No se trata de una improvisada declaración catastrofista. Los repetidos problemas no resueltos del país, sacados a flote por Cartas Pastorales, sermones de pastores, medios independientes, partidos de la oposición, observatorios económicos y sociales de universidades, opiniones de expertos e intelectuales, movimientos sociales y el grito de alarma de miles de comunidades, dejan ver claramente que el país padece de “Síndrome del Titanic”, que se caracteriza por una alocada euforia en pleno naufragio del país.

El hundimiento del Titanic, el que fuera el más grande y ostentoso transatlántico de principios del siglo pasado, en su viaje inaugural desde Southampton, Inglaterra, a Nueva York, se debió a un error del “timonel”, es decir, de la persona encargada de gobernar la dirección de la embarcación. 

En aquella catástrofe murieron 1,517 personas de las 2,223 que iban a bordo, entre otras causas, porque el barco no contaba con suficientes “botes salvavidas” y el mando  estaba distraído y dividido.

Los dominicanos compartimos con los tripulantes del Titanic los ánimos triunfalistas y autocomplacientes de navegar sin instrumentos ni coordenadas certeras, la ceguera de los que “mandan”, una clase dirigente insensible y anestesiada y el despiadado olvido de los más empobrecidos y carentes de “botes salvavidas” y de “alertas” para defenderse de  realidades perceptiblemente peligrosas.

El país se hunde. Los dominicanos estamos viviendo una situación de “emergencia permanente”. Mientras  a los ciudadanos  se les pide austeridad,  los “timoneles” duermen en sus “camarotes de primera clase” en medio de ostentaciones, despilfarros y derroches ofensivos. Como el capitán del Titanic, los responsables de gobernar y dirigir el país, presa de su patología, ya no están en el timón del “barco” que navega a toda velocidad en trayectoria hacia la destrucción. Están en la fiesta ebrios de poder y los “daños colaterales” de su perversa irresponsabilidad los sufrimos todos, principalmente, los más indefensos económicamente. 

El país se está hundiendo. Pese a que los Ministerios de Relaciones de Exteriores y de Turismo pretendan exportar la cosmética idea de que éste es un país próspero, tranquillo, seguro, respetuoso de los derechos de los turistas e inmigrantes y que sus habitantes son personas felices y hospitalarias que “buscan  visa para un sueño”.   

El país se hunde. Pese a que el Ministerio de Ministerio de Economía Planificación y Desarrollo, el Banco Central, el Fondo Monetario Internacional y otros organismos nacionales internacionales que “bendicen” las economía nacional quieran mostrar que el país tiene una economía en crecimiento y con “buenas bases para progresar” y, por supuesto, con capacidad para pagar los préstamos otorgados al país animados por “una caridad mercurial” que hipoteca la soberanía económica de nuestro país.

El país se está hundiendo. Porque esas mismas instituciones niegan las calamidades económicas, políticas y sociales por las que está pasando el país y las que se avizoran en el horizonte.  Nos distraen. Nos dicen verdades a medias.  No nos dicen que estas “buenas nuevas” son también motivo para extrañar y demandar mejores índices en ingresos para la fuerza laboral adulta y juvenil; una mejor asistencia en salud para madres, niños, jóvenes, adultos y envejecientes; la defensa los recursos mineros del país; salvar los ríos y la agropecuaria; combatir la inseguridad ciudadana, la exclusión y la marginalidad; una mejor educación y la sincerización del costo de la corrupción política y económica y la definición de  controles para perseguirla y penalizarla.

Mientras el país se hunde.  Mientras lo hunden.   ¿Qué nos queda por hacer? No apelar al “sálvese quien pueda”, ni a la indiferencia, ni al miedo. Ninguna solución resiliente se alcanzará sin verdad, coraje y valentía. ¡Construyamos los “botes salvavidas” y las “rutas democráticas” efectivas para detener el hundimiento del país!

Tal como sucediera durante el hundimiento del Titanic, que la banda de música tocaba el himno cristiano “Más cerca de Ti, mi Dios”, mientras se hunde el país, unidos como pueblo cambiemos los “timoneles” y sus “estilos de navegación” a ritmo de himnos, de merengue y de bachata. Salvemos el “barco” antes de que se hunda totalmente.  ¡Nearer, My God, to Thee!