“Todos los hombres son intelectuales…pero no todos los hombres desempeñan en la sociedad la función de intelectuales” (Antonio Gramsci).

Me preocupa en demasía, la falta de criticidad que aflora de la mayoría de egresados de escuelas y universidades del país. El común de la gente piensa que un egresado está preparado para responder sus inquietudes. Ellos tampoco imaginan que el mismo sistema educativo nuestro, se preocupa de entronizar conceptos e informaciones y deja de lado el mismo fundamento de la educación, educere significa “sacar”. Educar es enseñar a pensar y no sólo enseñar a tener conocimientos. Éstos nacen del hábito de pensar con profundidad. Sin embargo, hoy en día conocemos mucho pero pensamos poco lo que conocemos. Ahí, empezamos un camino cada vez más tortuoso.

Admito, que esta falta de criticidad toca con rudeza a personajes del entramado social que han sido definidos como intelectuales: “esos pontífices”, “sabelotodos”, "eruditos", “gurues”, “científicos” y “tecnócratas” que se vanaglorían y exhiben como vedettes sus conocimientos, en cualquier espacio disponible.  No, el intelectual forma parte de otra estirpe de hombres y mujeres, aquellos que son el resultado del despertar de la conciencia crítica que nos dejó el siglo XX, y que según el teólogo brasileño Leonardo Boff “ se interesan por entender el sentido realizado y presente en toda actividad humana, ya sea personal, social, científica o religiosa. El que hace uso de la inteligencia (intellectus)… y la inteligencia se refiere no sólo al uso de la razón (contar, enumerar, analizar), sino el que posee la capacidad de instuir y leer en el interior de la realidad (del latin intus-legere) un sentido y un valor”.

El intelectual es el hombre de la totalidad, no del fragmento; de la síntesis, más que del análisis. Alguien piensa que un intelectual deberá vivir sumergido en tres requisitos que al parecer son fundamentales:

  1. Descompromiso. Cierto grado de desvinculación de la realidad en la que vive, considerando la realidad no como exclusiva del juego de intereses del presente, sino ve sus raíces pasadas y su apertura al futuro. Se distancia de la realidad para contemplarla desde una visión más alta. El distanciamiento no es indiferencia sino criticidad, desamarre de las ataduras fraudulentas e injustas que propicia el poder.
  2.  Crítica. La reflexión independiente y la libertad. No ser un cortesano de los que detentan el poder. El crítico juzga, discierne y desenmascara. Ser crítico es quitar la máscara de los intereses escondidos y sacar a la superficie las conexiones ocultas, aunque esto conlleve la “disidencia”. Noam Chomsky apunta con certeza: "Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si se forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas".

Alguien miró las condiciones de Diógenes y le comentó: Diógenes si sirvieras al rey no tendrías que comer lentejas; y él le contestó: si comieras lentejas no tuvieras que servir al rey.

3. Compromiso. El intelectual no vive en las nubes, sino que “es un actor social que participa de la composición de las  fuerzas sociales y posee su lugar social, desde el que elabora su visión” (J. Barros).

Es una expresión de ingenuidad, nos dice Boff, el creer que puede existir el intelectual puro, “el neutro”, desvinculado de las fuerzas sociales; es una mentira de alienación sistémica, ya que las propias prácticas sociales del intelectual ya lo inscriben en la objetividad de lo social. Por lo que este compromiso da como resultado a dos tipos de intelectuales: los que refuerzan el status quo o establishment con su posicionamiento de neutralidad, y los que secundan y están al lado de los movimientos portadores de alternativas sociales incluyentes.

Como tal, opto por el intelectual al lado de los procesos sociales incluyentes, dado que el intelectual al servicio del status quo no necesita del uso de la razón, porque ya cuenta con la razón del poder. El Subcomandante Insurgente Marcos del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) refiriéndose a estas problemáticas de intelectuales y movimientos acertadamente dice: "Nosotros preferimos escuchar y discutir con quienes analizan y reflexionan teóricamente en y con movimientos y organizaciones, y no fuera de ellos o, lo que es peor, a costa de esos movimientos. Sin embargo, nos esforzamos por escuchar todas las voces, prestando atención no en quien las habla sino desde donde se habla".

 No se concibe a un intelectual sin su vinculación con los procesos que se dan en su realidad socio-histórica, y la andadura concreta de su comunidad. Su saber no debe ser “teórico”, debe estar conectado con la vida de la comunidad y al servicio de ella, para que sea legítimo. Su reflexión parte de la práctica de la comunidad. “Los intelectuales son la conciencia racional de la vida social y la conciencia histórica de la razón política” apunta Francisco Arias Solis.

“El intelectual es un individuo con un papel público específico en la sociedad que no puede limitarse a ser un simple profesional sin rostro, un miembro competente de una clase que únicamente se preocupa de su negocio. Para mí, el hecho decisivo es que el intelectual es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión para y en favor de un público”, reitera Edward W. Said, catedrático de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de Columbia.

Antonio Gramsci insiste en que "el modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir ya en la elocuencia, motor exterior y momentáneo de los afectos y pasiones, sino en el mezclarse activo en la vida práctica, como constructor, organizador y "persuasor permanente" por no ser puro orador, y, sin embargo superior al espíritu abstracto…".

Immanuel Wallerstein propone que el papel principal de los intelectuales es contribuir a reducir la confusión, aún, y sobre todo, entre los activistas comprometidos con una transformación progresista… De esa forma se contribuye a reducir el miedo y sus reflejos impulsivos…a imaginar una estructura social que sea fundamentalmente diferente de la actual, una estructura que sea relativamente democrática y relativamente igualitaria".

En definitiva el intelectual es una antorcha portadora de horizontes, íntimamente ligado a la visión y la utopía;  vive en comunión permanente con su realidad para trascenderla y en un compromiso concreto en favor de un determinado sentido de la trayectoria humana, ya que reconoce con sobrada razón que “el talento que no tiene corazoncito no sirve para un carajo”, decía el poeta salvadoreño Roque Dalton-