No comenzaré mencionando nombres y siglas partidarias. Al final de este artículo lo haremos usted y yo junto a otros muchos. Pero sí. Me referiré  a los partidos políticos de aquí aunque los hay también en otros países. 

La historia de los partidos políticos en el país, desde la fundación del primer partido político en 1886, el Partido Azul, hasta hoy, ha sido una pasarela para ver desfilar los rostros y las voces de hombres y mujeres comprometidos con ideales, sueños y luchas para construir un mejor país.

Pero lo es, principalmente, para ver desfilar a mediocres, atolondrados, mentirosos, vividores, negociantes, oportunistas, ignorantes, vagos, tránsfugas, charlatanes, ineptos, corruptos, inescrupulosos, descarados, insinceros, tramposos, simuladores, “Pilatos”, adiaforizados  e insignificantes, que deben ser rechazados por la ciudadanía.

Más allá de los esfuerzos y logros de los capaces y honestos, la historia política dominicana la han escrito los partidos y “líderes” insignificantes. La calificación como tales hace necesario explicar el concepto “insignificancia”. Insignificancia es sinónimo de: mediocridad, mezquindad, minucia, migaja, torpeza, pequeñez, menudencia, nimiedad, baratija, nadería, bagatela, bicoca, bledo, comino, miseria, trivialidad, inutilidad, insubstancialidad, vacuidad, inanidad, levedad, torpeza, atolondramiento, imprudencia, frivolidad, ligereza, nadería, tontería, cortedad, deshonestidad e ignorancia. 

Es una historia de escasas valentías y muchas cobardías cívicas, políticas, sociales y morales. Historia de saqueos, de intrigas, de corrupción, de complicidades. De engaños, de faccionismos, de personalismos, de tiranías, de patrimonialismo, de nepotismo, de “corporativismo” y de rapiña de los bienes y recursos que pertenecen a todos los dominicanos.

La insignificancia que hoy exhibe la política dominicana es obra de los partidos insignicantes de ayer y de hoy. La de hoy, se debe al abandono de las ideologías y de la ética por parte de los partidos, a la voracidad económica e los partidos, incluyendo las “franquicias y microempresas partidarias” y los micro partidos de único dueño, que son cooptados por el partido en el poder a cambio de reparto de dinero, contratas, puestos, “togas”, favores y exoneraciones. Y que en cada jornada electoral se venden como baratijas al mejor postor.

Y si argumentaran que “sin partidos no hay democracia”, sólo aceptaríamos con muchas reservas este manido “refrán”, puesto al servicio de tantas falsedades y perversidades políticas. Pero, además, dejando bien claro que “con partidos insignicantes sólo tendremos una democracia débil, confusa e insignificante, que para nada sirve”. 

Son insignificantes los partidos que prometen ser paladines de la democracia pero que no admiten en sus fueros la democracia interna. Los que ejercen el poder interno mediante de la “democracia del dedazo” sin consultar ni escuchar a la bases.

Son insignificantes los partidos  en los cuales los   “viejos robles”  a las claques desfasadas le cierran el paso a nuevas generaciones de líderes. Que en vez de impulsar cambios imponen el continuismo egolátrico de los pequeños Trujillitos. Síndromes mimetizados por muchos de los nuevos partidos.

Son insignificantes los partidos que convirtieron en testamentos traicionados los principios políticos de sus líderes fundadores y visionarios de la democracia.

Son insignificantes los partidos que reciben millones de pesos para beneficio y privilegios de sus dirigentes y allegados. Dejar de “regalarle” tantos millones no es mermar la inversión en la democracia, sino evitar que los fondos públicos sean malgastados en una partidocracia ociosa e improductiva.

Son insignificantes los partidos cuyos legisladores han convertido las cámaras legislativas en tertulias de humo, en rincones ocultos de proliferación de charlatanería (bullshit), en cháchara que rechaza la autoridad de la verdad y pregona mentiras arregladas y maquilladas.

Legisladores insignificantes que propician o permiten el irrespeto y la carnavalización de la Constitución y la modifican por encargo para permitir la prolongación en el poder de gobiernos absolutistas, tiránicos e insignificantes.

Los mismos legisladores que, burlándose de sus “representados”, reciben salarios, barrilitos, exoneraciones, bonos, dietas, tarjetas de crédito, préstamos y otros muchos privilegios “no santos”, propios de las “monarquías insulares”, que pretenden borrar con derroches y demagogia su repugnante insignificancia personal y política.

Son insignificantes los partidos que, por miedo o conveniencia, no ejercen su función de servir de contrapoder del Estado. Los que engañan y confunden a la ciudadanía en vez de orientarla y educarla políticamente y promover y exigir su participación activa en las grandes decisiones públicas que la afectan.

Son insignificantes los partidos dirigidos y conformados por mediocres, vulgares y corruptos. Los que generan más asco y vergüenza que ilusión y esperanza política. Los que son incapaces de mirar al futuro y de ayudar a construirlo. 

Ahora sí. Digamos cuántos son. Digamos cuáles son los partidos insignificantes de los casi 30 que hay en el país. Y ya conociéndolos por sus nombres, sus siglas y sus líderes, simplemente, ¡No votemos por ellos en nombre de la dignidad, el decoro y la decencia!