"Mi padre tuvo un solo trabajo toda su vida, yo tendré siete trabajos diferentes a lo largo de mi vida, mis hijos van a tener siete trabajos a la vez". (Tom Malone)
No tenemos una utopía de certeza. Estamos y nos encontramos cimentados con vaivenes en la instalación de la incertidumbre. Por eso hoy cambiar no es una opción, es sencillamente una obligación. El trabajo como organización social alcanza su clímax y su significado trasciende tanto por su rol en la existencia de la persona como por la dinámica incorporada en esta era de cambio sistemático y permanente.
Hay, si se quiere, una estampa significativa de la naturaleza del trabajo y su larga evolución como respuesta al grado del desarrollo material y social de la humanidad. No existe nada más concurrente que el trabajo: su organización social y su significado que es el que más penetra en el alma humana, en su status y simbología. El trabajo es el tramo humano que comporta un fenómeno social. Su asunción y praxis social dilata el horizonte social de una sociedad determinada, no importa el modo de producción dominante. Constituye el epicentro de la estructura que se desliza en el corpus de ambas (estructura económica y estructura social).
Transformaciones profundas se anidan y bosquejan en todo el tinglado de las formaciones sociales de cada país. Nuevas formas de trabajar eclosionaron en el espacio del trabajo y ello trajo consigo distintas maneras de vivir. De los cuatro roles del ser humano: familiar, pareja, social y ocupacional, el objeto de nuestro artículo es el que ocupa más ribetes en el tiempo repercutiendo en el entramado de todos los demás.
No hay nada que afecte más la vida social que la ausencia del empleo, del trabajo, en un contexto social. La economía nos trata de explicar al individuo como armazón fundamental: centro y motor. En cambio, desde la perspectiva de la Sociología económica lo nodal son los grupos, las instituciones que la contienen. Más allá de las acciones individuales, del interés propio de cada uno de nosotros, la dimensión es cómo cada persona está integrada y siempre existe en relación con sus congéneres. Es en esa perspectiva, en el campo de la Sociología económica, como debemos de visualizar el trabajo, los cambios, el desempleo, la contracción económica, la recesión económica.
Como consecuencia de la pandemia, la economía mundial metafóricamente colapsó. Un eclipse cuasi total. En nuestro país fue de 29.7% la caída de la economía en el mes de abril de 2020, para terminar al 31 de diciembre de 2020 en 6.7% del PIB. La ratio de la deuda se montó en una montaña rusa de 72% (Deuda/PIB). Hubo recesión, pues se mantuvo la caída de la economía en más de dos trimestres consecutivos. Sin embargo, la contracción económica no encontró tan peor suerte, lo que ha hecho que la “recuperación, más rápida, aunque lentamente”. La pandemia derivaría en el 2020 una pérdida de alrededor de US$10,000 millones de dólares. Esto es, de casi US$89,000 millones de dólares en el 2019 caímos a US$79,000 millones de dólares.
Los sectores externos como el Turismo nos hicieron perder más de US$5,000 millones. El encuentro ha sido devastador: US$6,510 millones de préstamos en los últimos 8 meses para hacerle frente a la crisis, coadyuvando con mecanismos de protección social. El empleo, el trabajo, se ha venido recuperando, empero lentamente y con menos ingresos para los trabajadores. Al día de hoy hemos perdido cerca de 240,000 empleos y la pobreza y la desigualdad se han agudizado. En Centro América y el Caribe, según datos de la CEPAL, 22 millones cayeron en la pobreza y 8 millones de personas en la pobreza extrema. La movilidad social a nivel de clase media ha sido descendente.
La tensión social está en el panorama y la crisis social y con ello la conflictividad social, se otea en el firmamento de los países como el nuestro. El cómo apuntalaremos el financiamiento traerá consigo la posibilidad de un mayor colchón social o una austeridad que nos llevará ineluctablemente a un hondo abismo social.
¿Por qué en los países como el nuestro el impacto del desempleo es más alto con un peso estructural en el desempleo ampliado?
Porque dado el punto de vista del desarrollo del capitalismo y en consecuencia de las instituciones, empresas u organizaciones económicas, nuestro país se encuentra situado en un Capitalismo Familiar. Históricamente estamos en los finales del Siglo XIX y comienzos del XX. Empresarios individuales fue la caracterización de aquella época y sigue siendo primordial aquí en nuestro país.
Todavía los fundadores de las grandes empresas están ahí o los hijos como herederos y desarrolladores, sin embargo, el peso familiar ocupa la mayor dimensión. No hemos dado el salto que se dio en otros países hacia un Capitalismo Gerencial. Allí donde profesionales de la administración, la economía y la gerencia se constituyeron en los arquetipos y andamiajes de las empresas como los entes influenciadores que combinaban lo racional con lo emocional y donde las competencias eran cardinales. Una burocracia más altamente preparada configuraba el eje central de las corporaciones.
El Capitalismo Asistencial no se incubó como una cultura en el empresario nuestro, muy aisladamente encontrábamos algunos con una visión altruista hacia el conjunto de sus empleados, con una preocupación más allá del lugar y el espacio del trabajo. Del Capitalismo Institucional ni hablar. Todavía el mercado de valores en nuestra sociedad se encuentra en pañales. La caracterización del Capitalismo Institucional “es el cambio en las pautas de inversión”. El mercado financiero es la guía y poros en estas organizaciones empresariales.
Estas evoluciones en el tejido empresarial han significado saltos en las relaciones sociales y las distintas formas de interactuación social que asumen el trabajo como una estela del desarrollo donde este es parte de su realización vital. El bienestar, la calidad de vida, el nivel de vida, la esperanza de vida al nacer, no pueden entenderse sin el trabajo. El trabajo es parte hoy, de la autoestima y de la autoaceptación que la persona tiene consigo mismo. No es el color de la piel, el tamaño, la religión, el soporte de una sociedad abierta en constante cambio, es el trabajo como significado social y eje transversal de las demás realizaciones.
La mediocracia en la sociedad dominicana es fruto y expresión de la difusa constelación del empresario familiar y sus “gestores” en el plano profesional son a veces en el plano ideológico más conservadores que los creadores. Eso hace que los elementos estructurales no sean abordados sistemáticamente en el plano de las ideas. No hemos dado el salto desde la Sociología económica, de la Sociología organizacional, del Taylorismo y el Fordismo y con ello, la pétrida mentalidad del empresario nuestro que no tiene las características sustanciales de la verdadera burguesía.
Como nos dijo alguna vez Kim Stanley Robinson “Somos primitivos de una civilización desconocida”. El trabajo es una relación social, lo conduce inexorablemente a un contexto social. Porque el trabajo es en sí mismo el eje que ocupa el espacio de la economía. Crea el trabajo el sello distintivo, el carácter diferenciador de nuestra identidad. Es en el plano de la externalidad nuestra personalidad visibilizada. En esencia constituye la génesis real de sentirse libre y en entera libertad, por eso su organización tiene una loable significación social.
¡Es el juego de la verdadera inclusión social permanente y el gozo de la creación humana y como tal debemos de asumirlo sin importar donde nos encontremos en la pirámide social!