista concedida en el año 2010 a Eduardo Febbro, del diario argentino Página/12, Badiou declara que la tecnología de Internet y la conexión universal son la realización material y tecnológica de una falsa ilusión igualitaria. Umberto Eco denuncia que las redes sociales han empoderado a “legiones de idiotas”, y Zygmunt Bauman las tilda de “trampa”.

Emancipación

Lo que en ningún caso se puede obviar es su potencial uso libertario y protestatario para denunciar la opresión, expresar la indignación y la rebeldía de la gente, y desafiar al poder. Una convocatoria por las redes sociales a una marcha de protesta contra la corrupción y la impunidad es una herramienta, si no emancipadora, al menos democrática y libertaria.

“Empoderamiento” es un concepto que suele ser pensado casi siempre en términos de derechos y libertades civiles, pero rara vez de saberes. Es preciso, pues, ampliarlo. No puede haber empoderamiento real y efectivo sin un saber emancipador. ¿Vuelta entonces al proyecto emancipador de la modernidad? No se trata sólo de un poder-hacer sino también de un saber-hacer. Si este proceso de empoderamiento del ciudadano deja las cosas tal cual están, si no cuestiona a fondo el orden establecido y más bien lo reproduce, fracasa en su propósito fundamental. Si el sujeto empoderado no es capaz de transformar la realidad y, por tanto, de generar historia (de producir acontecimientos históricamente relevantes), se deslegitima y se desfundamenta.

Bien entendido, “empoderamiento” es un concepto plenamente moderno, y no posmoderno, propio de una modernidad inconclusa como proyecto, o tal vez de una segunda Ilustración o una segunda modernidad, como la que sugiere Beck. El empoderamiento no es propiamente la emancipación, pero sí es una de las condiciones de posibilidad de la emancipación.

El discurso posmoderno constituye una crítica de esa grande narration que es la modernidad. Pero, ¿cómo sabemos que la crítica del relato moderno no es, a su vez, un nuevo relato? ¿No será más bien un contrarrelato?

Ya no existe un discurso general, sino una pluralidad de discursos, como tampoco existe un lenguaje general, sino multiplicidad de lenguajes. El sujeto está enredado en los múltiples juegos de lenguaje. Se subraya el carácter local, no universal, de todo discurso, narración o relato. Se desmitifica así la pseudouniversalidad del discurso. Porque, en realidad, todo discurso pretende ser universal, no local, y por eso se presenta a sí mismo como universalmente válido para todos. Me pregunto si esta pretensión de validez universal no pertenece a la naturaleza o esencia misma del discurso. Es cierto que la pluralidad de discursos de esta abigarrada posmodernidad viene a refutar tal pretensión y tal naturaleza o esencia. Pero he aquí que el discurso posmoderno es un falso discurso local, pues en su uso efectivo aspira a ser un discurso universal. Parte de una sociedad y una cultura concretas, las analiza y las compara con otras sociedades y culturas, luego saca inferencias sobre la sociedad y la cultura en general. En esencia, procede por inferencia y luego generaliza. Pero aun si el carácter de su discurso fuera local, ¿cómo podría entonces ser válido en otros ámbitos? Y si lo posmoderno es el correlato discursivo de la sociedad posindustrial, ¿cómo podría aplicar al resto del mundo, a sociedades aún no industrializadas?

Revolución

Habría que pasar de las grandes narraciones (grands récits) a las pequeñas historias (petites histoires). De la falsa legitimidad de un discurso universal y único a la realidad de un discurso local y plural. Toda restitución del sujeto deslegitimado y toda tentativa de superación de su crisis de legitimidad pasa necesariamente por el proceso de convertir las grandes narraciones en pequeñas historias.

Hemos sido desubjetivados, vaciados como sujetos, por la marcha avasallante de la posmodernidad tecnológica. Ahora hay que volver de nuevo al sujeto. Hace falta restituir al sujeto (cognitivo y práctico) en el centro de todo debate filosófico. Para ello hace falta restituir también la abandonada función referencial del lenguaje. Restituir, rescatar al sujeto significa empoderar al ciudadano, pues no hay verdadero rescate del sujeto sin empoderamiento del ciudadano. Empoderar al sujeto: poder ciudadano.

Parar la corrupción y la impunidad