Tercera y definitiva estancia de PHU en Argentina (1941-1946)
En el mes de abril de 1941, después de una breve visita a sus hermanos en Cuba, Pedro regresa a la Argentina, reintegrándose a sus actividades docentes y editoriales. Vuelve a formar parte del Consejo Editorial de la revista Sur, junto a prestantes figuras de la literatura universal: Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre, Jules Superville, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset. Eduardo J. Bullrich y otros.
En esa revista el lingüista español Amado Alonso, su amigo y colaborador en varios proyectos intelectuales, le rinde homenaje póstumo con su texto «Pedro Henríquez Ureña, investigador», en el que afirma que ha sido Pedro «el primero también en describir y ordenar [la] complejidad regional [del español americano], anulando la idea simplificadora que de él se hacían hasta entonces los lingüistas».1 Es decir, resalta su condición de pionero en el ámbito lingüístico.
Nota de reconocimiento a la grandeza literaria de Jorge Luis Borges es la que Pedro publica en Sur bajo el título de «Desagravio a Borges». Son dos párrafos solamente. En el último el dominicano, gran amigo del argentino, dice:
Habrá quienes piensen que Borges es original porque se propone serlo. Creo al revés; que Borges será original hasta cuando se proponga no serlo. Lo es hasta en su manera de recordar, de usar de las reminiscencias que le ofrece su lectura innumerable. Lo es, en fin, porque le ha tocado en suerte una de esas pocas miradas que conservan a través de los años la avidez y la frescura de quien acaba de descubrir las cosas y porque sus maneras de decir son siempre nuevas, como ajustadas a sus maneras siempre nuevas de mirar.2
De singular importancia histórico-literaria hemos de considerar el ensayo «Influencia del Descubrimiento en la literatura» que Pedro publica en el número de la revista Sur correspondiente al mes de noviembre de 1942. él señala lo siguiente:
El primer escrito publicado sobre el descubrimiento de América es la carta de Colón al regreso de su viaje. Apareció en castellano en 1493; inmediatamente la tradujo al latín el catalán Leandro de Cosco y tuvo ocho ediciones hechas en distintas ciudades europeas, en el mismo año, en la cual salió a luz la paráfrasis de Giuliano Dati en verso italiano. La carta de Colón contiene dos nociones que habían de persistir a través de los siglos: América como la tierra de la abundancia; el indio como «buen salvaje». Las ideas y las descripciones de Colón, que en parte son fruto de sus observaciones y en parte reminiscencias de fantasías geográficas, antropológicas y zoológicas de la Antigüedad y de la Edad Media, ejercerán gran influencia y se ampliarán en libros que en seguida se escriben sobre el Descubrimiento, como la parte referente a él en la «Historia de los Reyes Católicos» del P. Andrés Bernáldez, y especialmente en las «Décadas De Orbe Novo», escritas en latín por el italiano Pedro Martir de Anghiera.3
A partir del año 1942 su trabajo como educador y editor se hizo más intenso, lo que fue causa principal en la merma de su producción intelectual en los años subsiguientes. No descansaba; trabajaba de manera constante, como un hostosiano. Su amigo Ezequiel Martínez Estrada cuenta que:
Cuando viajaba de La Plata a Buenos Aires y viceversa, Pedro Henríquez Ureña iba cargado de carpetas y hojas de lecciones escolares. Además de corregir tal mole de material bruto de lectura —la escolar— llevaba habitualmente pruebas de páginas de algún libro que se editaba bajo su dirección.4
¡El final de su viaje vital llega!
En su afán por dar cada vez más de su saber, Pedro murió en la Argentina ―en el tren de Constitución que lo conduciría, de Buenos Aires a La Plata, con destino al Colegio Nacional de La Plata― el sábado 11 de mayo de 1946. Había dejado el hogar a las 12 y unos minutos. Era un día soleado. Su hermano Max describe, con hondo dolor, la forma trágica en que muere, inesperadamente, el hijo que Salomé Ureña habría de confiar al porvenir:
Apresuradamente se encaminó a la estación del ferrocarril que había de conducirlo a La Plata. Llegó al andén cuando el tren arrancaba, y corrió para alcanzarlo. Logró subir al tren. Un compañero, el profesor Cortina, le hizo seña de que había a su lado un puesto vacío. Cuando iba a ocuparlo, se desplomó sobre el asiento. Inquieto Cortina al oír su respiración afanosa, lo sacudió preguntándole qué le ocurría. Al no obtener respuesta, dio la voz de alarma. Un profesor de medicina que iba en el tren lo examinó y, con gesto de impotencia, diagnosticó la muerte. Así murió Pedro: camino de su cátedra, siempre en función de maestro.5
Ese trágico, triste episodio tuvo su preámbulo anunciador. Es su hija Sonia quien lo recuerda y lo narra en su obra Pedro Henríquez Ureña. Apuntes para una biografía:
La noche del 10 de mayo asistió a la librería Viau, donde se reunía el jurado del club El Libro del Mes, formado por [Ricardo] Baeza, [ángel José] Battistesa, Borges, [Enrique] Amorim, [Adolfo] Bioy Casares, [Ezequiel] Martínez Estrada y mi padre.6
Sonia cuenta que «Martínez Estrada lo observó muy fatigado» y lo cita:
A nadie llamó la atención […] y menos a mí que acostumbraba a verlo siempre fatigado, sobre fatigado, exhausto. Se sentó frente a una estantería, como si meditara. Nuestro diálogo fue éste: ―¿No se encuentra bien?
―No ―respondió―: no estoy bien, pero ha pasado. Voy a hojear unos libros.
―¿Lo acompaño a su casa?
―No, ya estoy bien.7
Sigue Sonia con el preludio de la muerte de su inmortal padre:
Al día siguiente pregunté a mi madre si papá venía a almorzar. «No» ―me contestó―: hoy tiene clase en La Plata». Estábamos almorzando y, de pronto, sonó el teléfono; era alguien preguntando por el teléfono de Max. Al rato, otra vez el teléfono. Esta vez era Max. Mi madre comenzó a gritar, le pedía explicaciones a Max…Fuimos las tres con Max al Hospital de Avellaneda. Ahí estaba tendido en una camilla. Con una ligera sonrisa en el rostro. Frío, irremediablemente muerto.8
En diálogo con la escritora y periodista argentina Leila Guerriero, Sonia confiesa: «Papá no tuvo una buena vida; fue una vida triste, dura. Pero si algo de bueno tengo, se lo debo a él».9
Traslados de los restos de PHU a su patria (1981)
Los restos de Pedro Henríquez Ureña fueron trasladados desde Argentina hacia República Dominicana en el mes de mayo de 1981. Su cadáver había sido incinerado y enterrados sus polvos en el cementerio llamado Chacarita, en Buenos Aires. Para su traslado a su patria fueron introducidos en una cajita de madera. En República Dominicana fueron depositados en una urna de mármol y colocados en la misma cripta donde había sido sepultado el cadáver de su distinguida madre, en la Iglesia de Las Mercedes, ubicada en la calle del mismo nombre, en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo. Siete años después, específicamente el 24 de agosto de 1988, ambos restos fueron depositados, juntos, como fue el deseo de Pedro, en el Panteón de la Patria, lugar solemne reservado .para aquellas figuras notables que en vida hicieron extraordinarios aportes a la nación dominicana en cualquier ámbito: en las ciencias, en la política, en la cultura o en la educación. No admite discusión alguna la heroicidad de Pedro Henríquez Ureña en los campos de la cultura y la educación más allá de las fronteras de su patria, enalteciéndola, dignificándola.
Curiosamente, el traslado de los restos de Pedro Henríquez Ureña había sido dispuesto por el presidente Joaquín Balaguer, mediante el Decreto No. 2140, el 7 de abril de 1972, disposición ejecutiva que también manda a depositar en ese solemne santuario los restos de Francisco Henríquez y Carvajal, Salomé Ureña de Henríquez, Nicolás Ureña de Mendoza y Federico Henríquez y Carvajal, es decir, su padre, su madre, su abuelo materno y su tío y padrino, respectivamente.
Conclusión
Con la muerte de Pedro Henríquez Ureña perdimos los dominicanos la primera brillante oportunidad de contar, en nuestra historia cultural, con un Premio Nobel de Literatura, pues sus cualidades intelectuales, académicas y morales ―unidas a su condición de humanista―, le hacían merecedor del más alto galardón que se otorga anualmente en las letras universales.
Justo es reconocer que en los momentos actuales, en que la globalización nos ha obligado a poner mayor atención a todo lo que atañe a la identidad cultural nacional, la obra de Pedro ―que expresa su honda preocupación por el que fue uno de los temas centrales de su quehacer intelectual: la identidad hispanoamericana― constituye un valioso e imperecedero aporte espiritual, ético y moral.
Hagamos que la juventud hispana beba en su interminable fuente de saber que es su obra. El Ideario de Pedro Henríquez Ureña podría ser la puerta de entrada al mundo de las ideas de uno de los más importantes humanistas de la América hispánica.
Sigamos su ejemplo y su consejo dirigido al mundo americano al momento de pronunciar ―en La Plata, en 1924― su célebre conferencia «Patria de la justicia»:
«… hay que trabajar, con fe, con esperanza todos los días. Amigos míos: a trabajar».
NOTAS:
1 Rev. Sur (Buenos Aires), Año XV, Núm. 142, agosto de 1946, pp.28-33.
2 Ídem, Año XII, Núm. 94, julio de 1942, pp.13-14.
3 Ídem, Año XII, Núm. 98, noviembre de 1942, pp. 11-15.
4 Ver: Pedro Henríquez Ureña. La utopía de América (1989). P. 494.
5 Max Henríquez Ureña. «Hermano y maestro (Recuerdos de infancia y juventud)». En: Pedro Henríquez Ureña. Antología. Selección, prólogo y notas: Max Henríquez Ureña. 3.a edición. Santo Domingo, Rep. Dom.: Comisión Organizadora Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1992. P. LI.
6 Sonia Henríquez-Ureña. Pedro Henríquez Ureña. Apuntes para una biografía. México: Siglo XXI Editores, 1993.
7 Op. cit., pp. 154-155).
8 Loc. Cit. (El Hospital Avellaneda donde fue ingresado Pedro se encuentra en la calle Juan Bautista Palaá No. 325 de la comunidad del mismo nombre, perteneciente a Buenos Aires).
9 En: Leila Guerriero. Plano americano. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego, 2013.
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