A un año y tres meses de distancia del azote del virus Sars-Cov-2 en el planeta, la secuencia de picos que oscilan según la conducta de la población al cumplimiento de las medidas sanitarias básicas, plantea una suerte de paradoja sobre la conducta humana en situaciones de crisis.
Desde un principio quedó definida la dicotomía entre salud y economía, y los esfuerzos de los gobiernos para mantener el balance tan crucial que permita superar la mortandad que no cesa, a consecuencia de los contagios acelerados de las mutaciones y las presiones en las UCI, disponibilidad de camas y el personal médico.
La pandemia, que en el país parecía lejos, ahora se combina con el jolgorio de los inconscientes en la fiebre del “teteo”, sumado a la ignorancia del conocimiento necesario para aceptar de manera voluntaria una pausa, un breve sacrificio, a fin de superar la guadaña de un asesino invisible que azota como la marea alta en las playas: con pausas, pero sin tregua.
¿Por qué resulta esencial cooperar con los esfuerzos oficiales para frenar la mortandad? La razón es tan simple como una clase del Jardín de Infancia: Las cifras de los caídos no mienten. El virus se ceba sobre sus próximas y nuevas víctimas, generación por generación, hasta vencer o ser vencido.
Lo que más sorprende de toda esta pesadilla que azota el país que nos toca, al igual que al resto del mundo, ha sido la actitud carnavalesca, de jolgorio, sinrazón e insensatez, con la que un sector preponderante de la juventud asume la emergencia
Hasta la fecha, según cifras de la OMS, en el planeta se han registrado 169-millones-980-mil-564 casos confirmados. De ellos, 3.4 millones de víctimas han perecido, y se sigue contando 24-7. Brasil registra 16-millones-515-mil-120 casos, mientras que la India reporta 28-millones-175-mil-044 casos. En los Estados Unidos ya supera los 32-millones-929-mil-178 casos.
La generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial en el siglo pasado, los llamados “babyboomers”, jamás había sido testigo de un panorama tan dantesco en término de pérdida de vidas humanas. En situaciones de conflicto, la psiquis humana se adapta a las circunstancias para sobrevivir a la amenaza. Y es que la experiencia actual es lo más parecido a un ambiente de guerra, con la excepción de que se trata de un enemigo invisible.
Lo que más sorprende de toda esta pesadilla que azota el país que nos toca, al igual que al resto del mundo, ha sido la actitud carnavalesca, de jolgorio, sinrazón e insensatez, con la que un sector preponderante de la juventud asume la emergencia de la salud individual y colectiva de frente al drama constante de escoger entre la vida o la muerte.
Y peor aún, el desprecio a la vacuna –opción única, gratis, viable y disponible, a un costo considerable–, de quienes cegados por la ignorancia y la estupidez no solo ponen en riesgo sus vidas, sino también las de los demás, en una batalla donde se necesita cooperación, paciencia, inteligencia y mucha colaboración para vencer al enemigo de todos.
En conclusión, los responsables de la estrategia anti pandemia deben considerar un amplio abanico de opciones para motivar de forma acelerada el interés de la población en vacunarse. Una de ellas podría ser ofrecer billetes gratis de la Lotería a todo el que se vacune. O en última instancia, hacer obligatoria la vacunación, sin contemplación alguna, hasta que cese la emergencia.
Tal vez, así se podrá ver el resultado final de los esfuerzos en que todos podamos dejar atrás el rumbo de la pandemia, la sinrazón y la insensatez; y retomar los caminos de la buena salud, la economía, la estabilidad y la empatía humana necesarias para mantener la cohesión social y la paz humana tan elementales en tiempos de crisis.