El sector empleador dominicano debe lidiar con gastos derivados de la deuda social y la ineficiencia de ciertos procesos que hacen más costosa la producción de bienes y servicios.  A pesar de esto, siempre que no afecte la sostenibilidad financiera de su empresa, debe buscar la forma de mejorar las condiciones salariales de sus empleados.

Hace un par de semanas publicó mi amiga Selma Polanco un artículo en el que propone que, para llevar a la República Dominicana al salario máximo debemos aumentar la complejidad de nuestros procesos productivos, esto es, producir bienes y servicios con mayor valor tanto para la producción local como para la exportación. El artículo de Selma, impecable desde la lógica económica,  me puso a pensar en el salario, no como la consecuencia que un sistema productivo tiene para las personas que participan de él, sino como una de las variables que determinan la dinámica económica y social de un país.  No como efecto sino como causa.

Viendo hacia atrás, la ruta que ha recorrido el sector productivo en nuestro país de los años 80 hasta la fecha ha traído muchas conquistas. La gobernanza en las empresas es más sólida, los procesos productivos se han ido modernizando y con ello el enfoque en eficiencia y productividad; las empresas tienen mayor conciencia de la relevancia, no solo de sus procesos, sino de su cadena de valor, la medida de desempeño de las empresas cada vez incorpora mayores aspectos relacionados a la sostenibilidad, y así podemos nombrar aspectos que por sus evoluciones positivas, permiten que digamos que el rumbo de las empresas ha estado dirigido hacia el fortalecimiento y el crecimiento.

El elemento faltante en esta ecuación, el que ha quedado rezagado, es una mejor estructura salarial.  Existen muchos elementos que juegan en contra de una dinámica empresarial que mejore los montos salariales de sus empleados, empezando por la pérdida de competitividad en los costos de sus productos.  Otro factor que arrastra el sector empleador es responder al costo enorme que representa operar bajo el efecto de la gran deuda social que les limita crecer y tener un mejor desempeño como resultado de sus operaciones.   Los problemas sociales terminan convirtiéndose para las empresas en componentes de gastos que se registran bajo diferentes nombres: entrenamiento, reentrenamiento, desperdicio, fallas en la calidad, riesgos de seguridad, problemas de salud, ausentismo, rotación, baja productividad, etc.

El sector empleador dominicano también tiene que incorporar en sus operaciones costos de transporte excesivos por el alto precio de los combustibles y la falta de competitividad en el sector transportista; servicios de seguridad privatizados; cisternas, pozos y camiones de agua; inversores, plantas eléctricas y gasoil para mover las mismas; pago de prestaciones laborales que se duplican con los compromisos del sistema de pensiones y un largo etc.

A pesar de todos estos problemas conocidos y sin que tenga que mediar una intervención del estado elevando el salario mínimo y con ello empujando al resto de los salarios, quiero invitar al sector empleador para que sin poner en peligro la sostenibilidad financiera de su empresa haga un esfuerzo sobre humano en mejorar las condiciones de nuestros empleados.  El círculo virtuoso que podemos crear es tan poderoso que merece la pena el esfuerzo.

El ingreso per cápita de las personas que participan en la economía incide en su capacidad para consumir bienes y servicios: cuando el ingreso per cápita aumenta, se desata una dinámica económica que opera a favor del consumo, lo que a su vez incide en la creación de nuevos puestos de trabajo para producir más bienes y servicios.

Igual pasa con aspectos relacionados con el desarrollo social. El salario, por ejemplo, impacta la capacidad de retención de los sistemas de educación y formación, en tanto que el valor de los puestos de trabajo incide en que estos sean más o menos atractivo para las personas mantenerse en una ruta de aprendizaje que promete conectar con un empleo. Cuanto mejores son los salarios, más atractiva la formalización de las actividades. Esto, en teoría opera incluso como un desincentivo a que las personas incurran en actividades ilícitas.

El reto de la competitividad de las empresas solo lo superarán las más fuertes y, a fin de cuentas, solo quedarán firmes aquellas que hayan invertido recursos y talentos en producir los mejores bienes y servicios y en transformar las realidades sociales que inciden en que dichos procesos de producción sean tanto rentables como sostenibles.

Aceptemos nuestro rol insustituible en el proceso de aliviar los problemas sociales y seamos más estratégicos en cómo incidimos en aquellos que ponen a riesgo nuestro negocio.