El Diccionario de la Real Academia Española define el término falsificado como  “falsear o adulterar algo” y como “fabricar algo falso o falto de ley”. Sin duda alguna, el término encaja muy bien cuando nos referimos a la democracia que tenemos en el país. Las recién pasadas elecciones son sólo una muestra agigantada de falsificación democrática.

Pero la falsificación de la democracia dominicana no sucede al azar. Puede afirmarse que es más fruto de la perversidad que de la ignorancia. Perversidad reiterada que enriquece y da poder a élites políticas y económicas que han hecho de la política un negocio.

La democracia puede definirse mediante tres principios institucionales: En primer lugar, como “un conjunto de reglas que establecen quién está autorizado a tomar decisiones y mediante qué procedimientos. En segundo lugar, diciendo que un régimen es democrático cuando una mayor cantidad de ciudadanos participa directa o indirectamente en la toma de decisiones, por último, señalando que las elecciones a realizarse deben ser reales”.

Una democracia falsificada es la que viola estos principios, y en el caso dominicano la violación y adulteración de los mismos no puede ser más evidente: el poder  autoritario y avasallante del gobierno actual, el control ejercido sobre el poder por oligarquías y partidos que acumulan recursos económicos y políticos para imponer sus decisiones a unos ciudadanos reducidos al papel de simples electorales. Electores, por demás, timados y burlados.

La corrupción que campea en el gobierno y de la que, a la vista de todos,  no escapa la Junta Central Electoral son otras pruebas de nuestra democracia falsificada y de la ausencia de ética en el comportamiento político  que pretende validar como auténtica una democracia adulterada y alcanzada con métodos indecorosos y de espaldas a la ley.

La verdadera democracia es la ética de la política y si se renuncia a la ética para “salvar” la democracia, se comete un doble crimen; se mata le ética y se mata la democracia. Y si la ética abandona la política fracasa la democracia.

Gravemente contaminada por la corrupción la democracia dominicana actual es una democracia fracasada y devaluada. Los autores del fracaso y la devaluación tienen rostro, nombre, apellido y partido. Son ellos, quienes insultando la inteligencia de los ciudadanos  y pisoteando sus derechos  pretenden  presentar como legítima y auténtica  una democracia falseada, truqueada y simulada.

La manipulación mediática del gobierno y de la Junta Central Electoral para convencer a la ciudadanía de que en nombre de la democracia se ha respetado la voluntad popular manifestada en el voto, no hace más que aumentar el descaro, el engaño y la falsedad  de la democracia dominicana.

Los defensores y beneficiarios de esta democracia falsificada, que han implantado no desistirán fácilmente de su engaño. Para enfrentarlos y desplazarlos, los ciudadanos y de los partidos políticos no contaminados por prebendas, sobornos y favores, habrán de recurrir a la denuncia nacional e internacional, a la protesta, a la educación y la sensibilización políticas, a las exigencias firmes  y hasta la desobediencia civil si fuese necesario. Y hay que comenzar ahora.

A estos impostores de  la democracia  les resulta rentable y hasta elegante imponer a cualquier precio una democracia falseada como la que vivimos en el país. Se burlan de la verdadera democracia rechazando lo decente, lo honesto y lo legítimo en la política.

No sienten culpa, remordimiento ni  escrúpulos como para vender como buena y válida una democracia contrabandeada y de calidad baja y dudosa. La defensa de la verdadera democracia, sin embargo,  está por encima de su mercantilismo, su perversidad y su astucia política patológica. ¡Asumamos activamente esta defensa como un derecho que nos otorga la misma democracia auténtica!