Como todo semiólogo del arte, Pérez recurre al intercambio entre las terminologías artísticas y literarias, que interrelaciona todos los géneros. Así, al hablarse del lenguaje de la arquitectura, por ejemplo, se habla de “gramática” y “vocabulario” en la fachada de un edificio. En estética se habla hoy en sentido amplio de texto para referirse a las obras de arte, literarias y visuales. Se habla de leer un cuadro como si fuera un texto, es decir, un tejido de relaciones: “Toda obra pictórica y toda imagen visual deben ser consideradas como un texto, esto es, como un tejido de relaciones (…) Toda imagen debe ser considerada como una forma compositiva. El cuadro se lee como un conjunto temático y formal” (pág. 84). Todo, incluso el universo, es un texto, no necesariamente escrito con palabras, un sistema de trazos y huellas, de relaciones, analogías y correspondencias mutuas.
¿Es esto un intercambio vago e indiferente de términos? ¿Acaso un invento, un capricho, una arbitrariedad conceptual de la semiótica? ¿Se desdeña aquí lo diferencial y lo particular, el elemento diferenciador y particularizador de cada arte y género artístico? Los puristas del arte y de la estética no aprueban este intercambio terminológico (Croce, ciertamente, no lo aprobaría).
Sin embargo, el principio que sostiene esta práctica no es otro que el de la interacción de los textos y los géneros artísticos. En arte, los diversos textos y géneros no son cotos cerrados, territorios aislados; interactúan y dialogan entre sí dinámicamente, si bien conservando cada uno su propia especificidad. Hallo como de pasada en este libro un término chocante: los “ruidos visuales”. Un absurdo al parecer. ¿Qué son los “ruidos visuales” sino los chirridos, las desarmonías, los elementos que molestan y desentonan en la contemplación de un espacio visual determinado?
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Uno de los méritos principales de este texto de divulgación pedagógica es la incorporación al ámbito tradicional de la estética y la educación artística de nuevas ciencias o disciplinas humanísticas como la objetología (capítulo V), la iconología y la iconografía (capítulo XII). Pérez aborda los géneros artísticos tradicionales, con excepción de la literatura y el cine: la pintura (capítulo VI), la escultura (capítulo VII), la arquitectura (capítulo VIII), la ópera (capítulo X), la música (capítulo XVII) y la danza (capítulo XIX).
Siempre curioso y atento a las innovaciones y modalidades en la producción sensible -material y espiritual-, agrega también nuevos temas como el diseño publicitario, el diseño gráfico computarizado, la imagen electrónica, la relación entre el arte y la computadora (arte digital), el arte de medios o arte multimedia y la videoinstalación, entre otros.
El capítulo IX está reservado a las instalaciones en el arte contemporáneo y a la relación entre espacios visuales e instalaciones artísticas (o también, entre instalación y espacios artísticos). Allí ofrece esquemas abstractos de posibles instalaciones. En otros capítulos aborda temas poco tratados por los manuales tradicionales de arte y estética, como las artes militares en Occidente, el urbanismo como arte (capítulo VIII), el patrimonio artístico e histórico (capítulo XV), la gestión cultural, la gestión artística y la elaboración de proyectos de arte (capítulo XX). De particular importancia para los estudiantes de publicidad, en sus diversas menciones, es el capítulo XVI, donde se reflexiona sobre la imagen publicitaria, la fotografía publicitaria, el afiche, la caricatura y la moda como arte.
Pérez también territorializa su libro, nacido de nuestro contexto sociocultural, dedicando un capítulo al folklore dominicano en sus variadas expresiones: la música, los bailes, el teatro e incluso las manifestaciones espectaculares y los personajes y actores folklóricos.
Como buen texto introductorio de estética y educación artística, este libro viene acompañado de fotografías de obras -cuadros y esculturas- de la artista gráfica Susie Gadea, de tendencia neoabstracta. La ilustración gráfica no es simple decorado estético: el texto y la imagen dialogan. Las obras neofigurales de Gadea sirven de complemento visual al discurso pedagógico y estimulan la percepción sensible de la obra de arte.
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Un libro de ideas no debería convertirse en objeto de culto, como por desgracia suele suceder entre nosotros con el libro canónico cuyo prestigio no nace de su valor textual intrínseco, sino de la autoridad que emana de quien lo escribe (por ejemplo, los libros escritos por autoridades académicas, o políticas, o militares, o eclesiásticas). Un libro de ideas se escribe para ser leído, comentado y debatido, pero también para ser descodificado, desestructurado, deconstruido. Un libro de ideas debería constituir un espacio para el pensamiento, para el debate crítico, incluso para la disensión, no para el asentimiento irreflexivo.
Pienso que el profesor Odalís Pérez -erudito, riguroso, polémico y a menudo también intransigente en la defensa de su doxa crítica- nos ha entregado un libro que hacía falta en nuestro medio académico y educativo. Principios de estética y educación artística constituye una buena guía de orientación, un instrumentum útil para el estudiante universitario y el lector medio no especializado, ambos aficionados al arte.
Y aquí radica tal vez su mayor virtud y utilidad: por sus cualidades didácticas, su rigor y su información actualizada, esta obra debería convertirse en texto de consulta y de lectura necesaria no sólo para la enseñanza universitaria, sino también antes, después y fuera de ella, pues trasciende el ámbito específico de la universidad para dirigirse a toda la comunidad educativa nacional.
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