El escritor dominicano Enriquillo Sánchez (1947-2004) fue un hombre de palabras precisas. Las notas publicadas en la revista ¡Ahora! no se limitan a la reseña; la propuesta es una revolución cultural. Esto justifica el manifiesto que da pie a la serie de columnas, en donde los conceptos vigor, humildad y verdad son una constante.
El tono rebelde y determinante de los escritos entra en el contexto de la época: el postrujillato y las revueltas civiles definen las clases sociales en República Dominicana, alterando afectos y creando rivalidades. La intelectualidad tiene entonces que decidir entre la carnicería representada en el poder o lo clandestino. Mientras la oficialidad busca sustentarse mediante apologías, los focos de resistencia reclaman solidaridad propagando la idea de que el verdadero artista es aquel comprometido con la causa.
El atractivo de las reflexiones en Sánchez radica en el tratamiento de la literatura como valor artístico: el ejercicio para acceder a la belleza. Juan Carlos Onetti reiteró que el compromiso único del escritor es escribir bien. En los primeros textos de Palotes [para 1976 Sánchez compartía la responsabilidad de la columna con otro brillante escritor, Guillermo Piña Contreras] se insiste en que tal compromiso es con la obra, “Ningún creador puede supeditar su trabajo a otras consideraciones que no sean las de calidad y contacto. Todo arte verdadero congrega a los hombres.”
En tiempos de ánimos tan caldeados, de ideologías seductoras y fidelidades momentáneas, estos Palotes proponen que la vía para identificar una cultura popular es el (re)conocimiento de lo propio desde lo real y lo consciente. El interés es el de proponer un debate mediante enunciados que debido a su peso podrían malinterpretarse por absolutos cuando en realidad son invitaciones, a la lectura, al diálogo, a la investigación. En ocasiones las reflexiones son críticas y alejadas de la acostumbrada referencia a lo foráneo; insisten en que no puede conseguirse una universalidad sin apreciar lo de adentro. Al hablar de René del Risco [ese hombre tan cercano a lo vivo, de prosa apabullante] el tono se torna poesía, “René del Risco llegaba puntualmente a todas las citas. Nos acusa desde su escondite y nos reclama en silencio.”
Este libro es justo en su decir. No hay en él nada gratuito. Llaman la atención los párrafos dedicados a Jorge Luís Borges en donde se resalta la figura del argentino no obstante su postura política. Lo mismo pasa en la nota dedicada a Mario Vargas Llosa, en donde Sánchez evalúa elegantemente las declaraciones del ahora Premio Nóbel en relación a su desencanto con la Revolución Cubana.
El común denominador de estos textos se revela en un deseo humilde: que los dominicanos y dominicanas se lean entre sí; elevar el nivel del discurso y aceptar lo nuestro desde una dialéctica. No con afán de agrupación pero desde el individualismo, “Cada quien debe empezar por su trabajo y por la proyección de su trabajo. Los escritores dominicanos deben asaltar a los lectores dominicanos.”
Este pensador también propone el tema antillano al resaltar autores cubanos y puertorriqueños contemporáneos. Es fascinante cómo una escritura breve y cuidadosa puede resultar en un esfuerzo tan abarcador. Me anima pensar en Palotes como una propuesta importante para repensar la cuestión de la creación escritural dominicana. Reitero que la invitación de Sánchez es a que leamos “sin simpatía, un sentimiento que no es antípoda de la firmeza.” En consonancia con El laberinto de la soledad de Octavio Paz y El país de los cuatro pisos de José Luis González [obras que se caracterizan por el debate planteado en sus respectivas sociedades] los textos de Palotes constituyen un peldaño importante en la escalera que encamina hacia la (re)definición de lo que implica la dominicanidad. Enriquillo Sánchez es un hombre de palabras preciosas.
(*) Rey Emmanuel Andújar escritor dominicano, es miembro del consejo editorial de contratiempo y autor, entre otros libros, de Saturnario (Ferilibro), Premio de Cuento Letras de Ultramar 2010