“Y como ciertos pájaros cantan sólo para ciertas razas”  Joaquín Pasos

Escribir resulta más difícil que lo que uno se imagina. Escribir sin ataduras y con libertad resulta una osadía en el gran supermercado que es nuestra sociedad, en donde se estampan los precios para la venta. Nadie respeta la libertad de quien escribe y todos pretenden trazarle las pautas, imponerle los silencios y dictarle las palabras.

Me pregunto, ¿que será de un poeta que no discuta con las musas las palabras adecuadas que habrán de transformar el cuerpo de una hoja en blanco, y permite que un salario clandestino dicte orden a su pluma?

Qué se podría pensar de un escritor, convertido en mercenario de la mentira y del chantaje, que se vende como un litro de leche, recostado en los tramos de la vitrina de un colmado?

Cómo puede ser leído el escribano, que se torna indiferente a su entorno; que le da igual mirar el hambre que el paisaje; que pervierte su atención buscando el libro como escape, que no le interesa el rostro ni los ojos que juzgan, ni los labios que preguntan, mucho menos la realidad que se desnuda para remitir y poner con nombres y apellidos la identificación de los verdugos?

En este tiempo, cómo puede ser rememorado y enaltecido el poeta, que no desnuda su alma frente al mundo, para dejarse ver cuál es y prefiere refugiarse en disquisiciones filosóficas, en ornamentaciones superfluas del lenguaje o en el narcisismo de su prosa para enaltecerse?.

No puedo creer, que a un escritor no le conmueva respirar el aire nauseabundo que se esparce en el entorno y nos contamina hasta los tuétanos, apoyado en una retahíla de  contrastes de costumbres que convierten la realidad en una ficción, con el poder de rebasra la ficción misma.

Cuántos poetas, escritores, intelectuales, periodistas y comunicadores tienen compromiso con el desorden hecho orden, y ya hemos descubierto que “el coronel tiene quien le escriba”, le mande propinas por correo postal, y en cada ocasión, rinden tributos y se postran frente a su patrocinador. Sin embargo, revolotea en la imaginación eso de que “las palabras, aún las de signo adverso, las inventa el ser humano, después, aunque éste quiera, no puede destruirlas porque terminan adquiriendo vida propia. Caminan por sí mismas, por el mundo, entre las cosas. La única alternativa entonces es sentarse y esperar que envejezcan” (Roberto López Moreno).

No pueden ser leídos, ni deben ser leídos quienes no encarnen en sus plumas las aspiraciones de los hombres: sus dolores, sus amores, sus decepciones, sus éxtasis, sus pasiones, sus placeres, sus luchas, sus triunfos, sus búsquedas, sus glorias, sus esperanzas…no debemos participar en los cultos de esos ídolos, tampoco en las genuflexiones, rezos y en la exposición de los inciensos.

Mis amigos poetas, mis amigos de cualquier pluma, deben entender que la sociedad necesita luz para buscar otros senderos mejores. Bien nos lo recuerda Ernesto Cardenal en “Epitafio para Joaquín Pasos”:  “Aquí pasaba a pie por estas calles, sin empleo ni puesto, y sin un peso. / Sólo poetas, putas y picados conocieron sus versos. / Nunca estuvo en el extranjero. / Estuvo preso./ Ahora está muerto. / No tiene ningún monumento. /  Pero / Recordadle cuando tengáis puentes de concreto, / grandes turbinas, tractores, plateados graneros, / buenos gobiernos. / Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo / en el que un día se escribirán los tratados de comercio, / la Constitución, las cartas de amor, y los decretos.” 

En mi caso particular, escribo para hombres y mujeres que tienen corazón, que no le temen a las palabras sin importar el grado de asombro que produzcan, que creen en un mundo mejor y posible, y  creen que los jodidos, los pobres tienen  una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra para que nadie los siga jodiendo.