Hipólito Mejía tiene una oportunidad de oro para ganar la gloria, como Betancourt y Figueres: renunciar a toda aspiración de vuelta al poder para abrirle un camino amplio y promisorio al liderazgo emergente. Daría así el primer gran paso en la urgente tarea de liquidar el patológico caudillismo que ha envilecido el sueño democrático dominicano desde su nacimiento mismo. Se lo agradecería por siempre el país. Se lo agradecería el futuro del sistema político. Se lo agradecerían quienes valoran su buena condición humana. Se lo agradecería la gente que lo quiere bien y que no medra de su sombra.