¡Navidad! Una pausa en nuestra rutina para celebrar no se qué cosa. La tradición se impone sin razones; indagarlas es una necedad. Total, a nadie le importa la historia cuando los planes son la rumba y el ocio. No quiero fastidiar la vida de nadie con cátedras sobre los umbrales paganos de una festividad oliente a calle y juma. Me acojo al mandato de la costumbre y aspiro su espíritu como cuando los tígueres del barrio se tragan el aire vaporoso de la juca. Me pongo en la cosa y empiezo a brindar, pero para hacerlo debo inquirir en motivos gloriosos. No hay que hacer grandes exploraciones: vivimos el esplendor de ¡Odebrecht!… sí, ¡Odebrecht!, título señorial para un musical épico de Broadway. ¿Quién podía sospechar que en alguna esquina del destino estaríamos hablando portugués? ¡Que Brasil nos encuerara tan impúdicamente! Así es la vida: misteriosa, fortuita e inescrutable.
Esperen, regreso ahora… (pausa)… voy por el descorche de un buen vino con una musiquita de telón para solazar el momento. ¿Samba, bossa nova, frevo, choro o lambada? A ver, a ver, aquí están: Caetano Veloso, Ivete Sangalo, Daniela Mercury, Viniciu De Moraes, João Gilberto, Chico Buarque. ¡Okey!, ¡okey! Algo festivo y sensual, salvajemente amazónico como el pelo cobrizo de Ángel Rondón o la mirada de puma de Víctor Díaz. No quiero bossa nova: es muy nostálgica, evoca la palidez de Jean Alain y estoy más apetente que un diputado en calor, así que me voy con la samba Dançando de Ivete Sangalo para ir pervirtiendo el ambiente. Uno… dos… y… tres. ¡A bailar! “Não pare de bailar/Sinta essa vibração/Sinta a sensualidade/Na batida da canção”. Si no la entienden es algo parecido a este sublime estribillo: ¡Cintura, cintura, dale cintura, Temo, dale cintura!… ¿Lo quiere en portugués, Temístocles? ¡E’la cosa!, como diría Elvis Crespo, clonado en Jean Alain según el creativo morbo “feisburero”.
Ahora alzo la copa a la justa medida de un Henri Jayer Richebourg Grand Cru (Borgoña, Francia) el vino más caro del mundo; a la altura de los finos hábitos mafiosos. Brindo por mi padrino, Víctor Díaz, el gran duque. Nadie lo toca: es imbatible, soberbio y todopoderoso. Nació para lo que es: un gran don. Ese designio vino genéticamente impreso en su hombría. Como caja fuerte del partido ostenta la condición de más alta nobleza en la gran logia. Guarda secretos impenetrables prestados bajo juramentos esotéricos de confabulación. Misterio que ya conocen los jueces apócrifos puestos ahí por una inteligencia oscura. Su condena pone en riesgo fortunas prestadas de gente pesada. Disfruto su barba hirsuta y canosa tanto como su sonrisa taimada. Su proceso es un pujo teatral que solo persigue blanquear lo malversado con una acusación arenosa. Víctor es el arquetipo del éxito en una sociedad descompuesta; un emblema de la política como negocio.
Mi otro motivo es Ángel Rondón. Si fuera redactor de la revista ¡Hola! esta sería mi reseña: “Me encanta su estilo fashion, sus estampados cariocas y colores tropicales de tonos cítricos. Un legendario metrosexual de edad madura. No deja caer su porte noble con una insinuada rusticidad de carácter. ¿Y qué decir de su exótico pelo? Así, ligeramente descuidado, de color oro sobre una piel bruñida por el sol. Un hombre codiciado entre los murmurantes corrillos urbanos. Tosco, pecoso pero… sencillamente tentador”.
Don Ángel es un artista acrisolado en las malas pericias. Nació con ese designio como por un rayo profético: hábil, esquivo y de buena conversación. Fraguado hostilmente pero con un temple de titanio. Probó polvo del suelo, pero respiró aire de las alturas ¡y de qué manera! Conoce mejor que nadie los sótanos del poder. Para él no hay nada en la tierra que no se pueda negociar. Pocos políticos, empresarios y legisladores pueden presumir honestidad delante de él. Están “obligados” a ser sus amigos por aquello de que la complicidad es mas fuerte que el amor.
Mi tercer gran motivo son los ausentes. Los fantasmas de la ópera. Esos contratistas que por no llevar la estampa de “políticos” gozan de inmunidad. Al final se quedan con todo sin ningún menoscabo a su buena fama. Muchachos de Forbes que pueden contar por millones de dólares cada cumpleaños. Magnates precoces y no precisamente por su “emprendurismo” tecnológico al mejor dreamer de Silicon Valley, sino por sus habilidades trepadoras en frondosos follajes. Brindo por sus aviones, helicópteros, villas y grupos de medios. No quiero imaginar el desconcierto de aquellas familias que han lidiado duramente para merecer algún respeto empujando negocios de tres y cuatro generaciones. Brindo por el poder como origen infinito de riqueza.
Celebro la gestión judicial del caso Odebrecht de la mano de Jean Alain Rodríguez, comisionado por su tutor político para hacer encantamientos con las apariencias, acrobacia con los aguajes, pleitos con el viento y amagos con la sombra. A dos meses de vencer el plazo para presentar una acusación formal no ha salido ni a Haina detrás de pruebas. Felicito el valor que le inspira a acometer su suicidio histórico por una lealtad infamante al sujeto ideal y natural de su investigación: Danilo Medina. Brindo por Odebrecht, la gran ganadora: excluida antes de que el escándalo tuviera cuerpo judicial. Nunca estuvo ni lo estará. Sacada de las dudas por la puerta trasera y a hurtadillas en un negocio macabro de impunidad. Hoy sigue operando, cubicando, exigiendo pagos y amenazando con demandas arbitrales.
Brindo por el presidente Medina, quien, a pesar de este suplicio, se ha mantenido en la cima, según su propia opinión, y con ganas de volver a deshojar la Constitución para añadir años a sus ambiciones. Felicito al pueblo dominicano por merecer el destino que ha repujado gracias a su heroica dejadez, a pesar de sus verdes impulsos de rabia. ¡Que viva Odebrecht! ¡Que muera la memoria! ¡Dad gloria al olvido!
(Autor desconocido)