Pedernales no sale de una. Todavía no se ha esfumado el espumoso espectáculo en torno al asesinato en febrero de una pareja dominicana por parte de dos haitianos, y ya tenemos la otra. Ahora es el show con el contrabando de guaconejo, un arbusto que no perfuma tanto el hacha que lo hiere, como el sándalo de India, pero perfuma y es preciado también para la industria internacional.

Abunda en el parque nacional Sierra de Baoruco, allá, en lo alto de esta provincia suroestana fronteriza con Haití, a 307 kilómetros de la capital. Y ya individuos lo sacan por pila dizque de contrabando, hacia Anse –a- Pitres, donde venden las cargas a un empresario haitiano, quien –a su vez–  las exporta. O sea, que ese empresario haitiano está en capacidad de poner de vuelta y media a Pedernales y, tal vez, al país entero. ¿Y las autoridades nuestras, pa cuándo? https://www.diariolibre.com/medioambiente/el-contrabando-que-sustenta-industria-en-haiti-AG9866543.

Plantear acciones contundentes contra esta mala práctica, dolerá allá, y mucho. Comprensible. El desempleo tocó fondo y en la comunidad se ha entronizado la  desesperanza por las reiteradas promesas oficiales incumplidas sobre la llegada de la panacea económica: el gran turismo. No pocos entenderán que “a falta de pan, cazabe”, sin importar consecuencias.

Ahora, sin embargo, no se trata simular solidaridad ante dos o tres personas empobrecidas que han hallado en el “contrabando” una vía para resolver necesidades básicas sin importar el colectivo. Se trata de mirar “más allá de la curvita” y plantearse las implicaciones sociales de incursiones indiscriminadas en el parque y el cruceteo presuntamente ilegal por la frontera dominico-haitiana.

El problema de la devastación no se resuelve con allantes de prensa ni acciones coyunturales, sino con un servicio eficiente y eficaz, sostenido. Porque la cordillera y la frontera no surgieron ayer, ni el peligro de barrer con su flora y su fauna ha ocurrido ahora. De modo que la solución no tiene que ver con cuentos infantiles.

Los expertos no han determinado aún si la explotación racional puede representar una fuente estable de empleos para los seres humanos que habitan en la provincia, ya con la lengua afuera de tanto esperar y –como el que se ahoga–  se agarran de lo que sea, hasta de los delitos. Pero todo el mundo sabe que, si siguen los ataques feroces a la parte oriental del Baoruco, pasará lo mismo que en oeste, el lado haitiano: tendremos una loma desértica, pelada, y la miseria se ahondará. El dañar el Bahoruco tendrá un impacto mortal en todo el entorno (hoyo de Pelempito, Bahía de las Águilas y Cabo Rojo, incluidos), y se alejarán las probabilidades del desarrollo turístico al que aspiramos (no solo sol y playa). Eso no lo entienden –quizás tampoco quieran entenderlo–  quienes cargan a bordo de motocicletas sus sacos de palo de guaconejo para venderlos al otro lado de la frontera. 

Aparte los agricultores, todo el borde del Baoruco, oeste-este y viceversa, es zona de nadie. O mejor, zona de mafiosos y contrabandistas. De toda suerte de malhechores. Hasta los “niños de teta” de Pedernales saben que por allí pasa de todo, y se hace de todo. Desde pasar drogas y otros productos prohibidos, hasta traficar con indocumentados y desaparecer personas.

La razón es simple. Esa parte estratégica del país debería estar sellada todo el tiempo, día y noche, por la guardia dominicana, equipada con la mejor tecnología y buenos incentivos, por distancia y riesgos. Militares que deben de ser supervisados cada minuto para detectar temprano señales de corrupción, vistas las permanentes tentaciones de las mafias locales e internacionales.

La mano tibia de la autoridad y la falta de voluntad nacional para mirar a Pedernales como una provincia estratégica en el mapa dominicano, son generadoras de caos y más pobreza, como si fuera poquita la que impera allá.

No podemos hablar de seguridad nacional mientras tengamos en el desamparo total a una frontera por donde se trafica con todo. La inseguridad pública tiene muchas causas, pero, sin dudas, las drogas y las armas de cualquier calibre que traen desde Haití, sumadas la de los puertos y aeropuertos,  constituyen un aliciente importante.

Así que urge un cambio de actitud por parte de las autoridades nacionales. El trasiego de guaconejo a través de la frontera es una realidad, pero eso es la punta del iceberg. Hay que impedirlo a como dé lugar, por nuestro presente y nuestro futuro. Pero también hay que parar el hambre en Pedernales. Este gobierno, el que sea, está obligado a atender a esta provincia, cuyas entrañas han sido exprimidas sin piedad por empresas mineras en complicidad con el mismo Estado y políticos corruptos. Vayamos al fondo.