Onomazo es el origen griego de lo que hoy conocemos como la onomástica. Es un concepto relacionado a la asignación de los nombres y es de donde deviene Onomástico, término que asociamos con el cumpleaños de una persona. Luego de esta brevísima intro vamos a lo que nos interesa. Onomazo significa “asignar un nombre”. Ponerle nombre a las cosas refiere a un sentido de autoridad y poder. El capitán Vinicio de Souza decía que nombrar es una de las formas de reclamar propiedad. Adueñarse. En consonancia con esto, la vida, que es sabia y fluye, acompaña este gesto de poder con un imposible, ya que usted por ejemplo puede ponerle nombre a un hijo, nomás para darse cuenta de que nadie es dueño de nada y que somos transitorios en este pasaje. Toda esta jaraca es para decir que me uno a las voces que han expresado su indignación ante el cambio de nombre del auditorio Enriquillo Sánchez a Juan Bosch. Como bien han expresado las voces de protesta, nadie tiene nada en contra de Juan Bosch, uno de nuestros más grandes políticos e intelectuales. Lo que ofende en realidad es la falta de delicadeza y sentido común de unas autoridades que ya van de salida.

Miles de preguntas asedian este acto artero. ¿Cuál es la motivación de esta farsa? ¿Honrar a Bosch? Lo primero es que nos gustaría creer que Don Juan, con lo modesto e inteligente que era, hubiese reaccionado de forma huraña ante un “homenaje” semejante. De aquí se desprenden un par de cosas que pueden ser deducidas a partir del patrón de conducta del ministerio dirigido por el Arq. Selman: la primera es la ausencia de una lectura de lo que está pasando en la sociedad y la segunda, una suerte de medalaganariasmo en las acciones tomadas. Aquí como un loco viejo me pregunto: esta decisión rebautizar la sala, ¿se tomó en una reunión de los altos cargos de esta institución? ¿A nadie en esta sala se le ocurrió que esto era simplemente un despropósito? Quizás se pueda alegar ignorancia. Quizás nadie en esa reunión del ministerio conoce o ha leído la obra de Enriquillo Sánchez. Esto puede parecer exagerado pero, ante una acción tan desconectada de la realidad, es bueno hacer lo que no hizo la otra parte: estudiar la cuestión desde todos los ángulos posibles.

O quizás podemos leer las acciones mismas del ministerio. Concluir que la sed de poder es tanta que, abocados a la hora del desalojo, echan mano de lo que se pueda con tal de sentir ese teriquito que da el emitir órdenes bajo la falsa idea de que uno puede perpetuarse en el tiempo. Lo penoso es que se use el perfume del concepto Juan Bosch para toda esta dema. Triste es también que el nombre de Enriquillo Sánchez quiera ser arrastrado en esta desconsideración. Hay muchas cosas que desconozco, pero de esto estoy seguro: bautizar un auditorio con el nombre de Enriquillo es el gesto elegante y sutil de honrar su memoria y celebrar a los suyos, aunque estaríamos equivocados si creyésemos que Enriquillo es eso. No. Enriquillo está en su obra, y en la influencia que la misma tiene y ha tenido en los que hoy batimos el cobre de la tan golpeada cultura dominicana. La grandeza no está en el nombre, sino en los actos.  Enriquillo, Enriquillo, digo tu nombre. Serás leído, querido y estudiado. Toda la obra de Selman cabe en un Palote de Enriquillo. El mismo Enriquillo dueño de una escritura sólida, lejos de la oropéndola. Lo demás es, pues, lo otro: delirios propios de arbustos enanos y decretos alistraniaos.

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