La transformación de una sociedad no se da por generación espontánea, es el fruto de acciones encauzadas por sus élites, cuyo liderazgo tiene la responsabilidad de propulsar ideas que generen desarrollo o de lo contrario cargará con la culpa de no haber sabido cumplir con su misión en la historia.
A pesar de que tanto a nivel político como de los demás sectores nacionales ha habido cierto relevo, el mismo solo ha servido para sustituir personas no así para generar un real cambio de visión, por eso seguimos aplicando las mismas fallidas recetas para nuestros problemas.
Esto es lo que ha acontecido en ocasión de las pasadas elecciones. Aunque muchos sabíamos que teníamos una Junta Central Electoral (JCE) manejada por un presidente de un órgano colegiado que actúa como si fuera unipersonal, que se preocupa más por gastar en cuantos proyectos de compras y contrataciones se le ocurran que en priorizar las inversiones y garantizar la eficiencia y retorno de las mismas; esperábamos que con unas elecciones complejas como resultado de la mala decisión de la reunificación todo saliera bien y sucedió lo que debía suceder, no solo un calamitoso desempeño sino un déficit financiero que escandalosamente ha sido cubierto en parte utilizando los fondos de pensiones de los trabajadores que la JCE maneja ilegalmente fuera del Sistema de Seguridad Social.
De seguro hubiésemos ganado más y gastado mucho menos simplemente generando niveles de confianza y credibilidad adecuados a través de la independencia e idoneidad de las autoridades electorales
El muy pobre resultado en cuanto a la organización del proceso debe ser motivo de reflexión, así como el hecho de que un organismo del Estado pueda decidir cada vez que se le antoje embarcarnos en proyectos que comprometen cuantiosos recursos como el de la compra de los equipos de conteo electrónico de más de treinta millones de dólares, sin que se haya realmente ponderado si la ratio costo-efectividad lo justificaba, si los equipos seleccionados eran los mejores, si esa inversión era la más urgente en un país en que todavía el registro de identidad de los ciudadanos sigue siendo sumamente deficiente, si se iba a garantizar su reutilización siendo las próximas elecciones en 4 años. De seguro hubiésemos ganado más y gastado mucho menos simplemente generando niveles de confianza y credibilidad adecuados a través de la independencia e idoneidad de las autoridades electorales.
Los partidos de oposición llegaron al proceso divididos, con buena parte de ellos desgastada en la lucha por lograr su reconocimiento y apabullados por la falta de receptividad a sus reclamos por parte de las autoridades electorales y, en vez de haber actuado para evitar en cuanto fuera posible los errores del proceso, han reaccionado post facto por lo que sus reclamos, independientemente de su justeza han caído bajo la categoría de “pataleo poselectoral”.
Por eso no deben continuar desgastándose en reclamos que según se avizora no cambiarán los resultados, ni utilizar recursos como las huelgas de hambre que son naturalmente vencidas por la fragilidad de los cuerpos sin producir el efecto deseado o con marchas que tarde o temprano la cotidianidad menguará.
Lo que deben es aprovechar la unión que encontraron ante la adversidad y prepararse para ejercer el rol que como oposición deben jugar, principalmente el partido líder de la misma. Los cambios que necesita esta sociedad no los propiciarán quienes tienen más de una década gobernándola valiéndose de nuestras debilidades, ni los que se benefician del status quo sin percatarse que terminarán perjudicados, a menos que se los exijamos todos. Esos cambios tienen que ser impulsados por un liderazgo enfocado, responsable, creíble y capaz de generar un efecto multiplicador. De hacerlo ganará el país, de no hacerlo habremos perdido una oportunidad más, que nadie sabe cuánto nos costará recuperar.