Ser padre no es para todo el que tenga testículos; tampoco es una condición accidental fruto de una torpeza en los cálculos: es una elección responsable. Papá es una palabra inmensa cuyos confines apenas conoce quien siente la gratitud de ser hijo. No es un título ni una deuda; es una gracia inmerecida. Papá es el primer balbuceo de la vida que convoca instintivamente a la protección más recogida. El perturbado Sigmund Freud decía: “No puedo pensar en ninguna necesidad de la infancia tan fuerte como la protección de un padre”.

Los años no han podido desdibujar de mi piel el tibio pecho de papá. Era cobijo, abrigo, armadura y guarida. En sus brazos me sentía gigante. Su presencia callada pero recia era más persuasiva que la verdad, y sus parcos consejos resonaban en mi conciencia como sentencias inapelables. Hay carencias que nunca podrá suplir una madre y otras que apenas suplanta su entrega, como proveer sustento y seguridad, modelar la disciplina, afirmar las convicciones, enseñar con el ejemplo, traer la amonestación oportuna o dar amor maduro. Papá rebosó todos esos vacíos y juro que le faltó vida y medios para más. Me amó con las garras del alma, como se aferran las raíces al suelo. Perdió el sentido de lo propio para hacerlo de todos; se realizaba en mis triunfos y respiraba mi futuro como si amaneciera en cada sol. Yo era su mejor apuesta. No dudo de que si estuviera hoy conmigo pregonaría mis logros al viento sin disimular ese viejo orgullo por el hijo de sus suspiros. Y era que él no me sentía como un ser distinto sino como una dilatación imperecedera de sus sueños cuyo horizonte apenas reunía en su mundo. Hoy habito en él, presencia que honro y perpetúo con el ejemplo.

Andan por ahí machotes creyéndose padres. Esos artefactos con ínfulas humanas y sentimientos metálicos lo dicen porque disparan secreciones en cualquier vagina sin más afecto ni efecto que un “gustazo”. Lo sublimemente patético de esa raza anodina de sementales es cuando le ponen precio a sus testosteronas, cuando le llaman “tropiezo” a los hijos o cuando hay que probarles en los tribunales que un hijo es algo más que el “jumo” de una noche.

Un padre que le niega la manutención a un hijo pierde virtud para preconizar moral en cualquier escenario. Y es que esta es la primera tarea de la vida paterna. Faltar a esa obligación no solo es inmoral, sino antinatural. Hasta los animales sienten el apremio instintivo de alimentar a sus crías. Un humano ajeno a ese constreñimiento es un engendro desechable. Es un paria.

Un hijo no es un desvarío, un “gancho” ni un “chapeo”; es un premio, un logro, un objetivo preciado de vida. Como decisión consciente y responsable, el padre no puede eludir las obligaciones inherentes a su progenitura. La paternidad es una capacidad eminente, milagrosa e irrepetible para recrear la vida. Para merecerla hay que ser humano primero y después hombre. Desperdigar neciamente ese germen es una elección libre del hombre, pero no puede sustraerlo de sus consecuencias naturales. Padre no es el que procrea sino el que ama. El humanista Juan Luis Vives escribía: “¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre!”. Y lo digo por mí: ¡tuve el mejor padre!

No me toca juzgar a nadie por lo que hace u omite, pero cuando ese alguien dice representarme, me arrogo el derecho de calificar su conducta. Es bochornoso para un hombre que representa el interés público faltar a una obligación humana de primera atención. Es obsceno y ruin. Nadie puede ostentar una representación pública cuando no lo puede hacer dignamente por un hijo. Es un delincuente y como tal debe ser denunciado. Esa falta no conoce condiciones, calidades, circunstancias ni atenuaciones; son contados los valores que trascienden al supremo interés del menor. Propongo que esa entelequia denominada Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental cobre el valor que no tiene y publique los nombres de legisladores y funcionarios con procesos judiciales abiertos por incumplir ese deber. En el caso de funcionarios, la cancelación no debe esperar. El respeto empieza con uno.