La Historia registra el dato de que en las grandes luchas políticas muchas veces gana quien pierde determinadas batallas, eso sucede porque en ocasiones el vencedor tiende ha aplicar el programa político que sirvió de bandera al vencido. Incluso, es frecuente en que las grandes revoluciones no siempre ganan los portadores de cambio, sino los que se baten por la continuidad de orden que se quiere cambiar.
Pero, para que esto suceda se requiere de la inteligencia y astucia del o de los vencidos o, por lo menos, la imposibilidad de vencedores de imponer sus concepciones de poder o de cambio, debido a un contexto desfavorable o por la aparición de algunos imponderables de difícil manejo. Algunas situaciones que vive el presente Vietnam constituyen un trágico ejemplo, también los programas de las derechas que aplican algunos socialistas europeos en estos tiempos de crisis.
La negativa del grupo perdedor del proceso de Convención del PRD de reconocer el triunfo del claro vencedor de la misma, las acciones de intento de desconocimiento del mandato de poder otorgado a la Comisión organizadora de esa Convención y las descabelladas condiciones y ventajas que, según la prensa, exige el grupo perdedor para aceptar los resultados del referido proceso, nos dice que el jefe de ese grupo no maneja la astucia que se requiere para hacer, por lo menos relativamente, de su derrota una victoria.
Parece que no se dan cuenta que firmaron un documento donde se comprometían a aceptar los resultados de la Convención basado en el reconocimiento del porcentaje de su votación en un eventual gobierno de su partido y que obtuvieron cerca de la mitad de los votos, por lo cual, según ese acuerdo, les corresponde una cuota de poder que refleje ese porcentaje. Querer más de ahí constituye un despropósito, es pretender hacer de su derrota una neta victoria y por ese camino sólo la obtendrían arrodillando al vencedor y su grupo.
El pacto que hizo Miguel Vargas y su grupo que le garantiza un lugar, un espacio en un eventual gobierno del PRD y es normal, todo poder es relación de fuerza, vale decir tiene que reflejar todas las componentes que hacen posible alcanzar el poder, por eso las negociones, en este caso, no pueden verse como simple y espurias reparticiones de cargos.
Pero, en batallas de esa naturaleza el que pretendía encabezar una boleta electoral y perdió, simplemente perdió. Es legítimo que negocie espacios para los integrantes de su grupo, pues estos son expresiones de la fuerza total del partido, pero puede pretender arrebatar y exigir que se le garantice una cuota de poder desproporcionado y lesivo a los derechos no sólo de una parte de los vencedores, sino de los propios vencidos o no entender los alcances de su derrota y los límites de la victoria del contrario.
Querer hacer de una derrota una victoria, de manera burda, arbitraria y desconociendo la fuerza del adversario, significa escoger el camino de perderlo todo y solamente el futuro del líder del grupo perdedor, sino toda posibilidad de poder de todos los integrantes del grupo perdedor. Sólo si se confunde lealtad con abyección se puede seguir a un jefe hacia el despeñadero.
Por otro lado, si Hipólito y su grupo no se mantienen en el estricto marco del pacto pre convencional y cede al despropósito de algunos cercanos colaboradores de Miguel, bien podría hacer de su victoria una derrota. Si eso sucediese estaría sepultando el espíritu de combate y de lucha que expresó la militancia perredeísta durante el proceso convencional pero también él estaría sepultándose como político.
Depende de él que de nuevo gane el que perdido una batalla política, un fenómeno no raro en la historia de la política, pero perfectamente evitable si se actúa no sólo con inteligencia sino con determinación de apego a principios y valores de la democracia: la minoría, aunque no se deba aplastar debe reconocer el derecho de la mayoría a ser tal, sobre todo cuando se ha impuesto en este caso en la Convención recién pasada del PRD.