Nueva York.-Vivir en la piel de Barack Hussein Obama hoy día debe ser difícil, tragándose sus convicciones pacifistas, cumpliendo sus responsabilidades como presidente estadounidense, debe bombardear a Siria.  El no quiere atacar, no cree en la guerra, y ve con claridad todos los peligros que encierra.

Obama está quitándose cadena, anillos, reloj, brazalete y camisa esperando que alguien llegue para barajar el pleito. Como nadie interviene, Obama debe atacar, pero recula, pedirá autorización del Congreso y esperará hasta un mes, a ver si logra barajar la cuestión.

Diciendo que usar armas químicas en Siria sería cruzar “una línea” roja, Obama se metió en problemas.

El dictador sirio, Bashar al-Assad las usó dos veces.  Ahora Obama propone un bombardeo “light” por una razón absolutamente narcisista: “Salvar la credibilidad presidencial”. Bombardear, matar muchísima gente gastando muchísimo y arriesgarse a desatar una guerra envolviendo al planeta, por “salvar” un orgullo nacional o personal, resulta demencial.

Su ataque “limitado” no cambiará el gobierno ni el balance de fuerzas en la guerra civil siria. No tiene objetivos.

Atacar Siria tendrá efectos multiplicadores casi inmediatos, Irán, Hizbullah y otros grupos podrían responder atacando a Israel.

Con 145 millones de egipcios, iraquíes y sirios viviendo al borde del caos total, cualquier ataque sobre Damasco arrastrará a otros países al conflicto.

El Parlamento Inglés decidió no intervenir en Siria, la ONU no reacciona, China, Rusia e Irán se oponen. Obama irá al Congreso

rezando para que le nieguen permiso.

Siria arde en medio de un arsenal convencional, químico, biológico y nuclear, en la región más volátil y fanatizada del planeta.

Paradojas como éstas llenan la historia, Obama, nuestro presidente pacifista Premio Nóbel de la Paz, iniciando, por puro orgullo, la posible primera gran guerra del Siglo XXI.

Obama intenta evitarlo pero, ¿logrará escapar de su destino?