El que crea que esto se va a acallar por ahora, que se siente a esperar. La resistencia social a la impunidad va para largo y es irreversible: mala noticia para los políticos que están y los que quieren llegar. Ya la sociedad comprendió la conexión causal entre corrupción y su pobreza, dos realidades que nos empaquetaban de manera separada. Estamos despertando tardía pero consistentemente; en eso no nos parecemos a lo que éramos hace apenas dos años. Quizás ese sea el giro social más notable de las últimas décadas. Y lo más importante: lo hemos asumido de forma ordenada y consciente.
Cuando una sociedad eleva el contenido y la expresión de sus reclamos es porque ha procesado de forma más racional y autocrítica su realidad. Esta no es la nación de otros tiempos que demandaba violentamente atenciones primarias como comida, empleo, pavimento y luz; sus preocupaciones alcanzan otras alturas. Para la sociedad de hoy la institucionalidad es tan vital como el pan, porque sin orden ni respeto a la ley la convivencia se hace cara, dura y hostil; lo ha entendido a fuerza de crudos padecimientos, pero no está dispuesta a aceptar más sumisiones.
Aquí el único que puede conspirar es el mismo Gobierno, quien es a la vez acusador y acusado. Estaremos atentos a ver quién se impone a quién. Entonces en verdad no nos importará que “caiga quien caiga”…hasta el mismo Gobierno.
Y gracias a Dios por Odebrecht; necesitábamos un shock que abriera la grieta con ese pasado; que nos sacudiera rudamente. Este evento sirvió de detonante a una acumulación histórica de resistencias. Nada distinto a los grandes cataclismos sociales de la historia universal: la Revolución francesa empezó por la escasez de pan, la Primera Guerra Mundial por la muerte de un archiduque, la Primavera árabe por la inmolación de un vendedor tunecino en protesta por el despojo de sus mercancías por parte de la Policía. Puedo citar una veintena de hechos aparentemente aislados y cotidianos que acontecieron en el momento y lugar oportunos como válvula de escape a la presión contenida por años de resistencia. Aquí hay mucha gente indignada, celosamente atenta al desenlace de esta maraña. Esta vez no será igual; repito: no será igual.
Si el PLD y el gobierno aspiran a sortear políticamente este trance con salidas irresponsables o destempladas, sufrirán su peor trauma. Pensar que los reclamos por justicia son febrilidades de ocasión o acciones oportunistas de la oposición es perder el sentido de la realidad. Politizar este fenómeno es torpe y miope. Esto va en serio, nadie anda jugando ni consentirá con relajos. Una burla a la decencia institucional pone pensamientos obsesivos en mentes quebradizas y acciones desbocadas en voluntades intolerantes. ¡Cuidado! Cuando las reacciones sociales se desbordan, los llamados a la mesura apenas son gemidos de cachorros que se ahogan en el ruido de los estallidos.
El riesgo de una situación de ingobernabilidad pende del manejo que el gobierno le dé al caso Odebrecht. Léanlo bien: aquí nadie anda conspirando ni pidiendo sangre corrupta, pero tampoco la sociedad se quedará de brazos cruzados si se impone la trama política que empezó a gestarse desde que se sacó a Odebrecht como acusada. Esa es la verdadera conspiración; la que además pretende exculpar al presidente Medina en el financiamiento irregular de sus campañas con la sola y simple declaración de una acusada mendaz en Brasil y a pesar de las pruebas testimoniales y documentales que sustentan los trasiegos de fondos a través de terceros países a la República Dominicana. Esa prueba tendrá que venir y el procurador está obligado a pedirla; hay una denuncia bien ponderada presentada por varias organizaciones civiles; eludirla sería insensato. No juguemos con candela para que no nos lamentemos. Esto es una advertencia y no una amenaza, para aquellos que distorsionan todo lo que no les conviene.
Sin ser iluso, creo que una gestión opaca y sesgada del caso Odebrecht avivará una combustión social jamás deseada. De este barullo será difícil salir políticamente ileso. Y no es que haya una urdimbre en ciernes para tumbar al Gobierno, pero nada podrá impedir una respuesta social de calle cuando ante un reclamo tan visceral por justicia la autoridad judicial se sume a la trama de impunidad. Entonces añoraremos los tiempos pacíficos de verdes reclamos. Aquí el único que puede conspirar es el mismo Gobierno, quien es a la vez acusador y acusado. Estaremos atentos a ver quién se impone a quién. Entonces en verdad no nos importará que “caiga quien caiga”…hasta el mismo Gobierno. El jueguito le puede resultar pesado: ¡midan bien sus pasos! ¿Estamos?…