Vislumbrar el cuerpo especial que encierra la innovación como campo de oportunidades para un mejor desarrollo del país, es el principalísimo que deberíamos avizorar como sociedad, como un concierto total. Está palmariamente registrado que solo buscando nichos en el mercado caribeño, latinoamericano, centroamericano y global, podremos construir una sociedad más incluyente que coadyuve a un nivel más alto de desarrollo humano.

Oteando el futuro de la diversidad en los productos y servicios nos ayuda como país, al igual que diseñar ostensiblemente, la definición de nuestra marca país. Cuáles son los elementos que nos contienen, cuál es el más prioritario y cuál de ellos en la jerarquización nos encuadra como la estrategia distintiva que nos identifica y nos hace diferentes de los demás países.

La pertinencia de este glosamiento nos enrumbará como país hacia un escenario de mayor empuje y competitividad, puesto que no solo nos hace más eficiente como nación, sino que hace que los remos se conduzcan hacia una misma dirección. Para ello, tenemos que encaminar esfuerzos para dejar atrás esa pésima modorra que tenemos donde prevalece la voluntad permanente de la inmediatez.

En ese espacio de la innovación para ser competitivos, tenemos que hacer un verdadero cambio disruptivo de nuestra visualización del trabajo, de la tecnología, como ente que se constituye en espina dorsal, cual eje transversal o core, que modula la necesaria internalización de los elementos a integrar para posibilitar la llamada a ser diferentes, que abra la comprensión de que no podemos seguir siendo lo que somos.

Es asumir el paradigma de la excelencia o como nos diría Edward Deming, que hemos sido muy permisivos con la mediocridad, se requiere asumir una nueva filosofía en la que los errores sean inadmisibles. Desde hace mucho tiempo debimos como sociedad acometer los desafíos que implicaban el armazón de un nuevo modelo económico, que desde la proactividad, nos hiciera posible el cambio planeado. Un cambio planeado, que entroncara: la innovación como médula que sinergizará con la manera de buscar los espacios del mercado donde pudiéramos ser más competitivos, agregando más valor, para desde ahí, jerarquizar el necesario desplazamiento de las competencias; objetivizarse, donde se encuentran, residen y como adquirir las competencias que armonicen con el tipo de país que queremos. Dicho de otra manera, no hay mayor competitividad sino develamos las competencias que nos hagan más efectivos en el concierto de los países.

La competitividad que aúne la trilogía de: calidad, precio competitivo y un verdadero agregado de valor, un loable plus, que nos permita aun en la feroz competencia, poder nadar con brazos fuertes. Esta aseveración nos permite bosquejar una evidencia tan obvia: el modelo de crecimiento ha estado sostenido en decisiones económicas no transables. El sector transable de la economía ha ido perdiendo su peso en la dinámica de la estructura económica. Es como buscamos el equilibrio, para que exista un parangón entre el crecimiento hacia adentro de la economía y el crecimiento hacia fuera, que genera los dólares que necesitamos. Este último ha estado congelado en los últimos 21 años y no es dable un crecimiento sostenible, puesto que no estaría basado en la productividad y la competitividad, todo tipo de crecimiento con desarrollo.

La competitividad es la capacidad de producir bienes y servicios en condiciones justas y libres del mercado que nos permita competir en el mercado internacional. Hoy, somos una economía menos abierta que hace 15 – 21 años y, eso arroja consigo, inexorablemente, que hemos perdido competencia y con ello, hemos dejado de ser innovadores.

De lo que se trata es de cómo producir bienes y servicios apetecibles para otros mercados. Como muy bien nos señala Helena Herrero “La innovación será crucial, se trata de hacer productos y servicios diferentes, pero también de pensar de una manera distinta, de buscar soluciones nuevas a problemas que no son nuevos”. La innovación constante y permanente no solo tae consigo el espíritu creador, sino al mismo tiempo, la destrucción creativa, de que nos hablara Schumpeter. La clave, es también, de cómo abrazamos esa innovación que marcará la diferenciación con la competitividad que expresa el valor añadido que amerita todo esfuerzo humano.

Asumir la innovación como dinámica de oteamiento del futuro, implica que como sociedad y sobre todo, los actores hacedores de políticas públicas, tienen que penetrar en los poros más cerrados de que es impostergable una mejor educación, una mayor formación del talento humano, un claro alineamiento de todos los actores sociales y políticos en la necesidad de construir trabajos de mayor calidad, que hagan posible el ensanchamiento del mercado interno, vía salarios más altos, que logren mejorar la calidad de vida y el bienestar de más dominicanos.

En el mapa país ameritamos crecer, ampliar el tamaño y la diversidad de las exportaciones. Para ello, tenemos que trillar el camino de romper con las barreras de entrada en los mercados internacionales, a través de la calidad y precios competitivos; todo lo cual significa rupturar las barreras de salida, que al interior sofocan las redes de la productividad. Esos factores que gravitan negativamente forman parte del Capital Institucional en el que se encuentran: la Efectividad Gubernamental, la Calidad Regulatoria del Estado, el Imperio de la Ley y el Control de la Corrupción, en el que ésta última, lejos de mejorar, está desmejorando, según los últimos informes internacionales.

Para otear la innovación y la competitividad debemos de hacer un alto como sociedad, reflexionando hoy para mañana, si creemos que los parámetros económicos y sociales en que estamos sentados, nos llevarán hacia una sociedad más halagüeña para todos y todas ¡Urge una nueva pasión y entusiasmo por hacer las cosas bien y con sentido ético. Que como decía Abraham Lincoln “Haga lo que haga, hazlo bien”.!