Las medidas de coerción impuestas a los imputados en el caso Odebrecht ha desatado una discusión sobre si es procedente o no la prisión preventiva. Todo el mundo es inocente hasta que se pruebe lo contrario, reza un principio jurídico. De ahí que, si un imputado no constituye peligro de fuga o contra alguien, debería permanecer en libertad hasta que llegue el juicio. En otras palabras, la prisión preventiva debe ser la excepción no la regla.
No obstante, en la República Dominicana, la experiencia indica que a prisión preventiva se envían muchos pobres que cometen actos delictivos, aún menores, y ni juristas ni comunicadores levantan la voz en su defensa; mientras siempre se deja en libertad eterna a los “pejes grandes” con poder económico, militar o político.
En este momento, el caso Odebrecht trasciende a Odebrecht. Es decir, en un país donde la corrupción es el pan nuestro de cada día, y donde casi siempre la corrupción ha quedado impune, Odebrecht es la gota que parece haber rebosado la copa. Y la rebosó, sobre todo, por la trascendencia internacional del caso.
Como Brasil no cierra el proceso de imputaciones, las delaciones premiadas son fuente de información constante. Como Estados Unidos quiere romper las ventajas fraudulentas de Odebrecht en la construcción, continúan las presiones externas de justicia. En este contexto internacional, la sociedad dominicana encontró en la Marcha Verde su voz de furia.
Si se hiciera una encuesta y se preguntara a la ciudadanía si se hará justicia en el caso Odebrecht, probablemente la mayoría diría que no, que al final, se descargarán a los imputados.
Así piensa la gente porque esa ha sido la práctica histórica. En la inmensa mayoría de los casos de corrupción pública nadie de alto rango ha ido a la cárcel. Los ejemplos son muchos: Sunland, Súper Tucanos, OISOE, CEA, CORDE, para solo mencionar algunos casos recientes.
Los grandes sobornos, como sucede con Odebrecht, constituyen un atentado a la sociedad. Ese atentado no se trata de que un imputado tome un revólver y mate directamente a alguien, sino que, esos sobornos y sobrevaluaciones han privado a muchos dominicanos de servicios públicos, incluida la falta de servicios médicos que mata.
La población no sabe si los 14 imputados son todos culpables. Tampoco sabe con certeza si hay culpables que no están en la lista de imputados. Pero mucha gente sí ha concluido ya, por razones obvias, que en la lista de imputados faltan nombres.
Ojalá la justicia dominicana, esa justicia en la que mucha gente no confía, haga finalmente su trabajo e identifique y castigue a todos los sobornados.
Medir con precisión la magnitud de la corrupción y sus secuelas es muy difícil. Odebrecht ha puesto números (92 millones) y ha mencionado 14 sobornados. Pero tanto la cantidad de dinero como la lista parece baja. Debe ser un comienzo.
El castigo es fundamental para penalizar a los delincuentes, y también como disuasivo para evitar crímenes futuros.
La corrupción no terminará con Odebrecht, aún se haga justicia, pero sí sentaría un precedente que contribuirá tanto al castigo como a la disuasión futura.
Es muy probable que hoy muchos funcionarios y empresarios estén más temerosos de hacer fraudes; y los culpables, en éste y otros casos, aún no hayan sido identificados, estén preocupados por el aún impredecible desenlace del escándalo Odebrecht.
En la República Dominicana hay que comenzar ya a desmantelar el eterno “borrón y cuenta nueva”, en el cual se han cobijado todos los partidos gobernantes que han patrocinado la corrupción. Este país merece un destino mejor.