(El alma es inaccesible para los humanos.  Es preciso encontrar algún procedimiento para que ella aflore, se manifieste, difunda su luz.  Pedro Mir)

Te saludo, amigo,  desde un   mágico    rincón enclavado  en el corazón del país que colocaste en  el mismo trayecto  del sol.

Es noche de luna y el último día del año que se manifiesta con inigualable belleza. No  quiero   alterar  la tradición,  pero    ¿a quién se le ocurrió dividir el tiempo y  para qué?

Esa es la tarea de la naturaleza, que se expresa y dispone.

¿Cuándo y dónde nos conocimos?

Pudo haber sido  en las  tertulias que organizaba don Juan, durante una de tus charlas o, talvez, en una de las casas de amigos mutuos, donde, ilusos!, utilizábamos la palabra y la poesía  para "combatir"  la represión y la intolerancia política de aquellos días.

Sí recuerdo  cuánto  disfrutábamos  de  tus  geniales ocurrencias, de las que se manifestó   el buen humor,  y del que tú y yo hicimos gala y le ganábamos por mucho a los demás.

Me pediste quitar el "don" de tu nombre y tu pronunciabas el mío en francés: Arlé.

Te imaginé adusto, "de poco hablar".

Me sorprendiste.  Eras cálido, alegre  y galante.

Según tu apreciación  yo era  "dulcemente subversiva" y, medio en broma,   me catalogaste como “un cuadro militar peligroso".

Recuerdo  tu  reacción cuando di respuesta a tu pregunta:   "Arlé  ¿a qué  le temes?"

"A dos cosas, respondí: a hacer el ridículo… y a las cucarachas voladoras".

Tu risa,  y las bromas de  todo lo demás, por lo de las cucarachas,  sazonaron aquel encuentro.

Y, por supuesto,  don Juan  dedicó unos minutos a describir este "interesante" insecto.

Calibraste mi temperamento  y mis sentires y  vaticinaste en mi vida, "tormentos del alma".

Pedro,  ¿por qué no te equivocaste?

Tu carta…

Santo Domingo,

 Sept. 21,72.

Sra.

 Arlette Vda. Fernández

 8 # 11

 Ensanche El Cacique

 Ciudad

Querida amiga: 

Recibí tu gentilísima carta y los trabajos  que la acompañan,  hace ya varios días.   Te doy las gracias por todo.  Primero, por las bellas palabras que me dices a propósito de la charla. Comprenderás que  me llenan de inmensa satisfacción…

Luego por tus trabajos,  que he leído  con grata complacencia.  Sin duda que tienes una fuerte vocación literaria y artística, todavía un poco en la etapa de búsqueda, pero a mi modo de ver muy firme ya. 

Como que tus ocupaciones están vinculadas a esa vocación, yo confío en que el trabajo constante hará con tu obra  lo que hacen las olas de la playa con las piedrecitas que ruedan con ellas.

Lo demás, tú lo sabes, lo hace la vida.

De modo que te envío con ésta mis felicitaciones y mis mejores deseos.

En cuanto a lo de encontrar en tu alma las cosas que se ocultan en ella, te reitero lo que te dije cuando nos conocimos y lo que dije en la afortunada charla.

Nadie podrá encontrarlas en ella si tú no la pones a flor de piel.  El alma humana es inaccesible para los humanos.  Es preciso encontrar algún procedimiento para que ella aflore, se manifieste, difunda su luz.  Y esta es precisamente una de las razones de la actividad artística.  Sigue,  pues,  ese sendero.

Y danos, no a mí que soy uno sólo aunque quisiera ser una muchedumbre, sino a todos tus compatriotas, la flor de tu condición humana.

Todos te lo vamos a agradecer.  Y entre todos particularmente este amigo tuyo que te estrecha cálidamente las dos manos.

Tuyo

Pedro Mir

Juan Bosch, Pedro Mir y Nicolás Guillén
Juan Bosch, Pedro Mir y Nicolás Guillén

Pedro, mi pecho se abrió y afloraron los más bellos y auténticos sentimientos encerrados en el alma.

Pero fue muy tarde,  muy tarde  en mi tiempo y en mi espacio.

Trato de echar atrás…  Estoy buscando el procedimiento…

¡Qué ironía Pedro!, así va discurriendo la vida de a quien llamaste la mujer sin tiempo.

Tú,  poeta, sabio y generoso amigo, ayúdame, y dime, ¿qué hago hoy  con mi alma?