El largo e intenso debate que se ha desarrollado en el país sobre el tema migratorio haitiano ha servido para algo.
Por lo menos ha sido la primera vez que dicho tema se debate de modo amplio, multilateral y en todas las instancias de la sociedad incluyendo los medios de comunicación de masas.
Y es un debate necesario, inevitable, porque si los haitianos no se van a mudar de Haití, ni nosotros de Republica Dominicana y, además, no existe manera de lograr una transmutación automática de nación pobre a nación rica, entonces el único camino sensato es la discusión franca y de amplias miras, internas y bilaterales, para construir soluciones prácticas.
En este debate hasta los radicalismos han servido, porque han provocado la participación de sectores moderados y de algunas de las mentes más sosegadas de la intelectualidad dominicana.
Hemos aprendido también – aunque forzados, casi a rastra -, que el drama dominico – haitiano no es solo haitiano, es sensiblemente internacional y con interlocutores de pesado calibre.
Con algo parecido se encontró recientemente el presidente de México en sus rondas internacionales en medio del impacto de la escandalosa serie de crímenes en ese país, Peña Nieto recibió presiones y exigencias de explicaciones de parte de la comunidad internacional. Y es que algunas personas – políticos y comunicadores – disfrutan hablar a boca llena del “fenómeno de la globalización” y de las “tecnologías de la información”, pero cuando las ven llegar se escandalizan.
Otro subproducto de la crisis es la puesta en escenas, como nunca antes, de nuestra ineficiente y costosísima parafernalia diplomática.
A la Cancillería la han convertido en un insaciable monstruo clientelar, y desdibujado su vieja imagen de espacio público con glamour de elite, donde la gleba política no se atrevía a pedir nombramientos. Gobiernos tras gobiernos, décadas tras décadas, la Cancillería siempre flotaba sobre la vorágine de corrupción, aparentemente limpia, aunque en verdad no lo fuera. Pero, en este país, los reformistas han demostrado que todo lo pueden.
Ahora bien, mientras discurrían las discusiones y las cumbres fronterizas a lo largo del 2014, simultáneamente la entrada de haitianos al país, precisamente por la frontera, se incrementaba de manera masiva e invasiva.
Las fuentes principales para esa oleada inmigratoria han sido los consulados dominicanos en Haití, regularmente venales e ineficientes, y la ausencia de control de los pasos por la frontera.
Uno de los peores atentados concretos, prácticos, a la paz, a la soberanía y al desarrollo de la Republica Dominicana se resume en la mercantilización de la gestión de esos consulados y en la manera pedestre, incapaz, en que se “protege” la frontera. En esas condiciones no habrá sentencia, ley ni Constitución que sirva.
En resumen, el complicado tema haitiano, el deshielo de las relaciones entre Cuba y Washington, y las perspectivas de cambios políticos en Venezuela y sus facilidades petroleras, entre otros temas y expectativas, indican que ha llegado la hora de los pantalones largos para la diplomacia dominicana y la política exterior.