El ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la República Dominicana debe poner atención a un hecho que parece acentuarse más en los últimos tiempos: la desaparición paulatina del cocodrilo americano, o Crocodrilus acutu, que tiene como hábitat natural las aguas hipersalinas del lago Enriquillo y sus islas Barbarita, Chiquita e Islita, ubicado entre las provincias de Independencia y Bahoruco, en el suroeste del país.

Declarado por la UNESCO como reserva de la biósfera y parte del Parque Nacional homónimo, ese cuerpo de agua salada y el más extenso de las islas del Caribe, viene siendo escenario –según testimonios fidedignos— de la depredación paulatina por parte de bandas de delincuentes, al parecer integradas por dominicanos y haitianos, quienes se han dado a la tarea de eliminar esos reptiles endémicos en la isla de la Española, para aprovechar su carne y su piel con propósitos comerciales y de consumo.

La versión, de ser cierta, resulta perturbadora. En la zona se han registrado 166 especies de reptiles y entre ellas sobresale el cocodrilo americano, cuyas características lo hace único en 29 países del hemisferio. La especie en la isla es valiosa dadas las diferencias que lo distinguen de su primo el caimán de los pantanos de Florida, en vista de sus fuertes mandíbulas, la susceptibilidad de estos al clima frío y sus aportes al balance ecológico de la zona.

Según datos científicos, sus dientes son muy agudos y se abren con los maxilares que sobresalen, así como glándulas lacrimales que le permiten expulsar el exceso de sal en su cuerpo, de ahí la frase: “lágrimas de cocodrilo.” Por lo general pueden vivir entre 50 y 70 años, y su dieta suele ser aves, peces, insectos y restos en descomposición. ¿Tienen las autoridades un inventario del número de cocodrilos en el Lago Enriquillo? ¿Qué medidas se están tomando para protegerlos? ¿Cuáles métodos vigentes para garantizar su existencia y hábitat? ¿Qué presupuesto se ha asignado para preservar y proteger la fauna allí?

En virtud de los niveles de oscilación en la superficie y la profundidad de las aguas del Lago Enriquillo, debido en parte al proceso de evaporación intensa y al uso excesivo de agua dulce en algunas áreas para consumo humano y la agricultura, los cocodrilos suelen modificar su conducta en ese hábitat. Buscan lugares donde abunde la comida, usualmente en manglares cercanos al mar, pantanos o las riberas del lago hipersalino, en una región agreste, de altas temperaturas, seca y en parte alimentada por el río Yaque del Sur.

La situación parece ser aprovechada por antisociales y depredadores quienes, ante la ausencia esporádica de vigilancia efectiva de agentes del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, así como la debida autoridad para prevenir su extinción, ponen en peligro la misma existencia de dicha especie única en el área del Caribe. Todo con el objetivo de obtener una ganancia momentánea, sin tomar en cuenta el daño cuantioso que se hace a la fauna y a la ecología de la zona, en particular al reptil más grande de la isla amparado por acuerdos internacionales sobre protección de las especies.

El ministro Francisco Domínguez Brito no dudaría en coordinar todos los recursos disponibles para proteger, preservar y conservar los recursos naturales de la República Dominicana –como dispone la ley 64-00–, y en este caso el cocodrilo americano, con el mismo ímpetu que invoca y actúa para combatir el conuquismo, la deforestación, la contaminación de los cuerpos de agua, el aire y la tierra para beneficio ecológico de toda la nación y de las futuras generaciones.

Se debe aplicar sin contemplación las sanciones pertinentes contra quienes ponen en riesgo de extinción una especie endémica, componente esencial del turismo nacional e internacional en el lejano sur.

El cocodrilo americano constituye una pieza clave en la estabilidad ecológica vital de la isla. Requiere protección cuanto antes frente a elementos depredadores y antisociales que anteponen su barbarie por encima del interés general y ponen en peligro el legado ecológico a las futuras generaciones de dominicanos.