Cuantas cosas han traído consigo la cuarentena, el virus y el encierro. Salí de mi oficina el miércoles 18 de marzo con la firme convicción de que las medidas que más adelante anunciaría el Gobierno, unas pocas semanas después se iban a relajar y pronto dejarían de cumplirse; como pasa con muchísimas reglas en nuestro país, y que sí, sé que no debería ser así. Mantuve el nivel de optimismo tan elevado, que esperé último momento para cancelar la reserva que había hecho este año para semana santa. Para mí, y estoy segura que para muchos también, al igual que con las tragedias y los sucesos, uno siente que aquí no va a pasar nada. Que esas cosas simplemente no pasan aquí.
Hoy, ocho meses después, hemos visto de todo. Horario de toque de queda varias veces modificado y una vez levantado; supermercados y establecimientos comerciales atiborrados; filas kilométricas para conseguir artículos de primera necesidad; el Metro y el servicio de transporte paralizados y de otro lado, en la cotidianidad y la naturaleza pintoresca del dominicano, gente violando el toque de queda; ciudadanos desafiando a las autoridades; fiestas clandestinas; la venta de bebidas alcohólicas disparadas y hasta una peculiar escasez de leche condensada. Para morir de risa o para ponerse a pensar,
Seguimos con las mismas medidas procurando un distanciamiento social, que si bien es cierto que es necesario, la realidad es que no se cumple. La gente, en la mayoría de los casos, dejó de lavar por completo cada artículo que viene del supermercado o de la calle; dejamos de desvestirnos en la entrada de la casa; muchos han vuelto a abrazar a sus seres queridos; nos vimos en la necesidad de buscarle la vuelta a la situación, de forma tal que uno no muera en la soledad apartado de casi toda su gente.
Casi todos hemos vuelto a la oficina. El trabajo remoto es historia y ya no se procura que los espacios de trabajo no estén tan concurridos, salvo algunos casos, casi todo el que trabaja, está de vuelta en sus puestos y funciones. Basta con salir en la mañana y ver el transporte público a toda capacidad y más, mucho más.
En términos de nación, el Gobierno abrió el turismo y los hoteles funcionan, bajo medidas de higiene y seguridad, pero funcionan. Los bares, restaurantes y terrazas, con horario reducido, pero llenos de clientes. En contraste cruel con la larga lista de negocios que se vio en la obligación de cerrar sus puertas. Los niveles de desempleo en sus buenas y la incertidumbre de quienes se aferran al barco a ver hasta cuándo y dónde pueden aguantar.
No quiero ser pesimista. Tampoco vengo a hacerle una agenda al Gobierno para que levante el toque de queda, relaje las medidas y nos entreguemos a morir todos de Covid. Pero si algo nos ha dejado la pandemia, tanto en términos humanos como económicos y sociales, es la necesidad imperante de reinventarnos; quizá también las autoridades estén llamadas a revisar lo que están haciendo, reflexionar en los fallos, reforzar las debilidades y mantener las que han dado buenos resultados.
Esto, bajo serios criterios de autocrítica, con madurez, aplicados a la esencia del dominicano pero amparados siempre en los mismos términos de justicia y equidad social. Porque la realidad ahora mismo es que existe una desigualdad social muy marcada para aplicar la ley y las sanciones, que puede jugarnos una vuelta muy fea. Sobre todo porque está en juego el sentimiento más básico y primordial que defiende el ser humano y por el que tantas batallas se han librado y se siguen librando, día a día y en todos los ámbitos.
La libertad debe ser el reclamo más antiguo y firme que ha empeñado el ser humano, y jugársela contra ello, puede complicar el panorama. Sin contar con el sentimiento de rebeldía que se despierta en uno cuando esa libertad de la que gozamos, se ve seriamente amenazada, para unos más que para otros.
Hay mucho de desigualdad social en la forma en la que las autoridades aplican e imponen la ley, castigan a unos y chancean a otros. Una cosa es para los barrios y otra muy distinta es la que se vive en las villas y los hoteles de todo el país. Hay una cuota de responsabilidad ciudadana y una cuota también de las autoridades para que las medidas se cumplan, por encima muchas veces, de la voluntad del pueblo. Pero cuidado con los excesos.
Se ven cuadros tan dispares como una fiesta en una residencia que fue dispersada con bombas lacrimógenas; un bar bajo la falsa fachada de una iglesia evangélica; mujeres que agreden a los policías y una cumpleañera que terminó de celebrar su fiesta con todo y pastel dentro del camión de la policía rumbo a un destacamento.
El ingenio y la creatividad puestos a prueba y superados con creces y el efecto psicológico que causa en el ser humano el encierro y la libertad a medias, puede traer muchas situaciones y ni el Gobierno ni los ciudadanos necesitamos más de lo que ya el 2020 ha traído.
Que la realidad no se nos salga de las manos y que diciembre, con todo lo que significa y conlleva para los dominicanos, no nos agarre asando batata.