Verónica Sención es una coach,una realizadora artística, una directora de la cotidianidad de los que nos damos cuenta  -o al menos lo creemos- que la existencia es un film de instantes, que avanza de manera galopante, y en el cual nos quitamos las vestiduras cuando hacemos una confesión de lo que somos.

Verónica ha hecho de su historia, una historia de valores. Ella fue pautando el ambiente en el cual iba a vincularse con el mundo, haciendo del mañana una posibilidad única  de verdetrás de las ventanas, que la tiranía de las veinticuatro horas del día se puede asumir como un elogio a la belleza.

Como coach, realizadora artística, y  directora a tiempo completo de la  cotidianidad de sus amigos artistas (músicos, poetas, pintores, artesanos, emprendedores, empresarias, etc., etc.), siempre nos recuerda que “Pedro Mir me cambió la profesión”,  a lo cual no puso objeción alguna ni disimuló desobediencia.

De izquierda a derecha Monnalisa Sención, Oswaldo Guayasamín, Guillo Pérez y la anfitriona Verónica Sención-Hostal Nicolás de OvandoEmpezó a trabajar en ese género de hacer cultura –la gestoría cultural-  en la cual no se beneficia ni persigue los jugosos ingresos de las espectaculares producciones de mass media ni de los atributos mediáticos de  la propaganda, de esa  propaganda nihilista de los enfermos de sus egos, y que espantosamente han embriagado a la sociedad a través de las mentes de aquellos que desfilan  como héroes apoyados en el poder económico de las grandes corporaciones o la sombrilla oficial “cultural” del régimen político de turno.

Ese oficio de largo aliento épico condujo a  Verónica Sención a coincidir con otros “prisioneros”  de la bondad, con sabios y  amigos dignos todos, que  hicieron posible que su biografía de hoy se escriba distinta, como una canción llena de sencillez, pero maravillosamente de primer orden.

…  y como la existencia es un  instante, relato este instante que debo a ella:

De izquierda a derecha el Embajador de Ecuador, Juan Bosch, Oswaldo Guayasamín, Verónica Sención, Pedro Mir, Rector UASD, Carmen Quidiello de Bosch y Porfirio HerreraEn la Tertulia del Hostal Nicolás de Ovando, en la legendaria calle de Las Damas, era el año de 1993, el mes de noviembre,   y para los que acudíamos al Hostal detrás de la palabra  con deseo de respirar libertad, nos llevamos la sorpresa de que  Oswaldo Guayasmín estaba allí, y que trajo consigo la diversidad y los rasgos étnicos indígenas en su pintura. Fue su presencia  como si llegara desde el viento la  inspiración, y su labor de artista un aliento al máximun para que en nuestro  bosque interior ninguno pudiera omitir ese retrato fiel que somos de dualidad no asumida.

Dolor y miseria, destrucción y ataduras son  los presagios que los pueblos tienen  y traen con la fragilidad de su inocencia ante las criaturas que se dejan llevar  por la irracionalidad de la violencia,  la explotación del hombre por el hombre, y la  mala fe del capitalismo.

… una pintura, un lienzo de Guayasamín  daba  de cara, de frente, golpeaba la sin-conciencia de los que siembran el odio, de los que son intolerantes con la verdad. Su participación en la Tertulia de los Martes del Hostal Nicolás de Ovando, que conducía la gestora cultural Verónica Sención, hizo que comenzará a nacer en nosotros el sentido de la dignidad, y a tratar de comprender el arte como denuncia, el arte como virtud, el arte como sensibilidad; un arte que se asomaba a sus ojos, y que nos aprisionaba como una tumba abierta.

Verónica Sención, junto al profesor Juan Bosch y Pedro Mir, atrajo a Guyasamín al Hostal para que su arte estallara en la retina de cada uno como un cristal ante la soledad de la noche y la soledad del mundo, como esperanza viva ante la tensión de la angustia sin fin de los pueblos de América.

Un lienzo de Guayasamín, vuelvo y repito, era una fibra óptica desnudada de prejuicios, era una manera de resistencia, su arenga silenciosa, aparentemente inmóvil, de la grandeza de su grito, como profundo clamor, triste, sollozante ante la miseria humana. Era como si la paleta del maestro meditara ante el desequilibrio trágico del mundo, porque él no era un espectador taciturno ni un instigador rabioso, era un poeta de evocaciones, que duelen, que duelen en la realidad y en el sueño…

La América de Guayasamín, que conocimos gracias a la labor de Verónica Sención, es la América cautiva, pero de resistencia activa, la adormecida por la voz del lamento como voz de la naturaleza, voz de madreselva donde somos fugitivos de la ternura sin doblajes ni ambivalencias. Guayasamín nos hizo estar de frente a la América mestiza como fuga de un pájaro en vuelo que no se deja atrapar…