En este siglo se ha perdido para siempre la idea de que hay un hilo conductor qué da coherencia a la historia. Ahora no es posible plantear que hay un principio ordenador de lo que acontece en el mundo dentro del transcurrir del tiempo.

La historia se transforma en una  forma de ilusión, en una narración qué creamos para no ver la realidad. En términos nietzschianos, preferimos la visión  hermosa que presenta Apolo, frente a la imagen desgarrante qué nos ofrece Dionisos, el Baccus de los romanos.

La historia parece que no tiene un orden objetivo al cual adherirse para justificar los hechos del presente, ha desaparecido el marco conductor qué organizaría la historia en un proceso que se constituiría transcurriendo desde un mundo histórico más desorganizado a un mundo mejor y más rico en posibilidades. El concepto de progreso ha perdido su asidero.

Hemos perdido sin remedio ese hilo conductor que conducía el tiempo a revelarse en un proceso ascendente. La idea de lo que sucederá en lo adelante es algo con lo que no podemos tratar en cuanto al sentido que tendrá lo por venir.

Ahora no podemos postular cómo será lo que viene ni que sentido puede tener. La historia se revela en dirección al futuro como un punto ciego.

El concepto de progreso implica que partimos de un hecho que consideramos se va a dar por necesidad, pues se deduce lógicamente de la necesidad a qué responde el tiempo en cuanto tiende a un fin determinado. Por ejemplo, el tiempo futuro traería, según Hegel, un creciente manifestarse de la libertad. Mientras que para Marx el futuro se dirige a crear la estructura de una sociedad liberada de la necesidad y en que habrán desaparecido las clases sociales.

En general la idea de progreso postula que, supuestamente nos dirigímos hacia un mundo mejor en cuanto más organizado y más libre, más equitativo, más próspero y seguro.

Según la idea de progreso nos dirigimos sin lugar dudas hacia un desenlace positivo, feliz, de la historia, por lo que creemos que este transcurso no nos reservará sorpresas desagradables, consideramos que todo terminará como en las películas del antiguo Hollywood donde siempre vence el mejor y los malos se hunden y desaparecen.

Sin embargo, nuestra experiencia actual del estado del mundo nos revela algo sumamente diferente.

Hoy, el cinco por ciento de los habitantes del planeta son los propietarios del ochenta por ciento de toda la riqueza y de los recursos planetarios. También aunque se diga que la jornada laboral se ha reducido, por el uso intensivo de los medios de comunicación masivos, un empleado trabaja muchas horas más porque el celular o la computadora trasmiten nuevos comandos y contenidos de cosas por resolver en el supuesto tiempo libre, que se ha transformado además, en una forma pasiva de actuar para alimentar el sistema, pues el tiempo libre se ha transformado en un tiempo para consumir.

Además vivimos con el riesgo de que un gobernante desequilibrado moral o psicológicamente, inicie una guerra termonuclear, qué finalmente haga inviable la vida humana en grandes partes de la tierra.

Esta nueva situación de derrumbamiento de la esperanza sobre la cual se sustentaba la vida humana como dirigida a un fin qué esperábamos sería una recompensa de la humanidad,  incide directa y profundamente en nuestras vidas, el mundo hoy, no podemos saber hacia adonde se dirige.

Por estas razones el sistema ya no nos puede garantizar un final feliz y esto afecta a toda idea de transcendencia, tanto la ligada a la religión, como a la teoría marxista de la lucha de clases en la que se pensaba que al final vencería el proletariado, y afecta de igual modo el punto de vista capitalista neoliberal qué concebía que para crear un estado de prosperidad general no se necesitaba sino garantizar que el libre juego de la oferta y demanda, bastaría para crear el paraíso en la tierra, por lo que lo que debía hacer el Estado era abstenerse de actuar en el juego de la economía, cuando no, se exigía pura y simplemente la abolición de esta sobrestrutura.

Con el derrumbamiento de la creencia en la idea de progreso todo futuro se oscurece, y los seres humanos quedamos sin orientación de dónde estamos, ni adónde nos dirigimos y ello nos hace entrar en pánico.

Surge en nuestro interior un sentimiento de miedo indefinido que se nos revela como un escalofrío en el corazón. Ahora para poder seguir viviendo debemos de tomar consciencia de cuál es la nueva realidad del mundo en que nos movemos y somos.

De ahora en adelante tenemos que vivir en la incertidumbre. Tenemos que asumir que en cualquier momento puede aparecer una circunstancia imprevista que produzca un final apocalíptico para la raza humana.

Pero esto nos es algo nuevo, ajeno a nuestra milenaria existencia en la tierra. Todo ser humano sabe que nuestras vidas tienen una certeza indeterminada, que muchos tratamos de olvidar o disfrazar. Sabemos que nuestra existencia es limitada en múltiples sentidos, que lo único seguro es la muerte.

Pero como vengo diciendo, la mayoría de nosotros tratamos de no pensar en ello, tratamos de no poner mente en ello. También sabemos que la muerte no sigue un orden matemático, que nos se muere por orden de edad. Que el corte puede venir en cualquier momento y que por ello debemos tratar de estar siempre preparados a que en cualquier momento se produzca el cortocircuito final.

¿Qué nos queda? Asumir nuestra existencia con criterio crítico y actuar para que lo peor no suceda, actuar con responsabilidad.

Zygmunt Bauman, en su libro “Mundo consumo”, cita al político y filósofo checo Václav Havel, quien de una manera en extremo lúcida nos dice que «la esperanza no es un pronóstico», y sostiene que ésta no es sino "un arma que, junto con el coraje y la voluntad, deberíamos aprender a utilizar".

Este planteamiento trágico a mí particularmente me parece una interpretación muy humana y que si la asumimos para conducir nuestra existencia, puede contribuir a crearnos un nuevo sentido para la vida humana en el tiempo.

En unas pocas palabras, nuestras vidas serán lo que decidamos hacer con ellas si asumimos este reto con responsabilidad.

Esa sería una respuesta posible para crear un nuevo sentido y un modo de vida responsable y consciente.

Pero por desgracia la mayoría de los humanos preferimos no pensar, habitar la existencia en la ilusión de que lo peor no sucederá, qué detrás de esta situación está nuestro Dios.

Sin embargo hay momentos en que la realidad se nos impone dolorosamente, como ocurrió hace pocos años a nuestro vecino Haití, que en díez fatídicos minutos desapareció toda orden, toda seguridad cotidiana y el mundo perdió todo su sentido anterior.

También, a veces, nos llega de súbito el momento que ganamos el premio de la lotto.

Pero tenemos que ser con la certeza que llegará el momento en que nuestra vida nos  van a cantan la expresión que se utiliza para terminar los cuentos infantiles: “Colorín colorado el cuento ha terminado”.