El pasado 6 de marzo se rememoró el nacimiento de Peña Gómez, ido a destiempo librando desgarradoras batallas contra un cáncer terminal y los insultos racistas a que fue sometido a lo largo de su fecunda vida política. Últimamente en algunos medios de comunicación de sólido prestigio internacional he leído lacerantes episodios de la vida de destacadas figuras de la política, del arte y de diversas ramas del conocimiento, víctimas de crueles expresiones del racismo. Peña vivió algunos hechos políticos y personales de ese tipo que es necesario recordar no sólo para comprender su significado en nuestra historia, sino la persistencia de esa cultura de la exclusión y de intolerancia que lastra nuestra sociedad  y que algunos insisten en mantener.

En general, los encargados de escribir la historia oficial y/o de mantener la memoria de los pueblos, tienden a ser no solamente poco o nada objetivos, sino aviesamente selectivos. Resaltan/falsifican algunos hechos y se prestan a esconder otros que son incómodos para el poder del momento y del que ellos quieren para el porvenir. Por consiguiente, no es descaminado afirmar que muchos quisieran que se olvidaran aquellos acontecimientos altanamente relevantes, en los que la figura de Peña estuvo al frente, ora defendiendo la modernización del sistema político del país, ora defendiendo sus propios derechos. En su trágica historia, este prócer se personifica, dolorosamente, la permanencia del racismo y la xenofobia en esta sociedad.

Sobre su significado y aportes al desarrollo político del país se puede discutir. De hecho, en las discusiones sobre el personaje no son pocas las aristas que se tocan, pero de lo que no hay discusión alguna es que ha sido el líder de masas y dirigente de un partido de mayor carisma e influencia en nuestra historia. Surge de inmediato la pregunta, ¿cómo es posible que con semejantes cualidades nunca pudo ser presidente de esta nación? Nadie, en su partido ni en la sociedad, negaba su incuestionable liderazgo y condiciones para ser un excelente estadista, pero los sectores conservadores dentro y fuera de su organización impusieron una especie de “sentido común” o línea roja, que establecía que no era tiempo para que esta sociedad aceptase un presidente con sus características étnico/sociales.

Ese “sentido común”, que él mismo llegó a aceptar, en su momento constituía una infausta realidad políticamente discutible, pero moralmente inaceptable en cualquier sociedad. Con su liderazgo, llevó a la Presidencia de la República a dos figuras, importantes, pero de menor rango que él, demostrándose los límites de una democracia, llamada representativa, esencialmente arbitraria, que decide cuándo y quién tiene o no derecho a disponer de su tiempo y talento. Firmemente decidido a romper esas amarras, buscó la Presidencia e impulsó, entre otras reformas, la figura de doble vuelta si un candidato presidencial obtenía el 45% de los votos.

Incluyó esa reforma en el acuerdo para salir de la crisis producida en los comicios del 94, en los que fue víctima de un fraude para escamotearle su victoria. Su propuesta del 45% fue aceptada por el liderazgo político del país, incluyendo el alto clero católico, pero antes de ser firmada en una cumbre convocada para finalizar el trance, fue inconsulta y taimadamente modificada por los sectores conservadores, tanto políticos como “mediadores”, imponiendo el fatídico  50% más 1, buscando la posibilidad electoral de cerrarle el paso, una villanía en la que el purpurado representante del clero, se dice, tuvo un activo papel. Peña no tuvo el valor de rechazar la felonía, pagando con ello el final definitivo de su carrera hacia la Presidencia de la República.

La estrategia de la imposición del 50 más 1 se materializó con la creación  del llamado Frente Patriótico, una mixtura de grupos político/sociales de diversos signos que integró gente venidos de la derecha, del ultranacionalismo racista y de algunos sectores de la izquierda. El resto  es historia conocida, esa amalgama se constituyó en un bloque conservador que de los últimos 24 años gobernó 20, llevando este país al borde de su definitiva ruina política, social y moral. Una traba sólo superable con una sostenida política de regeneración moral e institucional del país que sea la negación de la intolerancia y las malas prácticas de los gobiernos del PLD.

Es esta, una reflexión sobre una de las consecuencias que para esta sociedad tuvo la política de acoso y obstrucción a las aspiraciones presidenciales de Peña Gómez y los incontables ultrajes a que fue sometido por sus orígenes étnicos y sociales. Una meditación sobre su vida, ido a destiempo hace cerca de 23 años, en ocasión de la conmemoración del que hubiese sido el 84 aniversario de su nacimiento. A quien se le negó su tiempo. Para él una tragedia y para el país un lastre.