Todos los días, cuando me levanto, lo primero que hago es preparar a mi hija para ir al colegio. Le hago cosquillas para que se levante, la llevo a hacer pipí, le lavo la nalguita, la carita y los dientes, pero sobre todo, nos reímos mucho. Tengo que cantarle y hacerle algunas payasadas.

Ayer, un editorial del Listín Diario sugería que la pérdida de “valores” de nuestra sociedad tenía que ver con la permisividad con la que durante años hemos estado dejando que nuestras hijas se comporten. Entre otras cosas, hablaba de cómo antes estaba prohibido que una niña se sentara en el regazo de su padre, y señalaba la cantidad de abusos sexuales en la actualidad dentro de la familia como una consecuencia por la relajación de esas costumbres. Esto, además de inferir que las niñas y mujeres son culpables de los abusos que sufren, es una estupidez.

No se me cruza por la cabeza ningún “pensamiento impuro” cuando baño a mi hija o la limpio, de hecho, lo único que me incomoda es tener que escribir sobre esto en el siglo veintiuno. Si hay algo en lo que hemos avanzado como sociedad es en cómo, poco a poco, los hombres hemos aprendido que las mujeres son nuestros iguales y que debemos respetarlas, quererlas y ayudarlas de la misma manera que ellas lo hacen con nosotros. Estoy absolutamente seguro de que crecer en un hogar donde el padre asume activamente la crianza de sus hijos e hijas es fundamental para evitar muchos de los males que aquejan a la sociedad.

La crianza autoritaria de antaño no evitaba los abusos, de hecho, me atrevería a decir que antes eran más frecuentes, porque las mujeres valían poco menos que nada y tenían que someterse a la voluntad de los hombres. Tenían que aguantar las queridas, tenían que parir todos los muchachos que al hombre le diera la gana, tenían que aguantar a los borrachos, los abusadores, los trogloditas. Mi mamá creció en un casa así y a los 14 años empezó a trabajar para alejarse de esa realidad. Me crió para que yo respetara a la mujer y la amara como mi igual.

Cometeremos un error como sociedad si empezamos a identificar las malas prácticas de antaño como una solución para los problemas presentes. La degradación en las costumbres con respecto al pasado no solo es relativa sino que además tiene que ver con muchos factores. No es algo que podamos resolver con una fórmula. Es una evolución social que a mi juicio tiene que ver sobre todo con el valor que le hemos puesto al dinero y al poder, las desigualdades que eso genera y lo difícil que se hace vivir en sociedad cuando olvidamos que somos parte de un colectivo.

Es cierto que algunos no saben qué hacer con la libertad y muchos se aprovechan de ella, pero para eso se hacen leyes. Lo importante es que se cumplan. Mi libertad y la de mi hija, la valoro y la defiendo, incluso con mi vida.