“No basta saber, hay que querer; no basta querer, hay que hacer”
(Goethe)
Las organizaciones políticas en la República Dominicana están sufriendo de un conjunto de patologías que le impiden cumplir la misión vital de su razón de ser: puentes, vínculos, correa de transmisión entre la ciudadanía y el Estado. El paradigma antropomórfico de la cúpula partidaria, socava y limita la circulación de la elite de que nos hablara Robert Mitchell. La enfermedad comienza con la actitud eterna de su cofradía perpetua en la jerarquía partidaria.
No es que la elite se encuentre enferma en el sentido de la salud individual, es que con sus acciones y decisiones están llevando al colapso al Sistema de Partidos o acelerando su entierro. Sabemos que las organizaciones como las personas no son eternas, empero, la manera de buscar el necesario diagnóstico, el balance real del problema, nos lleva a la receta equilibrada y al necesario grito de la renovación, tomando en cuenta los nuevos desafíos de la Sociedad de la Información y del Conocimiento.
Las patologías de las organizaciones partidarias son múltiples, entre ellas podemos mencionar: la mitomanía, el engaño, la osteoporosis, la esquizofrenia, la paranoia, bipolar, alzhéimer, la artrosis, la miopía, la ceguera, la sordera, la otitis, la hipocondría, el autismo, la agnosia, el astigmatismo, el cáncer, la leucemia, el gigantismo, el enanismo, daltonismo, empacho/indigestión, el estreñimiento y la amnesia.
Esta taxonomía de dolencias son el resultado de hechos, intervenciones y determinaciones, que hacen que, en la sociedad dominicana, los problemas estructurales, cardinales, fundamentales, sean pospuestas para no abordar en todo lo que vale, el avance del cuerpo social de manera armónica. No un cuerpo grande, revestido de apariencia, que no encuentran el espacio de simetría real, con la base interior del desarrollo.
El epicentro de las patologías de las organizaciones políticas, se encuentran, en las miradas escrutadas de los estudios e informes anidados en la validez y confiabilidad. Veamos: Gallup/Hoy esbozando las entidades con desempeño negativo para enfrentar la corrupción, los partidos políticos sacaron 68.6%, siendo la peor institución. En el Índice de Competitividad Global: 2017-2018, la República Dominicana obtuvo un promedio de 104/137, pero cuando se desvela la puntuación de los partidos, alcanzaron 136 de 137, esto es, una desviación negativa con respecto al promedio, de 32 puntos.
Barómetro de la corrupción 2017, que pertenece a Transparencia Internacional, estudió 20 países de la Región, acerca de la Tasa de Victimización de sobornos, encontrándonos nosotros en el segundo lugar (46), después de México (51). Ese Informe valoró los partidos políticos, conjuntamente, con otras instituciones. Ahí, los partidos asomaron con 47, por encima, nueva vez, al promedio. Latinobarómetro, una institución radicada en Chile, evaluó los partidos políticos de la sociedad, otorgándole 23 puntos, lo que indica que el panorama de confianza hacia ellos es, sencillamente aterrador.
Correlacionando esos niveles de percepción hacia los partidos políticos, con el pesaroso pesimismo sobre el país, que los ciudadanos expresan en la Encuesta Gallup/Hoy, el ritmo del tic tac del reloj o del corazón, se dilata y paraliza: Salir de la pobreza, el rumbo del país, desarrollo de R. D y situación en el 2020; nos agobian los resultados, nos entristecen y abruman, porque nos dan dos lecturas: 1) Una crisis político-social-institucional, dado que los factores institucionales no funcionan, no operan en el marco de una sociedad donde hay una Constitución que consagra el Estado social de derecho; y, 2) El síndrome de la desesperanza se instala en alrededor de un 70% de la población. Lo cual representa, para una parte, la incubación de un sedimento de resentimiento, que encuentra su eclosión individual no siempre en el marco normativo y las reglas del juego de la sociedad. Es ahí, donde surge la anomia de Robert Merton en dos de sus 4 modalidades: la innovación (aparece cuando la gente acepta las metas culturales, pero rechaza los medios culturalmente aceptados para su obtención) y la rebelión (ocurre cuando son rechazados tanto las metas y medios aprobados culturalmente y en su lugar se instauran unos nuevos).
La fuerte patología de los miembros instalados en la cúspide organizacional se verifica con la respuesta de un Diputado, que al Poder Ejecutivo querer limitar el tope de las exoneraciones de vehículos, gritó que ese es un derecho adquirido. Son dos exoneraciones, cada dos años le otorgan una. Pocos legisladores cambian sus vehículos cada dos años. Es un privilegio que espanta, que produce aversión, repulsión, náuseas. Es lo mismo cuando se construyeron un Sistema de Seguridad Social fuera del universal, haciendo ellos la Ley 87-01.
Cuando vemos el cuadro, elaborado por el Dr. José Ángel Aquino Rodríguez, el mejor experto electoral al día de hoy, acerca del padrón de los partidos, lo que sacaron en sus primarias y, finalmente, lo que obtuvieron en las elecciones, es grotesco el abismo, lo cual pone en evidencia la mitomanía y el engaño:
Es lo que sucede con la recepción del dinero de los partidos políticos a través del financiamiento, por vía de la Junta Central Electoral. Desde el 1998 hasta el 2017, las organizaciones partidarias han recibido cerca de RD$12,000 mil millones de pesos. Para ser más exactos: RD$11, 746, 870,256 mil millones de pesos. ¡No rinden cuentas a la luz de los principios y normas de la contabilidad generalmente aceptados. No son transparentes! Viven esa partidocracia como príncipes, como verdaderos plutócratas, como una casta social súper especial, con el dinero público, de una sociedad caracterizada por la pobreza y la vulnerabilidad.
La adicción al dinero, sin más talentos que orillarse al Estado para hacer de la acumulación su fuente más inagotable, para multiplicar sus egos. La adicción al poder, es la suma del dinero, concretizando la combinación más letal: Política-dinero y poder, lo cual hace necesario los negocios desde el Estado. Los partidos no quieren recibir la consulta exacta, aunque saben su dictamen. Pero, se niegan a poner orden a la salud. Conocen sus síntomas y las causas de su deterioro. Se olvidan del ciclo de existencia de las organizaciones y que estas no son inmortales.
Los partidos son a la democracia lo que la personalidad es al individuo, la familia a la sociedad y los puestos a las empresas. Cuando se produce una desvinculación de un empleado, otro ocupa el espacio. A veces una pareja se divorcia y ambos se vuelven a casar con parejas diferentes y son felices. Allí, donde hay vacíos, merced a tantas patologías, otros, están llamados a llenar en nueva perspectiva de esperanza el porvenir.
Se han hecho esfuerzos ciclópeos para que reconozcan sus patologías y con ello, sus limitaciones; empero, con tantos privilegios: dinero, fuerza y poder y la sobredimensión de su simbología y status, es difícil la corrección. Su autocomplacencia es demencial. Como diría José Aguilar “Solo quien reconoce que, no lo hace todo bien, está en condiciones de afrontar procesos de cambio y mejora continua”.
Ya lo decía un célebre proverbio latino “las palabras mueven, los ejemplos arrastran”. Las organizaciones políticas, con sus patologías causan hilaridad en la sociedad y es la mayor fuente de desánimo y pesimismo en los ciudadanos, donde ellos hablan y quieren cambiar cosas, menos a sí mismo, en su brillo de oropel. Domesticar sus egos, infectados del mal de altura, como impronta de sus patologías, es el desafío para poder sobrevivir.