(A propósito de “Piedra de Sol”)
La encarnación del instante, los orígenes del sueño, el amor y la libertad, la palabra y el surrealismo definen, en gran medida, el universo poético de Octavio Paz (México, 1914-1998). Los orígenes poéticos de Octavio Paz se remontan a las vanguardias europeas y a su experiencia directa con la cultura oriental.
Paz es un poeta con una empatía vanguardista muy arraigada y consciente, lo que no significa—como los europeos de entonces pensaban—un acto de defensa contra el importuno lastre del pasado cultural, sino, al contrario, una simple necesidad, dada la carencia y lo inadecuado que le parecían las tradiciones que se le ofrecían. Paz, comparte, como dice Gustav Siebenmann, un vanguardismo constructivo y creativo con otros muchos poetas del continente americano.
La familiaridad de Octavio Paz con el surrealismo se rastrea en todo su creación. El mayor impulso al respecto se remonta a su estancia en París y al contacto directo con André Bretón. Los textos que escribe en aquella fase fueron reunidos en el libro La estación violenta (1958), y los ensayos que dedicó al surrealismo se reunieron más tarde bajo el título “La búsqueda del comienzo” (1974, 1980). Esta afinidad y fidelidad explican el hecho de que la lírica de Paz nunca se haya acercado ni a lo cantable ni a lo hímnico, como expresa Siebennman. La suya es una modernidad que tiende a reservarle al texto, y con ello al lector, un papel más constructivo en la constitución del sentido que al poeta mismo.
A la manera de ciertos pintores que trabajan durante años un mismo tema, Paz lo reitera continuamente en su obra: el alto mediodía, inmóvil y cegante, el agua transparente, las piedras que destellan, el soplo del viento, los pájaros, el árbol inmóvil, la tierra seca y ardiente. Es una naturaleza solar y austera. Pero sobre todo Paz ve en ella el ámbito de todas las relaciones del hombre. En sus grandes poemas—Piedra de sol, Blanco, Pasado en claro, El mono gramático—se produce una suerte de identidad entre el espacio poético y el espacio cósmico: el poema figura un movimiento que, a su vez, figura el mundo. Más que una cosmogonía, lo que intenta Paz, creo, es una cosmología: hacer que se revele el orden inteligible y sensible de las cosas. Por ello, también, hay en su poesía una mística natural: no procura alcanzar ninguna trascendencia, sino, rescatar el cuerpo original del mundo. En su texto La estación violenta, libro que incluye el poema que analizamos, “Piedra de sol”, el poeta, de modo surrealista, invoca el instante perpetuo:
“a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante”
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“busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, el año,
caigo con el instante:”
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“frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles”
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“más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas, el sol nace…”
Las imágenes utilizadas sugieren el regreso a un estado primordial indefinido y fragmentado. La unificación de la Piedra y el Sol traduce la destrucción del cosmos, y, en consecuencia el regreso a la Unidad original.
La piedra sagrada, el sol sagrado no son adorados en cuanto tales; los son precisamente por el hecho de ser “hierofanías”, como dice Mircea Eliade, por el hecho de “mostrar” algo que ya no es una piedra ni sol, sino, la manifestación de lo sagrado.
Un objeto o una acción adquieren “valor” y, de esta forma, llegan a ser “reales”, porque participan, de una manera u otra, en una realidad que los trasciende. En el caso de Paz, la piedra, entre tantas otras cosas de su mundo verbal, llega a ser “sagrada”—por tanto, se halla instantáneamente saturada de ser—por el hecho de que su forma verbal acusa una participación en un símbolo determinado, o también porque constituye una “hierofanía”, posee “mana”,conmemora un acto mítico, como dice Eliade. Lo “sagrado” equivale, por lo tanto, a la “potencia” onírica del ser, y, en definitiva, a la realidad por excelencia. Lo sagrado está pacianamente saturado de ser potencia sagrada.