Juana labora en mi casa en las tareas cotidianas. Ella, a menudo, lleva a su hija más grande para que la ayude. En estos días la hija no fue. Pregunté por ella y la alegre mujer, triste, compungida y sollozando, me dijo “Se fue para donde su padre, le di una golpiá, pues llegó tarde a mi casa”. La pela que le había dado a su hija fue fruto del miedo, el espanto y la frustración. Le había dado permiso hasta las 10 y media de la noche y la adolescente llegó cerca de las 12. Profesor, le di con rabia y con dolor. “Creí que le había pasado algo” El llanto del miedo al no saber si le ocurría algo, lo transformó en furia a la hora de verla.

Cada padre, hoy, no importa la jerarquía social de la pirámide de la sociedad dominicana, cuando sus hijos salen, se sienten con ansiedad, con angustia; no duermen placenteramente hasta que el vástago no se arrima a la casa. “Llámame cuando llegues. Llámame cuando salgas del lugar para esperarte en el parqueo”. Es la ruina de la cotidianidad de esta paranoia social que nos trae la delincuencia, en todas sus manifestaciones.

La gente le tiene miedo a la delincuencia, por eso está en el primer lugar, en todos los estudios de opinión, de los principales problemas que acogotan el cuerpo social dominicano. La delincuencia ha ido cambiando el acontecer pautado de los dominicanos; su sentido de nobleza, de espíritu de bien, de la confianza colectiva. ¡Ya nadie cree en nadie en las calles! El 48% de las personas, dicen tener un alto grado de miedo, según el estudio de la Oficina Nacional de Estadística y un 44% deja de salir de noche por la agonía que le causa el pavor de la delincuencia.

La delincuencia en nuestro tejido social cobra más cuerpo en la violencia social, es decir, aquella que se produce en la relación con los demás, en la ausencia de la civilidad, de competencias ciudadanas, en el grado de convivencia, de interactuación social. “Los problemas de convivencia siguen siendo la principal causa de homicidios en el país. En los primeros 3 meses de este año, 226 correspondieron a riñas y rencillas para un 44%. Del total de homicidios, 152, correspondieron a actos de delincuencia para un 30%”.

Hay que insistir que la violencia no es necesariamente innata en la naturaleza del ser humano. Es adquirida y por lo tanto, constituye una construcción social cultural, que dimana y se expresa en un contexto social, que lo recrea y lo impulsa socialmente. No producimos educación ciudadana, competencias ciudadanas, en el arte de la vida y de vivir, en el arte de compartir, en la armonía melodiosa de encontrar un punto que nos una y en el entendimiento de la riqueza en medio de la diferencia. Es encontrar en esa diversidad el hilo conductor que nos refleje como lo que somos: seres humanos que se glorifican más cuando se dan a los demás.

Nos cercenan como sociedad, en el trillo de la tasa de victimización. Ahí radica la delincuencia como enorme gravidez, que genera el estupor de la desconfianza y de la paranoia social que vivimos. La tasa de victimización es el número de asaltos, robos, atracos, estafas, que se producen en una comunidad determinada. La victimización nos cambia la vida cotidiana, nos cambia, ¡coño!, el cambio de humor. Nos cambia nuestra espontaneidad, nuestras sonrisas y como realmente somos. Nos sentimos presos en nuestra propia casa y en las calles, los ejes del nerviosismo nos impiden movernos con soltura. El temor nos apabulla y nos impide actuar con normalidad.

Estamos ante una profunda anomia social, en una descomposición social, que se articula en comportamientos desviados. El caso de la joyería del Conde, es un reflejo de ello. Robert Merton, Sociólogo, continuador y sistematizador del concepto de Anomia Social, de Emilio Durkheim, quien la definió “como un estado de anormalidad o desarraigo de la incompatibilidad que hay entre las expectativas culturales y las realidades sociales”.

Robert Merton, correlacionó la anomia social y la desviación, enunciando cuatro tipos de comportamiento: la Innovación, el Ritualismo, el Retraimiento y la Rebelión. “La Innovación es el resultado que se da cuando la gente acepta las metas culturales pero rechaza los medios culturalmente aceptados”. Quiero consumir algo, pero no tengo con que. Entonces, altero las reglas socialmente establecidas. Innovo, de manera negativa, alterando los medios, para “alcanzar” lo que la sociedad le bombardea en el mundo consumo. El 32.5%  de los jóvenes no tienen empleo; 22.5% son jóvenes Ni Ni. El 23%  de los embarazos  corresponden  a  adolescentes. Hay un 50% de jóvenes que no  están estudiando  a nivel  de  bachillerato. Tenemos la  deserción  escolar más alta  de toda la Región.  Cuando se le pregunta  a los jóvenes cuáles  serían las modalidades para  salir  de la pobreza,  del nivel social  en que  se encuentra: 45% señala  que siendo peloteros o  vendiendo drogas.

Por eso decimos en la reflexión sociológica que el comportamiento desviado y con ello la delincuencia y las actitudes delictivas son frutos de: una carga biológica (1%), una carga psicológica (14%), y, la carga sociológica (85%). Lo del joven en la joyería es la expresión vívida de la marginalidad social y la exclusión, verificada en la pérfida asimetría social que nos abate. La acción del joven es la respuesta desviada de su desafiliación institucional, del fracaso social y de la poca apoyatura, de unas elites políticas y empresariales, caracterizadas por la indiferencia, el cinismo y la simulación.

¡En esta incertidumbre de la voluntad, debemos de anidarnos en el optimismo de la inteligencia, para que el pesimismo que nos toca por minutos, no nos abata las alas del futuro. La puerta y la apuesta es de que un país mejor y más decente es posible!.