En la sociedad dominicana, actualmente, no existe la contención institucional, marca distintiva en un Estado democrático de derecho. Al mismo tiempo se ha ido deslizando negativamente, la expresión de un valor de la democracia: el consenso mutuo. Empujan a la cuneta esa decadencia y desintegración de las instituciones y esa ausencia de la cultura dialógica

El débil caparazón institucional no ha sido fruto de la nada. Son acciones deliberadas desde la más alta instancia del Estado para poder “erigirse” en las luces de una sombra inexcusable, que derivaran en una fuerte alienación de la estabilidad. La configuración creada es la expresión viva de la incertidumbre, penosa en una sociedad abierta que descansa mayoritariamente en los servicios.

Hemos gozado de una estabilidad política que, independientemente de la profunda deuda social acumulada, de la disminución cada día más de la cohesión social y un detrimento que se acuna cada vez mayor de la dinámica virtual del capital social positivo expresada en la confianza, impugna gravemente hoy el horizonte político dominicano y con ello, el drama de la coyuntura electoral.

El solo hecho de que alrededor de un 59% de los ciudadanos, constituidos en el electorado se encuentran en la categoría de independiente y que un 53%, el más alto de la Región, quieran emigrar, nos sitúa como sociedad, en un paréntesis de perspectivas no halagüeñas. 76% que quieren cambios, donde un 46% desean mutaciones radicales, es la clarinada que la acunación del síndrome de la desesperanza, puede eclosionar en los próximos años.

¡La necesidad de cambio ruptura el conservadurismo y la pasión, incubada en la emoción, puede desbordar todo manto de racionalidad de pérdida de la estabilidad. El horizonte político se pierde al acusar una gran complejidad, en un país donde las personas se colocan por encima de las instituciones y el juego de los intereses partidarios, de facciones intrapartidarias, que no guardan diferencias notables en el ejercicio de la Administración Pública ni ideológicas, cubran todo el “espectáculo” de la vida política, de la vida social. ¡Solo hay que ver las noticias y los periódicos!

La elite política abusa y cree que el presente es una simple medianía del pasado. No tiene o no entiende el termómetro social-politico-institucional en que nos encontramos. Se hayan como los hacedores de la política imperial cuando el acontecimiento de la Bahía de Cochinos. Hannah Arendt en su libro La Libertad de ser libres reflexiona “El fallo consistió en que no se supo entender lo que significa que el pueblo sumido en la pobreza de un país atrasado, en el que la corrupción ha alcanzado unos niveles de verdadera podredumbre, se vea liberado de repente no ya de la pobreza, sino de la oscuridad y, por lo tanto, de la incapacidad de comprender su miseria…”.

El que el 68% no quiera Reforma Constitucional y que un 65% expresan, que aun haciéndola, no votarían por el Presidente que nos quiere llevar a un clima político de “crispación, perturbación”, con posibilidades de lesiones y lecciones traumáticas, en todo los ámbitos y dimensiones de la vida social. En el actual horizonte político carecemos de árbitros. Las instituciones llevadas a generar el peso y contrapeso son meras pantomimas, subalternas del poder que nos quiere retrotraer a la prehistoria. Hay, si se quiere, un vacío. No prevalece un liderazgo político que genere confianza ni un liderazgo social (empresarios, religiosos, deportistas, en fin, personas notables) que traten de parar la carreta desbocada. ¡Allí donde hay un vacío alguien siempre trata de llenarlo! No importa su fisonomía ni su perfil. Es el juego estrepitoso del “atraco”.

Nos encontramos oteando un horizonte político, un clima político, cada vez más desgarrador, más falto de un termostato, lo cual acusa un calentamiento que se perfila inestable; sobre todo allí donde el partido dominante tiene una crisis, con profundas tensiones donde la desconfianza y la intolerancia desmedida, dejan heridas difíciles de cicatrizar en el panorama de la presente coyuntura electoral.

Un Partido-Estado donde las instituciones constituyen una ficción, no pueden ser éstas las que emerjan como el espacio de articulación de las relaciones para la transformación o modificación de la Constitución. El ruido sería espantoso y el envilecimiento de la sociedad, por sus mutis vacilantes, nos apagaría en una mudez que nos conduciría a un millón de pasos hacia atrás. En el horizonte político con una coyuntura electoral nunca antes vista, de lo que se trata más allá del académico, del intelectual, del empresario, del religioso, del periodista, es asumir compromiso. La neutralidad ética y lo más “objetivo” no guardan respuestas parsimoniosas. Un hombre o una mujer del establishment contribuiría para que la reelección no se instale nuevamente en el 2020. Sería la más pérfida degradación a la vida institucional y más pérdida de la legitimidad a la democracia.

Concebir una reelección en el horizonte es vislumbrar el comienzo de la quiebra democrática, de la recaída mayor en la involución de la calidad democrática. Ello así porque los actuales actores en la hegemonía del poder son más descarnados, más grotescos, más burdos en las relaciones de poder. No tienen límites a las normas establecidas, desentablan todo “asalto, saqueo” sin el más mínimo rubor ni vergüenza. La ética política no existe y si existió, constituyó el parnaso del engaño para el ascenso social.

La coyuntura electoral, hoy, es más compleja por la decisión de la fracción del PLD que dirige el Estado. Un verdadero estrés organizacional tendrá la Junta Central Electoral con la configuración de dos leyes caracterizadas por la medianía, que conducen a unas primarias que desbordan organizacionalmente al órgano arbitral de la “competencia” electoral.

David Runciman en su libro Así termina la democracia nos ayuda a comprender el horizonte político cuando nos dice “… Corremos el riesgo de que una democracia vaciada de contenido nos arrastre hacia una falsa sensación de seguridad. Podríamos así continuar confiando en ella y acudir a ella para que nos rescate de los problemas, al tiempo que estaría creciendo nuestra irritación por su incapacidad para responder a nuestra llamada. La democracia, pues, podría caer aun permaneciendo intacta”.