“Educar para la democracia” se ha convertido en un nuevo paradigma de los sistemas educativos nacionales. La democracia y la educación tomadas en serio guardan una estrecha relación. Ambas se complementan. No ha de extrañar, por tanto, que en las democracias débiles también la educación resulte empobrecida,  insuficiente y errática.  

Tomar en serio la educación y la democracia de nuestro país obliga  a repensar la calidad de una y otra. Si valoramos las dos cosas, debemos procurar la calidad de ambas. No hacerlo porque se perdió la esperanza o por considerarlo una responsabilidad de otros puede producir lamentables retrasos y desfases en el desarrollo social, económico, político y cultural del país y una traumática baja de la autoestima nacional en la obligada vinculación con el mundo globalizado.

Si se admite que la democracia sólo funciona para un pueblo educado para la democracia, y que sólo en la democracia puede un pueblo educarse para la democracia, no habrá modo más efectivo para lograrlo que una educación destinada a formar demócratas capaces de participar en su historia, su destino y su futuro, metas que  se convierten en el principal objetivo de la educación misma.

Concebir un sistema educativo, una escuela y una pedagogía para formar buenos ciudadanos es distinto que pensarlos para hacer “buenos estudiantes”, y sólo logran este propósito cuando consiguen, a la vista de todos, transformar una escuela común y corriente en una escuela para la democracia.

Un una democracia vigorosa no se puede hablar de “educación de calidad” si no se asumen como Filosofía y Política del sistema educativo conceptos democráticos fundamentales tales como: de educación para la democracia o para la vida en democracia, educación democrática, democratización de la educación, educación para la ciudadanía, educación moral, educación en derechos humanos, escuelas democráticas, participación comunitaria y rendición de cuentas.

La democracia se enseña,  se aprende y se practica. Los ciudadanos democráticos se forman. Pero primero hay que comprender lo que es la democracia. Según se establece en la Visión del Instituto Interamericano de Derechos Humanos: “Es un sistema de relaciones humanas fundado en la legalidad aceptada por todos, dentro de la que se resuelven los conflictos y a la vez se expresan aquellos valores que sustentan los derechos humanos: la igualdad, la equidad, la solidaridad y la justicia, la libertad, la tolerancia a la diversidad y el respeto mutuo”. Esta pudiera, entre otras, ser una  definición abarcadora.

Educación de calidad es igual a educación democrática, asumiendo como educación democrática  “aquella educación que se ofrece para enseñar y promover el desarrollo de conocimientos, valores y destrezas necesarios para vivir en una sociedad democrática”. En este sentido, la democracia no es un tema o un tópico del currículo, es el centro ético del proyecto educativo.

La educación democrática sólo se logra en un sistema educativo que se rige por principios democráticos, y que hace mandatorio que  estudiantes, profesores, técnicos y administradores trabajen de manera colaborativa y estén igualmente involucrados en el proceso administrativo, de enseñanza, aprendizaje, investigación-acción  y evaluación”. Donde todos rinden cuentas de sus deberes ante la sociedad.

Debe además garantizar el acceso a la educación a toda la población del país, en condiciones de equidad, sin exclusión ni diferencias; a la enseñanza de valores en las aulas y espacios escolares; conocer y respetar los derechos de los demás y la puesta en práctica de normas de convivencia social inclusiva, justa, pacífica y solidaria.

Una de las grandes prioridades de un sistema educativo democrático es hacer de la educación un bien público, lo que supone romper con la desigualdad que existe entre la educación pública y la educación privada.

Un sistema educativo democrático garantiza las condiciones para una forma de vida democrática en todas las actividades, prácticas  y rutinas educativas. Entre estas  se encuentran: la libre circulación de ideas respetando el punto de vista de quienes las expresen para que los estudiantes tomen decisiones razonadas; el desarrollo de la capacidad individual y colectiva de crear posibilidades de resolver problemas y conflictos.

Y de manera especial, debe garantizar también la participación de los estudiantes en la evaluación de los profesores, de la calidad de la educación que reciben y de otros  servicios ofrecidos por el  centro educativo,  el  gobierno local, el gobierno nacional, así como los servicios ofrecidos por instituciones privadas.

Igual importancia tienen otras condiciones tales como el uso de la reflexión crítica, el diálogo, la deliberación  y el análisis para valorar ideas, problemas y políticas; preocupación por el bienestar de otros y por el bien común y por el respeto de la dignidad y los derechos de los individuos y las minorías; el fomento del aprendizaje cooperativo, así como la práctica y vivencia de valores morales,  que los “políticos profesionales” se saltan, ignoran, violentan  y “ven sin mirarlos”.

No dejemos solamente en manos de las autoridades y de los expertos la ineludible  responsabilidad de todos de contribuir a la construcción  de un sistema educativo verdaderamente democrático. Aportemos conformando comunidades críticas y diálogos incluyentes capaces de hacer valer la participación de todos. La salud de democracia y de la educación del país no admite la inferencia,  el miedo y el silencio sino el compromiso activo de todos,  asumido como derecho sustentado en la misma democracia.