El título es el mismo del libro escrito en 1961 por Michel Quoist, teólogo, escritor y sociólogo francés (1921-1997) quien consideraba que “el secreto  oracional consiste en partir de la vida cotidiana, lugar originario y tema de toda plegaria”.

La oración en la calle – dirá Quoist- es una carga de fraternidad,  una  batalla contra el egoísmo religioso. Una lucha contra una piedad que consuela y atonta en vez de empujar hacia el amor a los demás.

La oración es antes que nada “escuchar”. Estamos demasiado habituados a entender la oración como charla con los representantes de Dios. La oración es conversación con Dios sin intermediarios.

Como dice el Papa Francisco: “Nuestra oración debe ser valiente, no tibia, si queremos no sólo obtener las gracias necesarias, sino sobre todo, a través de ella, conocer al Señor”.

Cuando se reza se necesita “el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe, y quien busca encuentra, y a quien llama se le abrirá”.

Cuando se reza con valentía, “el Señor no sólo nos da la gracia, sino que se nos da también Él mismo en la gracia”. Porque el Señor —dice también el Papa— “jamás da o envía una gracia por correo: la trae Él, es Él la gracia”. (“La valentía de la oración”. L’Osservatore Romano. 11 de octubre de 2013).

“Rezar por la calle” es llevar la oración a la vida cotidiana con los pies en la tierra. Llevar la vida a la oración. Llevar la oración a la vida no es más caminar por ella con los ojos y el corazón abiertos para ver las necesidades de los otros.

Es aprender a “vivir la oración»” y “orar la vida”. No sólo “orar en la vida”, sino orar la misma vida. La oración nace de la vida, de los sucesos cotidianos, de los dolores y sufrimientos diarios. Y también de la esperanza diaria.

Sólo cuando hayamos tendido un puente sobre el abismo que separa al hombre de Dios, podremos llenar las conciencias de una solidaridad redentora.  Ese puente es la oración y toda la búsqueda del bien comunitario  ha de empezar por ella.

Tendremos un mundo mejor cuando tengamos una oración mejor. Cuando tengamos una verdadera unión con Dios y con los demás hombres, cuando ni un solo dolor del mundo nos resulte ajeno.

Que nadie rece en calle desde su propia casa de campaña. Las oraciones para rezar por la calle, en el hogar y en el templo deben ser un encuentro interreligioso y promisorio de todas las religiones. Y también de todos los que sin ser “creyentes” encontrarán centenas de dolores gemelos y que no hay fronteras para el sufrimiento.

Ahora en Semana Santa, no nos conformemos con sólo salir la calle, visitar familiares, playas, ríos y lugares de descanso. Convirtámosla  en encuentro entre hermanos.

Hermanos nuestros que sacan su dolor y sus penas a caminar por la calle y que crean una comunidad resiliente mediante la oración expresada con valentía en todas las calles. ¡En todas las calles!

Después de la pandemia necesitamos un hombre nuevo, una familia nueva, un estado nuevo, una sociedad nueva, una cultura nueva y una nueva tierra. Pero las realidades exteriores de la vida no pueden renovarse sin que haya una regeneración interior que se logra mediante la oración.

Recemos oraciones por la calle para mover la caridad que lleva a la justicia. Las personas no pueden relacionarse sólo a base a derechos y deberes, sino también mediante relaciones de solidaridad, de misericordia, de comunión y de oración.

En esta Semana Santa recemos individual y colectivamente. ¡Orar es tocar el cielo con las manos y no regresar con ellas vacías!