(Harto de las noticias a medias y rumores completas que nos llegan desde los festines carroñeros de los grandes partidos, en Semana Santa opté por escribir este ensarte de perogrulladas que, no por tal, debemos olvidar). 

Todavía hay quienes creen (¡equivocados!) que un narco lavador (una cosa indispensablemente va con la otra) es un individuo (todos son hombres, salvo una mafiosa que reinó brevemente en Nueva York) siniestro y silencioso, embozado en la semi oscuridad, torvo criminal intimidante, con cicatrices en la cara y una identidad confusa.

Todavía hay quienes pretenden hacernos creer (¡mentirosos!) que el narco se mueve en el barrio bajo como un ser marginado, de cultura rastrera, apandillado con el peor tigueraje, fanático de Tito Swing y Vakeró.

No. Todo eso es una falsa mistificación novelesca (si acaso asimilada a la imagen de algún vulgar vendedor al menudeo), pues el verdadero narco lavador no habita de la San Martín para arriba, tiene excelente crédito bancario y comercial y participa en los más variados ambientes sociales de la parte baja de la Capital, en el Este oropelesco y en los más placenteros ghetos disimulados en las alucinantes montañas del Cibao.

Para ser un buen narco lavador lo primero que debe tenerse es un buen asesor (es) que domine (n) las claves locales del stablishment en sus estructuras fundamentales: los partidos políticos, los negocios (banca, industria, comercio y servicios), el aparato militar-policial y, por supuesto, la alta burocracia civil. Corresponde al o los asesores orientar las ventajas y advertir los riesgos potenciales de cada iniciativa de negocio (porque no pierda de vista que todo narco lavador es, esencialmente, un hombre de negocios).

Segundo paso: una buena red de testaferros (preferiblemente que no sean familiares suyos), que estén bien advertidos de los riesgos personales y familiares en que incurrirían, en caso de alzarse con lo que no es suyo. A cambio de su "seriedad" en el manejo del dinero ajeno, gozarán de un jugoso porcentaje en los beneficios formales que reporten la tienda de autos de lujo, el restaurante de primera, la pujante empresa inmobiliaria, la casa de cambio, el hotel siempre "lleno", la concurrida banca deportiva, la muy demandada red de lotos y hasta fincas de insólito éxito en la producción lechera.

Lo demás es fácil: facturar millones en cada uno de esos negocios, no importa que apenas se venda un carro cada mes, que el restaurante sea frecuentado por cuatro gatos, que los apartamentos de las torres de lujo no se vendan, que la casa de cambio no cambie ni un centavo, que el hotel permanezca casi vacío…Porque todos los días hay que facturar y depositar en las cuentas de los bancos (¡nunca un solo banco!) y, claro, pagar rigurosa y puntualmente todos los impuestos.

¿Y ahí termina la cosa?

No. Imposible. Porque el destino final de toda operación de lavado no es la banca local, sean en cuentas de pesos, euros o dólares, sino la gran banca norteamericana y europea, para cuyos bancos no hay dólares "negros" ni dólares "blancos", sino simplemente eso: dólares que llegan a sus bóvedas después de cumplir todas las exigencias legales.

¿Y ahí termina la cosa?

No. La bola sigue creciendo. Porque esa gran banca maneja una masa monetaria mundial equivalente a unos 800 mil millones de dólares, que giran y giran cada día en todas las operaciones financieras que sostienen a nivel mundial la industria, el comercio, y, por supuesto, la economía de los estados. Todo legal, incluyendo las transferencias cuyo destino final es financiar las fábricas, los barcos, aviones y redes de distribuidores de la mercancía generadora de una riqueza que se multiplica cada día y deja tremendos beneficios a sus redes operacionales: desde el que vende el sobrecito en el callejón del barrio, hasta el que trafica con miles de kilos de cualquiera de estas mercancías, pasando por todos aquellos que protegen la debida realización comercial de cada gramo: políticos, legisladores, jueces, burócratas, policías y militares.

Vistas así las cosas, no es posible concebir ni explicar la expansión de la economía de la República Dominicana o de cualquier otro país (incluyendo China y los países musulmanes, donde se paga con la muerte el tráfico de drogas), sin dinero del lavado, que según el Fondo Monetario Internacional representa una masa monetaria "inorgánica" de la misma dimensión de la emisión oficial: 800 mil millones; es decir, el "dólar negro", que se alterna simbióticamente, como el yin y el yan, con el "dólar blanco", ocupando por igual todos los espacios de la economía mundial.

  Es decir, no es posible concebir este "crecimiento" (lo entrecomillo por mal distribuido) de siete, ocho o diez por ciento anual acumulado desde hace quince o veinte años (no obstante el agro abandonado, la industria envilecida, las zonas francas quebradas y las remesas severamente disminuidas) sin las inversiones generadas por los numerosos capos y capos di capi cuya identidad, aquí y allá, ni nos imaginamos.

 Paradójico sería mañana que, legalizado el fabuloso negocio de las drogas, como desde hace mucho tiempo sugieren más de un Premio Nobel de Economía, y ya formalmente constituido en "sector empresarial", veamos al frente del CONEP, ya reivindicado de su vía crucis, al señor don usted Quirino Vilorio Castillo u otro cualquiera de su estirpe.