La tarea de la filosofía no debe limitarse jamás a la mera constatación de hechos consumados, ni a la validación acrítica de los cambios de paradigmas epocales. Su tarea es más bien pensar –o, mejor, volver a pensar de manera crítica los supuestos de estos hechos y cambios, el estatuto del saber y del sujeto contemporáneos. Repensar todo eso que está sucediendo en el mundo ante nuestra mirada perpleja, todos esos procesos cognitivos y comunicativos, su significación, su legitimidad, su impacto sobre el orden social, cultural y humano. A fin de cuentas, quien automatiza, informatiza, digitaliza es siempre un individuo, no un sujeto en general, sino uno muy concreto que es múltiple y diverso: sujeto a la vez de conocimiento, de acción y de derecho.

Sujeto enajenado

Una filosofía que recupere el papel del sujeto del saber científico implica un trabajo productivo y comprometido en lo social. Hablo de un sujeto plural y diverso: el sujeto de la filosofía (ser con experiencias e ideas), el sujeto de las ciencias sociales y políticas (sujeto histórico), el sujeto del derecho. Es preciso entender la acción del sujeto como querer, poder y saber. Este proceso implica tres competencias esenciales: un querer-hacer, un poder-hacer y un saber-hacer (know-how).

Quiero insistir en lo que ya en otro lugar he planteado. El querer-hacer expresa la voluntad política del sujeto, el poder-hacer implica posibilidad material, real y concreta, y el saber-hacer supone conocimiento especializado y pericia. Muchas veces el sujeto no va más allá del querer-hacer como intención y voluntad porque carece de visión de sus posibilidades reales y concretas, y de su campo de trabajo particular. Fracasa, pues, por falta de un poder-hacer y un saber-hacer.

Sólo a través de un verdadero proceso de enseñanza-aprendizaje de los saberes tanto tradicionales como modernos es posible constituir a un sujeto capaz de participar en la construcción de lo social. Superar la pedagogía del simulacro (que es, en realidad, una simulación de pedagogía) supone concebir y practicar de otro modo este proceso, a saber: como herramienta crítica de transformación social y cultural. Asumir una pedagogía verdaderamente crítica y liberadora supone también tomar en cuenta los nuevos desafíos planteados por la irrupción general de las llamadas culturas visuales o videoculturas. Estas culturas de la imagen, tan invasivas, demandan un nuevo proceso de enseñanza-aprendizaje sustentado en la lectura y la interpretación críticas de las imágenes. En otras palabras: una nueva pedagogía visual. Aprender a enseñar. Enseñar a aprender. Aprender a ver. Ver para instruir.

Humanidad

La frase mágica y la consigna de lucha de nuestro tiempo parece ser “poder ciudadano”. Se habla, se escribe y se insiste mucho sobre la necesidad de crear una nueva cultura política y cívica para emancipar al ciudadano de viejos males como el clientelismo, la corrupción y la impunidad, pero apenas se habla del sujeto, apenas se le piensa.

Hay que insistir en lo que suele obviarse: no puede haber una nueva cultura política si no hay también un nuevo sujeto de esa cultura, como tampoco se puede crear una nueva cultura ciudadana si con ella no se crea un nuevo concepto de ciudadanía. Eso significa también crear nuevas políticas culturales basadas en el sujeto. Hay que seguir pensando al sujeto. Me refiero a un “sujeto cultural” emergente, objeto de estudio de disciplinas como el psicoanálisis y la sociocrítica. Para ello se deben lograr objetivos primordiales: transformar el espacio social y cultural, crear nuevos espacios alternativos, potenciar al ciudadano, dotarle de los medios y recursos capaces de convertirle en verdadero sujeto de derecho, pragmático, dinámico y proactivo por definición. En otras palabras, empoderarle: darle poder. Lo que hoy se conoce como empowerment: empoderamiento.

¿Pero cuál es la legitimidad de tal empoderamiento? ¿De qué designio procede? ¿Cómo se legitima: por un principio de uso o por derecho? Lo mismo que la idea de sostenibilidad, el empoderamiento se legitima por derecho propio. Es una respuesta legítima, consciente y articulada desde abajo a toda forma de marginación y exclusión social.

Resistir

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