La emergencia sanitaria mundial que ha desatado la propagación del COVID-19 ha generado un impacto descomunal a nivel de medios informativos y sus consecuencias entre segmentos de la sociedad en países con estructuras organizativas débiles o ambiguas.

El manejo de la crisis actual entre operadores de algunos medios y usuarios de las redes informativas ha sido uno irresponsable y criminal. Tanto así, que la exposición continúa atada a la distorsión de la realidad deslinda en la desinformación servida sin ambages a la ciudadanía.

Justo cuando se necesita datos firmes, veracidad, objetividad, cabeza fría y pies de plomos entre los mensajeros de la crisis, los ciudadanos son víctimas de la industria de rumores que muchos insensatos desequilibrados se dan a la tarea de alimentar sin rubor alguno. Y es que la información es poder.

No obstante, la morbosidad subyacente de sectores sociales de promover el pavor y el espanto a través de los medios cibernéticos y las redes sociales debe ser enfrentada por las autoridades con determinación y consecuencias. No es un juego la vida

Los medios no son la opinión pública. La responsabilidad pública de los medios no ha estado a la altura de las circunstancias en algunos países, como República Dominicana. Y pese a los esfuerzos de los organismos y gobiernos mundiales por llevar información veraz y confiable, el rumor público tiene más fuerza y poder de conmoción, tanto o más cuanto que la cuantificación magnificada de víctimas.

¿Cuál es el costo social de la desinformación en tiempos de crisis? Enorme, en término cuantitativo y cualitativo. Lo testimonian las colas en los mercados de alimentos por rumores de escases, el gasto imprevisto por una emergencia de salud, la escasez de medios y pruebas certeras, o el manejo torpe de las autoridades ante los reclamos de necesidades prioritarias y urgentes.

El pánico mediático y la desconfianza social deliberados, generado entre la población tensa y llena de incertidumbre en medio de una situación de catástrofe, es comparable al terrorismo por sus efectos en la salud física, mental y el daño a la economía individua, colectiva y la cohesión social.

Además, el miedo paraliza, desvía y distrae los esfuerzos conjuntos que realizan Estado y sociedad para mitigar y superar la situación de emergencia, así como asistir a quienes en realidad necesitan ayuda y están en condiciones precarias en capítulos de crisis nacionales.

No obstante, la morbosidad subyacente de sectores sociales de promover el pavor y el espanto a través de los medios cibernéticos y las redes sociales debe ser enfrentada por las autoridades con determinación y consecuencias. No es un juego la vida.

La pandemia del coronavirus a nivel mundial está impartiendo muchas lecciones. Entre otras cosas, ha demostrado que nadie está preparado para el estado de conmoción pública que se ha producido. El desafío es enfrentar sabiamente la cruda realidad o tomar el riesgo de morir en el intento, En realidad, navegamos por terrenos desconocidos…